Célebre entrevista a Darío Echandía
Toda una filosofía de la vida y la política, magistral pero sencillamente resumida en tres pensamientos que pertenecen ya al lapidario acervo de nuestras frases célebres. Tres pensamientos que retratan la idiosincrasia del expresidente Darío Echandía, uno de los miembros egregios del otrora “glorioso partido liberal” en franca decadencia hoy, a la hora de las definiciones y los cambios.
Echandía, ante la avalancha descompuesta de aspiraciones y lastres en que se ha convertido el partido, redobla su escepticismo y lo califica con asco.
Sigue a Cromos en WhatsAppDuro golpe para un partido en trance de sobreaguar, el ser cuestionado por alguien de la prestancia intelectual, el valor moral, la autoridad de Echandía. Uno de sus jefes innatos, que ha sido por décadas ejemplo de generaciones y paradigma de virtudes sin mácula.
Mal debe estar realmente la cosa… ¡algo podrido debe haber no en Dinamarca sino en Cundinamarca! (parodiando su célebre precisión al Senado).
Por ello pienso que es necesario lograr que el maestro Echandía rompa su voluntario mutismo. La idea me ronda la cabeza con un zumbido implacable y acudo a Otto Morales, su amigo de siempre. Su gestión surge efecto inmediato. El expresidente accede a recibirme en su vieja casona.
El encuentro se pospone por sus quebrantos de salud. Su hermana Carlota es la encargada de rehacer nuestra cita. Me recibe gentil, y asiste a trechos a nuestra conversación que se prolonga por horas… Intercala comentarios agudos. Es una mujer incisiva y mordaz. El hada madrina de su ilustre hermano, al que cuida con verdadero desvelo. Se enoja con él por su nueva “manía” de declararse en estado de muerte.
Lo encuentro al fondo de su biblioteca penumbrosa, esperándome, solo y sumido en sus pensamientos. Enfundado en un traje oscuro de inevitable chaleco, anima su sobriedad apenas con una corbata de seda gris, angosta, de última moda.
La calidez de su bienvenida me sorprende un poco pues lo recuerdo un tanto distante. Me extiende su mano, de dedos ligeramente curvados, en la que brilla desoladamente la alianza de oro, recordándome que hace seis años murió Emilia Arciniegas, su esposa por 37 años.
En un carro-bar ha preparado una pequeña fiesta para mí: diminutas tostadas de pan, queso Roquefort, caviar de Irán… pienso que el presidente Valencia sentía debilidad por este último, como por las empanadas de pipián.
Tengo, como hace seis años cuando lo entrevisté por primera vez, un cierto temor reverencial. Hacia la vastedad de su cultura especialmente. No es cosa fácil pretender enfrentársele. Pero su sencillez, la calidez de su recibimiento y la primera oleada de un trago de whisky estupendo desvanecen la prevención inicial. Me siento cómoda.
La trampa de Alberto Lleras
La muerte de Emilia Arciniegas, su tierna esposa por tantos años, ha afectado al maestro. Sin duda. Le ha quitado el deseo de salir, de pasear, de vivir. Su recuerdo le llega arrancándole una enternecida sonrisa, al contarme la anécdota de su matrimonio hace ya 43 años…
“Alberto Lleras fue el que hizo la trampa cuando era presidente. Me invitó a Las Monjitas, una casa de las Michelsen, en el campo, cerca de La Esperanza, otra finca a la que iba Emilia, y allí Alberto, que era presidente, hizo la maturranga. Nos casó el cardenal Concha, que entonces no era cardenal sino obispo de Manizales y que veraneaba en El Ocaso”.
Y por qué tuvieron que armarle una trampa? ¿Es que usted era de esos novios “eternos”?
No… yo me casaba con Emilia, claro. Con ella o con ninguna. Pero era lento… ¿no? Como indeciso.
¿Cuánto llevaban de novios?
¡Tampoco era que hiciera cincuenta años!, como cinco o algo así. Pero es que yo era muy mal novio.
¿En qué sentido?
Pues dejaba de ir tiempos. Pero ella sabía que yo volvía. Yo me acuerdo que a Emilia le hizo mucho tiro su entrevista por televisión, cuando usted me preguntó cuándo la había conocido y yo le dije que recién nacido… además, usted estuvo muy discreta sin insistir mucho en cómo me habían levantado esa novia para casarme así… Es que querían dizque hacer la cosa sin tanto espectáculo, ¡y resultó mucho más espectacular porque yo era ministro de Gobierno!
