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Candela en los primeros días del Clásico RCN: las ruinas de Bello y Rionegro

Primera parada de la edición 61 de la carrera, Johan Colón ganó la primera etapa, que recorrió tierras antioqueñas en las fracciones iniciales. La bitácora de la competencia.

Fernando Camilo Garzón
23 de octubre de 2022 - 01:26 p. m.
El pelotón del Clásico RCN en la primera etapa de la carrera.
El pelotón del Clásico RCN en la primera etapa de la carrera.
Foto: @andersonbonilla01

Medellín, 23 de octubre, madrugada.

Medellín, 23 de octubre, madrugada.

Entre las barandas que separaban al público del escenario en el que fueron presentados los equipos del Clásico RCN había un niño. Y antes de que salieran los ciclistas hubo show; hubo una carrera de relevos, entre patinadores, ciclistas de pista y atletas, otra de bicicletas de carga, otra de motos y una más de autos de velocidad y carros antiguos. Ruido, había mucho ruido. El niño quería verlo todo, así que se tiró al suelo, pues no era lo suficientemente alto para ver por arriba. El problema era que abajo había una especie de cortinas que tampoco le dejaban ver nada. Así que como pudo empezó a moverlas hacia un lado para hacer hueco y limpiar su vista.

De lo lejos llegó un chiflido, era uno de los encargados de seguridad que venía corriendo para reprenderlo. No se le entendía nada -ruido, había mucho ruido-, pero tampoco hacía falta. “¡No sigás haciendo eso!”, le dijeron, o eso entendió. Él paró. El evento, en cambio, siguió. Y los organizadores se olvidaron de los asistentes. El niño -ceño fruncido y brazos cruzados-, aburrido, esperó a que pasara el tiempo y volvió a asomarse. Esta vez no lo regañaron, pudo seguir mirando. Ya no estaban las motos y los carros pasando a toda velocidad que quería ver, pero al fondo en fila veía al Team Medellín. Nómina completa, todas las figuras dispuestas en una sola línea con el campeón del último Clásico, Fabio Duarte, al final de la formación. Todos habían venido a verlo.

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Los ojos de Fabio Duarte parecen dudar siempre. Sospechan. Inclina las cejas, que se van hacia arriba, entrecierra los párpados y a las pupilas, inquietas, les cuesta quedarse quietas cuando recibe cualquier pregunta. Le cuesta sostener la mirada cuando habla y su voz es taimada. “Ahora por lo menos habla -se escucha en los pasillos del hotel que hospeda a la caravana del Clásico- aunque, claro, ¿ganando a quién no le gusta hablar?”.

Duarte es el protagonista de la carrera. Tiene rivales para pelearle el título, pero el clamor general es que es el favorito. Después de ganar el Clásico en 2021, a los meses, en el principio de la actual temporada, quedó campeón de la Vuelta a Colombia. “Vengo de ganar las dos carreras más importantes, pero por supuesto que sí es un sueño ganar ambas en el mismo año”. Responde sereno, atiende a todos. Uno a uno, con gentileza. Aunque le toque decir 100 veces lo mismo.

El Team Medellín se llevó todas las miradas en la presentación de la carrera, no solo la del niño. Era el murmullo de cada año: los paisas son el rival a vencer. Y esta vez en el autódromo de Bello, un coliseo en ruinas, no fue la excepción. Mientras anunciaban con pompa a cada uno de los integrantes del equipo, atrás, en las gradas sin terminar del “escenario multipropósito” de la Alcaldía de Bello -una construcción olvidada, de cemento amarillento, que parece más bien acero oxidado, con las vigas tapadas por bolsas plásticas y agua empozada de la lluvia del día anterior, que parece como el nacimiento de un ojo de agua embarrada- se veía un trabajador sentado en la cima del elefante blanco. Estaba relajado, casi como los corredores antes de la tormenta, la feroz batalla de los próximos días, la candela. Brazos hacia atrás y las piernas estiradas, a veces se paraba para seguir recogiendo escombros, pero cuando se cansaba, volvía a sentarse y se quedaba mirando el escenario; los inflables, los carros parqueados de la caravana, la pista dispuesta para el espectáculo de la velocidad y los ciclistas que le daban la vuelta a un circuito desalmado. La fiesta del Clásico en las ruinas del Coliseo en Bello.

Auguraban “candela” desde el primer día

“Yo no sé por qué decidieron prender la candela desde el primer día. No parece, pero es una etapa dura”. La sensación era general, no iba a ser un día tranquilo, ni por ser el primero. La duda estaba en los favoritos, en qué tanto iban a apretar para mostrarse desde el estreno.

El trayecto: de La Ceja a Rionegro; el pelotón pasó por la Unión, se devolvió y cerró el trayecto al lado el Estadio Alberto Grisales. Un circuito de 154 kilómetros, que entraba y salía de los municipios antioqueños y quebraba el recorrido con el imponente paisaje de las faldas de las montañas. El terreno subía y bajaba, daba poco respiro. “En el argot del ciclismo, a estas etapas las llaman ‘quiebrapatas’”, decían los expertos de la caravana, mientras trataban de adivinar quién saldría a dar el golpe.

