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Clásico RCN: En Puerto Boyacá la lluvia no moja, pero el agua pesa

Bitácora del tercer día de carrera. El pelotón salió de Puerto Boyacá y llegó a Mariquita. El preludio a la montaña que empezará a definir la competencia.

Fernando Camilo Garzón
25 de octubre de 2022 - 12:39 p. m.
El pelotón del Clásico RCN deja Puerto Boyacá ante el pasillo de los niños del pueblo. Atrás el obelisco en memoria de las víctimas de las AUC.
El pelotón del Clásico RCN deja Puerto Boyacá ante el pasillo de los niños del pueblo. Atrás el obelisco en memoria de las víctimas de las AUC.
Foto: @andersonbonilla01

Mariquita, 25 de octubre, madrugada

“La fuga de ayer ya se me pasó y esta es otra fuga que hoy traigo yo”, cantaban unos borrachos mientras imitaban a Hery Fiol en una taberna en la plaza central de Puerto Boyacá. El Clásico RCN salía al otro día rumbo a Fresno (Tolima) en su tercera etapa. Los ciclistas eran el tema.

En la misma taberna, de tanto en tanto, entraba un flaco. Cabeza rapada, la piel la tenía marcada en los huesos y la ropa, como chiros, la llevaba colgada de la clavícula como si fuera un perchero. Su caminar era torpe, un pie se chocaba con el otro, y la mirada, perdida, iba a cada mesa a ver si, entre botellas, podía encontrar algo que le aliviara la ansiedad. Fracaso tras fracaso, nunca encontró nada. Eso sí, no le pedía nada a nadie, solo caminaba entre las mesas. Dicen que en Puerto Boyacá es mejor hablar poco. Entraba y salía rápido del lugar, y en las manos llevaba un pato de hule, que hacía sonar cada vez que daba un paso. Así que en la noche -de tanto en tanto- se escuchaban de fondo en esa cantina unos pasos que hacían: ¡cua, cua, cua!

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Las calles de Puerto Boyacá hay que tomarlas en serio. “Salgan de día, de noche es mejor quedarse guardado”. ¿Para qué tentar a la suerte? Tienen razón los que advierten, a una cuadra de la plaza central, allá donde los borrachos adaptaron su versión del blanco que cantaba como negro, abundan las motos. Pero, cada una que pasa mira de arriba abajo, lento como una amenaza. En las casas, con cada paso, parecen esconderse entre la penumbra un par de ojos por ventana. Es fácil sentirse intruso en un par de segundos. Vista sus calles, lo mejor era dar media vuelta y rehacer los pasos caminados.

“Es un pueblo caliente… tan caliente que está lloviendo y el agua no moja”, decía uno. Y le respondieron: “No moja, pesa”. Puerto Boyacá es uno de los municipios en los que se originó el paramilitarismo en el Magdalena Medio. En los años 70, por estas tierras, se formaron los primeros grupos de escopeteros y en los 80 se creó la Autodefensa Campesina del Magdalena Medio al mando de Gonzalo y Henry Pérez.

Los mismos paramilitares que, en alianza con el narcotráfico y tras cometer atrocidades y magnicidios, se expandieron desmesuradamente hasta la década del 90, cuando en 1991, firmaron su desmovilización. Sin embargo, volvieron a formarse para 1994, con el nombre de BPB-ACMM (Bloque Puerto Boyacá-Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio) y dejaron las armas nuevamente hasta 2006. Ya pasaron 16 años de ese último episodio, pero en sus calles, Puerto Boyacá todavía pesa.

En todo el centro de la plaza hay un obelisco gigante, que fue fundido con las armas de los paramilitares y fue inaugurado en 2018. De un lado dice: “Memorial a las víctimas de las AUC en Colombia”. Del otro: “Aquí empieza una nueva historia para Puerto Boyacá, nutrida de momentos que dejaron heridas en nuestra gente. Hoy, alzamos la mirada, convivimos, víctimas y victimarios del conflicto armado para demostrarle a Colombia que es posible construir una sociedad donde quepamos todos, logramos ser diferentes sin ser enemigos”.

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Desde ese memorial salió el pelotón del Clásico RCN, rumbo a Fresno (Tolima). En las calles, las mismas en las que por la noche motorizados con el ceño fruncido, en la mañana los niños del colegio salieron a despedir a los ciclistas. Banderas, gritos y música, los pedalistas dejaron atrás las explanadas, terrenos que, a la vista, terminan muy lejos en las montañas y solo están llenos de ganado, en territorios que se extienden hectáreas sin un solo cultivo.