Lo noto muy afectado por su ausencia…
Sí… casi me muero cuando se murió Emilia…
Se sume en sus pensamientos y una atmósfera triste lo envuelve de pronto. Retomo mis temas políticos. No ha sido mi intención entristecerlo.
El liberalismo es una vergüenza
¿Podríamos, para empezar, hacer un análisis de la situación del partido liberal, hoy sin rumbo ni timonel?
La voz restalla como un látigo en el silencio de la estancia acostumbrada al sosiego, que se llena de ecos como sorprendida en su calma.
¿Cuál partido liberal? ¿Es qué usted cree que eso existe todavía?
Pues… –ensayo tímidamente en medio de la sorpresa que me produce ese ímpetu–, ¿también usted cree que no existe?
Pues ¡no faltaba más! Existe en Europa sí… pero no lo reciben en las coaliciones de derecha. Reciben a los fascistas pero no a los liberales.
¿Por qué razón?
Porque son reaccionarios. Porque al primer proyecto social, el gobierno se cae porque ellos votan en contra. Es que aquí creen que basta con gritar “Viva el gran partido liberal”, y ya está. Pero eso es lo más desprestigiado que hay en el mundo. Eso lo sabemos usted y yo que somos liberales racionales.
¿Y eso qué significa?
Pues que usted y yo no somos liberales. Sería una vergüenza. Lo que somos es socialistas demócratas. Pero aquí nadie se atreve a decir que es socialista, es decir, anticomunista, y además liberal porque es partidario de que se pueda hablar contra el Gobierno. Eso nadie se atreve a decirlo porque se cae el “gran partido liberal”. Es que aquí todos esos viejos son enemigos de las reformas sociales. Esos que se llaman dizque liberales.
Pero es que todo está distorsionado. Para muestra este gobierno supuestamente liberal y montado sobre el Estatuto de Seguridad…
Yo no quiero hablar de Julio César porque soy muy amigo de él, y lo quiero mucho. Además, como persona es un hombre excelente que no le hace daño a nadie. Más bien prefiero decir que no soy liberal. ¡Que me da vergüenza!
Pero si es usted uno de los más insignes jefes del partido.
Pero, ¿qué liberalismo puede ser este de aquí? Dígame ¿qué liberal es partidario de la reforma? ¿Cuántos partidarios de la Reforma Agraria hay, fuera de Carlos Lleras? Si son es enemigos de todos los cambios sociales.
Hay trémolos de indignación en la voz que ha ido en peligroso “crescendo”. Tímidamente le anoto para ver si se calma:
Pero tal vez el problema no es del partido sino de sus dirigentes…
Pero, ¿insiste usted en lo de partido liberal? ¿Cuál? Vamos a ver… ¿Para qué es supuestamente ese partido liberal?, ¿para hacer las reformas?, entonces es socialista. ¡Que no digan mentiras!
Si yo de lo que soy partidario es de que no digan mentiras. Por eso sostengo que ese liberalismo debe presentarse a las elecciones diciendo: somos socialistas, es decir anticomunistas. Somos liberales en el sentido de que somos partidarios de que se pueda hablar contra el Gobierno sin que lo metan a uno a la cárcel. Y somos partidarios de las reformas sociales. Es decir, ¡somos socialistas demócratas! Pero, se mueren del susto porque son reaccionarios. Se mueren del pánico de que les hablen de cualquier tema social. Los conservadores son más inclinados a la izquierda cuando son, por la cosa cristiana, del socialismo cristiano. Es decir, aquí hay una tendencia que para este país es comunista y para Europa sería la extrema derecha. Es una vergüenza este país.
¿Doctor, y por qué hombres como usted no aportan soluciones a esta crisis?
Yo las propongo a todo el que venga aquí; pero en privado porque yo no me meto en política y he dicho suficientemente que me sobran razones. Es una vagabundería que me quieran meter a mí en política.
¿Cuáles son esa razones, doctor Echandía?
Que hace 65 años estoy en la política y de ella no tengo más que malos recuerdos. He hecho todas las vagabunderías que se puedan hacer en 65 años. ¡Si he ido a todas las convenciones y demás!