Partió la carrera. En la salida hubo demora, porque el gobernador llegó casi de improvisto a La Ceja y tocó subirlo a la tarima con el equipo del Orgullo Paisa. Los corredores querían ponerle la camisa y él, retrechero, les decía que no le iba a entrar, había mucha barriga. Entró con torpeza, pero, tomada la foto y presentados los equipos, se enfilaron los trenes para que la trompeta y los tambores dieran inicio a la batalla.

En la partida, el tráfico fue caótico. No estaba bien organizada la policía y no estaban bien cerradas las vías. Ante tanto carro se desató la congestión. Y Héctor Palau, el director de la carrera, corría entre la caravana para poner orden y darle paso al pelotón. El grupo salió controlado, pero cuando les dieron rienda suelta salieron los primeros ataques.

Varios avezados -soñadores que nunca faltan, de los que siempre se espera- intentaron la fuga, pero la advertencia era en serio: la primera etapa era un día para que los favoritos empezaran a mostrar sus cartas.

“El trayecto lo pensamos para que pasaran cosas desde el principio -advertía Héctor Palau, director de la carrera, en la antesala de la carrera- cuando la carrera llegue a Fresno empieza la batalla, desde la tercera etapa no hay tregua porque ahí llegamos a Juntas, al paso por la Línea y a Manizales. Después viene la contrarreloj y terminamos con Montañuela”.

El primero en encender la mecha fue Óscar Sevilla, el de siempre. A poco más de 50 kilómetros, pasado el último puerto de montaña del día, el español se mandó en escapada. Sin embargo, de atrás lo alcanzó Wilson Peña, que, con el esfuerzo de su gregario, Edgar Pinzón, asustó al grupo de favoritos. El único que lo marcó en su intento de fuga, a 40 de la meta, fue Aldemar Reyes, uno de los baluartes del Team Medellín.

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Fue una fuga peligrosa, de tres corredores -dos de ellos favoritos- de casi 40 kilómetros en solitario, que al final fue cazada por el pelotón, poco dispuesto a permitir grandes diferencias apenas en el estreno.

En la llegada, con el grupo compacto, tras la cacería de los peligrosos en los últimos cinco kilómetros, fue Johan Colón el que se impuso en el embalaje. Entró a la meta alzando los brazos y con las dos manos, dedos abiertos como si su cabeza fuera una sandía y quisiera agarrarla, se tocó la cabeza, como exaltando la brillantez con la que se impuso en los últimos metros. “Fue una de las victorias más difíciles de mi vida, los cambios de ritmo eran muy difíciles de controlar, pero gracias al trabajo del equipo nos llevamos la victoria”.

En Rionegro juegan fútbol profesional

La caravana cerró su primer día de Clásico entrando por Ríonegro en un estadio que bien podría ser otra ruina, como el autódromo en el que se presentaron los equipos. La grada parece que va a caerse, de la fachada se apoderó el óxido. La grama, por la lluvia, está llena de lunares de barro y dicen los que están alrededor del escenario, lo cuentan como si fuera una leyenda, un voz a voz popular, que cuando vienen a jugar fútbol en ese estadio el presidente del equipo encierra gatos en el vestuario del equipo visitante para que se “caguen por todas partes”.

El Clásico se presentó en unas ruinas y empezó en otras. Para llegar al estadio hay que cruzar un puente peatonal y, cuando llegaron los ciclistas y enfilaron el esprint, estaba abarrotado de personas que, con sus ciclas, llegaron a ver al pelotón del Clásico RCN y a su primer ganador, Johan Colón.

En el grupo principal llegó Óscar Fernández, boyacense del equipo de su departamento, uno de los jóvenes más interesantes de la carrera, de esos que antes de la carrera llegó a la primera etapa soñando con qué tal vez podía dar el golpe. ¿Por qué no?

La noche anterior a la primera etapa, con la ansiedad que da empezar una fiesta preparada, Fernández se imaginó mil veces cruzando por el estadio arruinado de Ríonegro. Se pensó una y otra vez levantando los brazos y repasó sin descanso lo que tenía que hacer para llevarse la victoria.

“¡Ahí va Óscar Fernández! ¡Ahí va Óscar Fernández! El golpista inesperado, el joven que puso pálidos a los favoritos. Atacó a cinco de la meta cuando todo parecía controlado y con la fuerza de su espíritu sacó una brecha insalvable. ¡Alza los brazos! ¡Alza los brazos! Óscar Fernández, ganador de la primera etapa del Clásico RCN”.

Pero el ganador fue otro, Fernández estuvo en la fuga y fue protagonista. No obstante, el esfuerzo no pasó del sueño. Fue Colón el que realizó el anhelo de la noche anterior al inicio de la carrera. Será la segunda etapa, que irá de Medellín a Maceo, una nueva oportunidad para Fernández u otro joven, esos descarados esperanzados, de lograr una victoria que ponga a sonar su nombre en la segunda carrera más importante de Colombia.

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