Pasado el río Magdalena, empieza a aparecer el plátano. Se ven algunos cafetales y de bien al fondo los aguacates. Es una zona de muchos árboles, frondosas selvas en las que, al lado de la carretera, la mirada no puede ver más allá de la jungla. Empieza la montaña, cambia la cara del camino.

La carretera saliendo de Puerto Boyacá no estaba en buen estado. En los primeros kilómetros los baches obligaron a una salida controlada hasta el km 20, que se alargó porque de entrada pinchó Óscar Sevilla. No era un buen terreno para el inicio de la fracción.

A los ciclistas les quedaban por delante 140 km de recorrido. De Boyacá llegaron a Caldas, a La Dorada, pasaron por Cundinamarca y entraron al Tolima, Honda, Mariquita y Fresno, arriba en la cima de un final en ascenso. No hay etapa tranquila en el Clásico. La promesa de la calma tras la tempestad se quedó en eso, y hoy el mantra, entre los expertos de la caravana, era que, si bien no se sabía quién ganaría la carrera, esta jornada sí mostraría quien no podía hacerlo.

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Día para medir fuerzas en las curvas constantes de la montaña. El cuerpo sube y la cola se bambolea de un lado al otro en la silla, mientras el terreno se va elevando paulatinamente para llegar a Fresno. Eran repechos con leves descansos que los ciclistas aficionados suelen transitar a la inversa, cuando se baja desde el mítico Alto de Letras. Pero esta vez se llegaba subiendo y los favoritos se mostraron fuertes. Fabio Duarte, el defensor del título, no se desfondó, aunque todos están alertas a su ataque. Rodrigo Contreras aguantó el ritmo y dicen que si sigue así, en la crono será indestronable. Aldemar Reyes sufrió un percance mecánico en la subida y perdió el liderato con Adrián Bustamante, que subió tranquilo y manejo la etapa, que le ganó a Edgar Pinzón y a Dubán Bobadilla, el gran animador del día. ¿Y Wilson Peña? Esa es la gran incognita.

Para Bustamante, el nuevo líder, fue un día sólido. El corredor del Sistecrédito ahora se viste de amarillo tras superar los repechos del día con hidalguía y coraje. Sin moverse mucho del cuadro de la bicicleta, atacó en el momento justo y se ganó la etapa.

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Todos saben que desde la cuarta fracción, que llegará hasta el corregimiento de Juntas, a pocos kilómetros de Ibagué, el Clásico va a empezar a definirse. La lucha, por ahora, está pareja. No hay un gran dominador con el paso de los días, las diferencias son mínimas y los líderes de los equipos siguen guardando fuerzas.

El pelotón ya llegó a Mariquita donde se enfilan los trenes para la gran batalla. El preludio a la definición. Y en el camino de regreso, Óscar Sevilla se fue de bruces cuando se le atravesó un perro y él, que bajaba en bicicleta sin freno para estirar tras la jornada, fue a dar al piso por evitarlo. Está bien, pero habrá que esperar si el golpe hace mella en uno de los gregarios de lujo que tiene el defensor del título.

Mariquita es un pueblo amable. También está lleno de comercios y dicen que ha prosperado en los últimos años porque se ha convertido en epicentro de todos los ciclistas que quieren llegar a Letras. La señora que atiende en la recepción del hotel, al escuchar las historias de Puerto Boyacá dice: “Mariquita no es tan caliente, acá cuando no funciona el aire acondicionado entregamos la habitación con ventilador. Pero, igual no hace tanto calor”.

Tiene razón la señora, Mariquita no es tan caliente. Eso sí, la bonanza del comercio y el turismo, como cuando crece cualquier población, hace más visible la pobreza. Y en las calles de Mariquita, por ejemplo, se ven muchos animales callejeros. Perros andantes, que se acercan a la mesa y huelen el plato. Si vieran chance saltarían a comerse lo que ven el plato, pero respetan y ladran desde abajo buscando alguien que les tire una migaja.

Llueve en Mariquita. Los borrachos de la noche anterior cantan de nuevo. A lo lejos se ve un gato. Es un bebé, tiene la cara pequeña y tierna, pero los ojos grandes, curtidos de la tristeza. Está asustado, ante cualquier acercamiento huye y se esconde donde puede. Una mano se le acerca y huye del miedo a meterse en una alcantarilla. Cuando sale tiene una pata rígida. Camina sobre sus huesos, taimado, buscando comida, pero escapando de cualquier amenaza. Anda bajo el agua que cae de Mariquita, y está sí que moja. Sin rumbo fijo, atrás deja a los borrachos que cantan de nuevo: “La fuga de ayer ya se me pasó y esta es otra fuga que hoy traigo yo”.

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