La indignación corta súbitamente su frase. Viene una pausa larguísima, que respeto en toda su extensión porque lo noto verdaderamente agitado. El timbre de su voz tiene como un resquebrajamiento cuando añade en un susurro inaudible: “Siento vergüenza”.
¿Pero, qué es lo que le disgusta del ejercicio político?
Las intrigas… la mentira… porque es mentira que esto sea una democracia. Aquí la gente no vota… ¿cuál es el pueblo que gobierna aquí? ¿Qué vagabundería es esa?
¿No piensa usted ayudar a la DNL que está buscando orientación en los jefes máximos del liberalismo?
Sí, si ya conversé con ellos y les dije que para mí el presidente debe ser Agudelo Villa, por dos razones: porque le creen que es de izquierda y ese es un buen señuelo. Y porque lo conozco desde que empezó y sé que es capaz de ser presidente. Se le puede poner ese fardo encima porque puede con él. Pero no muevo el dedo chiquito para que sea presidente.
¿Y por qué, si cree en él?
Porque no estoy metido en política. Estas cosas las digo en privado porque no estar en política no quiere decir que no tenga opiniones.
¿Según usted la bandera que hay que agitar para ganar las elecciones es la bandera izquierdista?
Que no la agiten a ver qué les pasa. Un día de estos le meten candela al pueblo. Sí. Cualquier día. La gente ya no aguanta más hambre. Pero le repito que Agudelo debería ser el presidente.
¿Ahora o en el 82?
Pues debió haberlo sido ahora porque ese sí es un tipo de izquierda. Tal vez si logra estructurar un programa confiable y creíble lo sea en el 82. A ver si la gente vota. Porque los pocos que lo hacen es por el manzanillismo y por esa cosa monstruosa que entró en plena vigencia: el clientelismo.
Pero dicen los analistas políticos que la fórmula propuesta por Agudelo para la escogencia de candidato favorece a Alberto Santofimio. ¿Qué opina usted?
Que en política se puede meter la pata cien veces y se saca, pero no se puede meter la mano.
¿Si usted ha estado tan decepcionado del partido liberal por qué se ha dejado encasillar en él y ha figurado como uno de sus jefes más insignes?
Porque como aquí creen que el partido liberal es progreso, cuando ven a alguien con ideas avanzadas lo matriculan en él. Y eso es todo lo contrario a la verdad. Es que, vuelvo y lo repito, los liberales son los más reaccionarios. Y ese es el partido liberal del general Herrera. ¡El general Herrera, que fue el responsable de que se perdiera la batalla de Palonegro! No le quiso enviar los pertrechos que le había pedido el general Uribe para dar una carga. ¿Para que fuera presidente ese ‘maicero’?. Eso sí que no. Y el general Uribe tuvo que dar una carga a machete. Eso no hay que decirlo pero así fue. Ese es el gran partido liberal.
Perdóneme que siga hablando del “partido liberal”, denominación que lo enardece, pero es que de alguna manera tengo que nombrarlo. ¿Usted cree que perderá el poder?
Sí. Lo perderá si no hace algo drástico como decir que es socialista demócrata. Sólo si logra que la gente le crea eso, se salvará. Pero si no le da socialismo a la gente, aun cuando no sea nombrándolo como tal, pierde las elecciones porque ya la gente ni quiere votar por esa cosa que hay. Y eso le abre paso a Belisario que, como gobierno, demostró cuando era ministro, que tenía ideas avanzadas y asustó a los godos y a los liberales. Él demostró que en el Gobierno hace cosas. No dice que es izquierdista. Dice que es conservador, pero hace cosas que asustan a los burgueses.
Según su planteamiento, no importa entonces que el próximo Presidente sea liberal o conservador…
Claro que importa. Porque al uno le da por no asustar a los ricos y al otro por asustarlos…
¿Quién y quién?
Analice. Ya se lo he dicho todo. Además hoy tenemos una frase muy conocida… aquí no se quiere asustar a la gente… es un Gobierno “sin sobresaltos”… pero, ¿a quién no se quiere asustar? ¿A los que están con hambre? Y a esos, ¿cómo se los asusta?
Aquí no hay libertad
Doctor Echandía, en los países civilizados la gente vota en torno a programas, pero nuestros políticos dicen aquí el pueblo no entiende de eso. ¿Es cierto que vota sentimentalmente?
No es cierto que no entiendan. Sí entienden. Lo que pasa es que los meten a la cárcel si notan que entienden…¡Ajá!, los meten a la cárcel. Actualmente en este país no hay libertad. El país está constitucionalmente bajo la ley marcial y se dice que se aplica el “derecho de gentes” que es el derecho de la guerra… Ja, ja, ja… a eso le llaman democracia. Hoy hay es un gobierno militar oficialmente. Sí… el dictador es el general Camacho Leyva. Si no, que digan qué pasa si el presidente no le firma un decreto… Lo que pasa es que a los militares no les gusta dictar decretos. No les gusta aparecer mandando. Ellos lo que buscan es un firmón. ¿Y sabe usted quién fue el primer firmón? Recuerde que cuando era presidente Alfonsito López Michelsen, un día un general, sin consultar con él ni con nadie, dijo a los periodistas que estábamos en estado de sitio y que nada se estaba haciendo aquí. Al otro día empezaron a salir los decreto terribles de restricción de las libertades”.
El colombiano más importante
Lo más grave es que la mayoría de quienes disfrutan de la burocracia parecen muy conformes con este estado de cosas. Son pocas las voces de protesta, entre las cuales esta la de Carlos Lleras. ¿Qué opinión le merece su actitud crítica, de vigilante de los intereses nacionales?
La gente espera que salga la Nueva Frontera para pensar… y los periódicos publican todo lo que él dice antes de que aparezca la revista.
Antes, eso sucedía era con El Tiempo. En los pueblos se discutía de política y las discusiones se dirimían diciendo: “Aguardate a que venga El Tiempo a ver quién tiene la razón”.
Y cuál es su opinión personal acerca de Carlos Lleras?
Es el tipo más importante que hay en este país, sin discusión. Eso sí, es sumamente liberal. Ortodoxo. Espantoso con todo lo que sea socialismo. Yo, por ejemplo, vivo peleando con él y cuando vamos juntos a una reunión, siempre digo: “Yo soy enemigo de este señor porque yo soy intervencionista, partidario del orden público económico” y de un montón de herejías más de las que él abomina. Pero estamos juntos y él es mi jefe. Yo le obedezco.
Su tono juguetón me divierte. Lo miro a los ojos, a través de sus grandes lentes que cabalgan en su nariz aquilina. Su recio perfil recuerda el de un águila. Pero es ya un águila cansada, el maestro a sus 82 años. La piel es sin embargo todavía saludable y tersa.
Contrariamente a sus tesis, el doctor Álvaro Gómez Hurtado ha dado en sostener que el mundo va hacia el conservatismo, y pone como ejemplo algunos triunfos conservadores como los de Inglaterra y Canadá. ¿Está entonces, según su leal saber y entender, fuera de foco?
No. En este momento en parte es así. Pero ellos no se dan cuenta de que es una vela que se está apagando y que por eso hace llamarada… Pero Álvaro es un totalitario de derechas. Él quiere la revolución de derecha. Yo soy amigo de él, y lo quiero y admiro mucho. No he peleado nunca con él, somos amigos personales… Es inteligente como el diablo.
¿Y cómo es la revolución de derecha de que usted habla?
¡Aahhh!, como la de Mussolini…¿le parece poquito?, y, ¿qué tal la de Hitler? La poquedad, pues.
La reforma a la justicia
Pasando a otro tema, aunque ligado al anterior porque ha sido el alvarismo el grupo más empeñado en el tema de la reforma a la justicia, ¿qué le parece ésta a usted, que ha sido siempre un hombre de leyes?
Uno de los principales problemas de la justicia es que aquí en Colombia el Código Civil no funciona porque los jueces no despachan. Y, ¿por qué no despachan?, porque son unos analfabetos y no saben cómo hacerlo. Porque en Colombia hay decenas de “facultades de Derecho” que fabrican abogados a centenares y que son los únicos que aceptan ser jueces. Porque el que sea capaz de ejercer la profesión no acepta nunca un juzgado porque se muere de hambre. Esta reforma de ahora tiene algunas cosas buenas. Por lo menos ahora los jueces podrán ser efectivamente sancionados si no despachan.
¿Aprueba usted también el sistema de la paridad en la justicia?
Noo… me parece un disparate. Eso es polarizar la justicia. ¡Un absurdo! Pero es que este país es tan salvaje que a lo mejor sirve.
Si usted le dice a un inglés, por ejemplo, que aquí la Policía es un cuerpo del Ejército, preguntaría si es que somos unos salvajes y habría que contestarle que aquí eso sí funciona, porque antes la Policía era una milicia de partido que servía para matar a los del bando contrario cuando perdían las elecciones. De manera que eso es un progreso. Recuerdo precisamente que un inglés me preguntaba cómo siendo los liberales el 70% y los godos el 30%, podía darse el absurdo de la repartición por partes iguales… Yo le dije: es que si no se hace así no hay elecciones. Es que esto no es Inglaterra, señor… esta es una democracia de opereta.
Eso es producto directo del Frente Nacional, que fue una especie de mal necesario. Mal, por su incidencia en los partidos…
Claro… era necesario, pero convirtió la política en el reparto de los empleos. Resolvieron la repartición por igual y se acabó la guerra. Pero también la política y las ideologías. Lo que es el hambre, ¿no? Este es un país muerto de hambre, aquí no hay ideologías sino rapiña por los empleos, porque la gente no quiere morirse de hambre. Pero eso sí matan sin misericordia. Doscientos mil muertos hubo en la Violencia, que se acabó en el momento en que dijeron: “bueno, repartamos los puestos por mitades”. Adiós el amigo… ahora sí a crear hartos empleos, por partida doble para que no haya conflicto. ¡Ah, no!, si este país es grotesco.
¿El poder para qué?
El 9 de abril el prestigio de Echandía era inmenso. La turba irracional, salida de madre, adolorida y borracha, clama por Echandía. Lo narra magistralmente Abelardo Forero: “La multitud aumenta y con ella su rugido. ‘Que salga Echandía… necesitamos un jefe. Echandía es nuestro jefe’. Pasó a ser el jefe, elegido por el pueblo, instintivamente, en un acto irreflexivo y automático de lucidez. No fue una escogencia premeditada sino una reacción del instinto popular. Las gentes que desesperadas y llorosas se asomaban a la vidriera de la Clínica Central solicitaban a gritos a Echandía”(1).
Más tarde, la lucidez de don Luis Cano lo hizo decirle al presidente Ospina: “Tan sólo existe en el país un prestigio ante las masas que sea capaz de devolverlas al orden, encausarlas y dirigirlas, evitando una matanza cruel, y ese prestigio es el del doctor Darío Echandía. Queremos estudiar la mejor manera de utilizarlo en servicio de la nación”(2).
Con estos párrafos en la memoria me dispongo a tomar por asalto su proverbial displicencia.
Dicen que si usted se hubiera tomado el poder el 9 de abril, al país se le habrían ahorrado los 200.000 muertos de la violencia que se desató a continuación. ¿Cuál fue el sentido de su famosísima frase: “¿El poder para qué?”.
Pues yo no sé cómo querían que me tomara el poder… ¿Pacificar el país? ¿Cómo? ¿Cómo Morillo lo ‘pacificó’?
Lo cierto es que en el Ministerio de Guerra había distinguidos miembros de ambos partidos. También en el Palacio, a donde los jefes liberales habíamos ido porque se nos había dicho que el presidente quería entrevistarse con nosotros. Después el doctor Ospina negó que nos hubiera llamado, pero nosotros fuimos convencidos de que el presidente quería entrevistarse con nosotros. Estuvimos toda la noche analizando la situación y tratando de encontrar soluciones. En cambio, del Ministerio de Guerra llamaban con mucha frecuencia y parecía que allá se gestaba la idea de que los militares se tomaran el poder para solucionar la crisis. A la madrugada me llamó un liberal para preguntarme si nos íbamos a tomar el poder, y allí fue cuando le contesté, “¿el poder para qué?”. Pero esta frase debe tener una interpretación más trascendental. La gente cuando va a votar, es decir, a ejercer el poder realmente debería preguntarse para qué quiere el poder y para quién debe ser. Y uno, si pide que lo elijan, debe decir para qué, qué es lo que va a hacer con el poder. Esa es la base. ¡Pero si es la cosa más elemental del mundo! En todo país civilizado, quien se presenta a una lucha electoral, lo primero que dice es lo que hará si lo eligen. Si no, no lo voltean a mirar. La gente civilizada es así y lo que yo quise decir es que seamos civilizados. Que antes de votar y de matarse pregunte ¡para qué quieren el poder!
Pues su frase generalmente se interpreta como desprecio del poder y carencia de ambiciones personales, por su tradicional displicencia por estas cosas…
La respuesta llega en forma de sentencia inapelable, con el dejo opita intacto, a pesar de los 72 años vividos por fuera de Chaparral, su patria chica:
Es por burros… porque la cosa es demasiado clara. Hay que preguntarse siempre para qué se quiere el poder. Porque si no, el poder es para poder, ¡claro! Y aquí en este país es para eso. Porque esto aquí lo que es, es una cafrería.
Un orangután con sacoleva
La voz se ahueca con un despreciativo desdén. Las palabras hacen eco en su garganta y salen arrastrándose, pegándose a los tímpanos. Implacables.
¡No es muy fuerte esa frase suya de que este es un país de cafres?
Pues últimamente lo que me parece es que calumnié a los cafres.
¿Parece ser que sus frases están destinadas a la inmortalidad, pues aquella de que aquí la democracia es un “orangután con sacoleva”, hizo carrera. ¿Podría explicármela?
Eso es exactamente así y yo lo he venido diciendo por años y años. Es que aquí creen que las leyes cambian el medio. A las Indias llegó Jiménez de Quesada que era una figura del Renacimiento. Tres siglos más tarde, tenemos al general Santander con las instituciones inglesas y ahora, se la pasan buscando la última ley que haya salido de Dinamarca para copiársela. Por eso yo les digo que no estamos en Dinamarca sino en Cundinamarca.
Pero volviendo al tema, le ponemos al orangután (nosotros, que comíamos gente) el sacoleva del Renacimiento, ahorrándonos los diez siglos de sufrimiento europeo en la Edad Media. Le ponemos el sacoleva de las leyes inglesas del general Santander, pero debajo el orangután sigue igualito.
Nos entregaron el Renacimiento hecho. Entrega inmediata. Un siglo después de que llegaron los conquistadores, creamos el colegio del Rosario. Es decir, los nietos de los antropófagos a estudiar Teología.
El maestro Echandía tiene una peculiar manera de arrellanarse en su cómodo sillón de cuero… Casi acostado con la mirada clavada en el techo y la mano golpeando monótonamente el brazo… tap… tap… tap…
Maestro Echandía, ¿por qué, habiendo asistido usted como protagonista a los hechos más importantes de la vida nacional en este siglo, o como testigo de excepción, no ha escrito sus memorias?
Eso de ponerse uno a escribir sus memorias es una vagabundería, a no ser que se trate de las memorias de Chateaubriand, que son algo bestial, sí. Las escribió para que las publicaran después de su muerte, es decir, sin ninguna vanidad. Es una obra maestra de la literatura universal. Pero es que nadie escribe la Historia como es. Recuerde los comentarios de César… comentarios quiere decir recuerdos, es otra obra maestra, probablemente lo mejor escrito en latín. Pero es pura mentira. El tipo era un político. Lo escribió inmediatamente después de la guerra de las Galias, para luego ir a ser dictador a Roma. De modo que no se puede creer en nada de lo que dicen los historiadores. Ese, por ejemplo, fue un acto político, para prepararse la candidatura a las 23 puñaladas.
El último prócer
Darío Echandía es, ha sido toda la vida, una mole granítica, de honestidad, de servicio desinteresado al país, de grandeza de espíritu. Ha ocupado sin buscarlas las dignidades más altas: ministro de Educación, de Justicia, de Gobierno, de Relaciones Exteriores, embajador en Londres y ante la Santa Sede en incontables oportunidades. Designado a la Presidencia de la República y presidente de Colombia durante siete meses, no en aras de la tradicional “paloma”, sino encargado de ella en propiedad, mientras Alfonso López Pumarejo hacía uso de una licencia. Según cuenta la historia, el presidente no tenía intenciones de regresar. Echandía entonces se disponía a llamar a elecciones, cuando surgió la división Gaitán-Turbay. El presidente encargado llamó al titular y lo instó a que se viniera habida cuenta del peligro de una caída del partido… López regresó, pero el partido liberal se cayó de todos modos. No lo pudieron salvar. El expresidente es una síntesis afortunada de incalculables valores. Basta recordar, para darse una idea de su dimensión humana y moral, que 65 años de ejercicio político lo dejaron incólume. Y eso es mucho decir en un país como el nuestro. Hombres como él ya no produce Colombia. Es, en verdad, el “último prócer”.