Óscar Sevilla recuerda que cuando era niño llegaba del colegio a buscar la cicla y se iba a jugar con sus amigos. De las revistas, en las que él y sus colegas leían sobre las hazañas de los ciclistas, se inspiraban para soñar que también podían ser como los héroes que aparecían en esas páginas.
No era solo un juego, había entrenamientos, pretemporadas y torneos. De las latas de alimentos procesados que había en la basura, recortaban pequeñas formas circulares para imaginar que ganaban medallas en las competencias que hacían entre ellos. Incluso, recuerda Óscar, uno de sus amigos, Andrés, no montaba bicicleta, pero le encantaba hacer de juez. Entonces, mientras Óscar y los demás soñaban que eran Pedro Perico Delgado, Andrés era el encargado de tomar los tiempos de la contrarreloj y de definir los ganadores de cada duelo. “Era bacano porque cada uno tenía su rol. Me emociona solo de recordarlo”, dice Óscar mientras suspira.
Sevilla nació en Albacete (España), una ciudad que hace parte de la comunidad autónoma de Castilla y la Mancha. Su infancia la vivió con sus padres y su hermano en Ossa de Montiel, un municipio español situado al sureste de la península ibérica. En su casa el ciclismo era uno de los temas preferidos.
Le puede interesar: Simon Pellaud, el ciclista suizo que se enamoró de Colombia
Su abuelo, aunque nunca compitió profesionalmente, le contaba las historias de cuando él y sus compañeros iban hasta Jaén, una ciudad en Andalucía, montados en sus bicicletas a conseguir aceite de oliva para comercializarlo en el centro de España. Una actividad de comercio ilegal, en las épocas de la guerra civil española, a la que llamaba estraperlo. En los tiempos muertos y de descanso, en vez de bajarse de sus bicicletas, el abuelo de Óscar y sus socios organizaban pequeñas carreras, no eran ciclistas profesionales, pero competían en medio de los campos andaluces.
Sevilla también creció escuchando las historias que le contaba su padre sobre el tío Félix, un familiar que competía en las carreteras de Valencia. Y, al mismo tiempo, se crio viendo en la televisión a Miguel Induráin, a Tony Rominger y a los escarabajos Fabio Parra, Lucho Herrera, Omar Hernández, Néstor Mora y Martín Farfán.
Por eso, a medida que fue creciendo e inspirado por los deportistas que veía en la pantalla chica, Sevilla empezó a sentir que su futuro estaría ligado a la fuerza del piñón y el trajinar de los pedales. Debutó como juvenil en Toledo con bastante éxito. Tenía muchas propuestas de diferentes equipos a nivel aficionado, pero su sueño de ser profesional se vio empañado cuando le tocó irse al ejército.
En ese entonces, en España, el servicio militar era obligatorio y, aunque al principio a Óscar le vendieron la idea de que podía cumplir el requerimiento al mismo tiempo que entrenaba, cuando llegó al campamento el general a cargo le hizo la vida imposible. “Lloré mucho”, dice Sevilla, pero recalca: “esa experiencia me hizo entender que yo tenía que estar fuerte de la cabeza y cuando todos me decían que mi carrera estaba acabada, yo saqué fuerzas para salir adelante”.
Cuando logró volver a competir con su bicicleta a Óscar se le presentó la oportunidad de entrar a las categorías aficionadas de la mano del equipo Gres de Nules. Aunque fue duro porque tenía sobrepeso y no esperaban mucho de él, sus resultados le consiguieron un puesto en el equipo. Esta etapa fue todo un éxito. Con poca edad, Óscar ya había debutado en la selección española de ciclismo y tenía un registro de 37 victorias y 21 podios con su equipo. Para muchos, el joven ciclista albaceteño tenía todo el camino dibujado para ser uno de los mejores escaladores ibéricos del nuevo milenio.
Otro texto en el Día Internacional del Migrante: Juan Carlos Sarnari y una tarde de futbol y asado
Cuando llegó el momento de volverse profesional, Sevilla fichó, tras varias ofertas, por el equipo de sus sueños: Kelme. Hizo su debut en 1998, pero fue hasta 1999 cuando empezó a destacar con una sorpresiva victoria en el Tour de Romandía.
“Había hecho buenas carreras, pero nunca había competido con los mejores”. Para muchos su triunfo fue inesperado, porque como él lo menciona, era una carrera en la que estaban los grandes de la montaña en esa época: Marco Pantani, Iván Gotti, José María Giménez, entre otros, quienes para entonces eran los ídolos de Sevilla. Después de su victoria, el ciclista español se grabó una frase en su memoria que le dijo el masajista del equipo un día antes de la etapa: “hay que tenerles respeto a los rivales, pero nunca miedo”.
A partir de ahí empezaron a llegar los triunfos con los que el español alcanzaría la cúspide de su carrera. En el 2001 ganó el maillot blanco al mejor joven del Tour de Francia y se ubicó en el séptimo puesto de la clasificación general. Ese mismo año estuvo a punto de ganar la Vuelta a España, pero quedó segundo tras perder la última etapa de contrarreloj.
El ascenso en su carrera, y los éxitos de los años posteriores, se opacó cuando a Kelme, su equipo, lo empezaron a rodear escándalos relacionados con el dopaje. En el 2003 Sevilla sufrió un accidente en el Tour de Francia y desde entonces las lesiones lastraron su carrera. La explosión de los primeros años empezó a mermar y para el 2006, después de fichar por el Phonak y el T-Mobile, el futuro de Sevilla en el ciclismo, nuevamente, se vio en riesgo.
Al respecto de esos años, de los que mucha tela ya se ha cortado y de los que Óscar prefiere no hablar, el portal Ciclismo Internacional recogió un testimonio de Sevilla: “Ese tema ya pasó, sólo me quedo con la gente que me conoce, que me quiere y no pierdo el tiempo con esos pensamientos”.
Son varias las personas, alrededor del mundo del ciclismo, las que han estado envueltas en el mismo tipo de habladurías y señalamientos. En España, por ejemplo, pasaron por unmartirio parecido Alberto Contador y Alejandro Valverde. A pesar de ello, hoy pocos dudan del profesionalismo y amor por la bicicleta de ambos competidores.
Con Óscar pasa lo mismo, después de los momentos complicados que vivió supo reponerse. De vuelta en los pedales, y con la montaña en frente, en 2008 empezó a correr con un nuevo equipo, el Rock Racing. Fue en esos años que recibió la invitación para competir en las carreteras de Colombia. Sevilla encontró en este país el sentido de su destino, según sus propias palabras. A pesar de que seguía corriendo por el mundo, sus buenos resultados en la Vuelta Colombia y en el clásico RCN de ese año tuvieron un impacto especial en él.
Además de los resultados, el respeto y el cariño que se empezó a ganar en tierras colombianas, en Medellín, Óscar conoció a su esposa. Para el ciclista su llegada a Colombia era una cuestión que se iba a dar tarde o temprano, pero agradece que haya ocurrido cuando sucedió porque le permitió formar una familia.
Para el 2012, al corredor español le ofrecieron la doble nacionalidad para representar al país en los mundiales de ciclismo y Sevilla, que ya había ganado la Vuelta a Antioquia, el clásico RCN, la Vuelta a Cundinamarca y la Vuelta Internacional del Café, aceptó y se convirtió en representante internacional del país.
De Óscar habla su profesionalismo y sus triunfos. Conquistó la Vuelta Colombia en 2013, 2014 y 2015. A sus 43 años sigue corriendo y ganando. Su última victoria más sonada fue el clásico RCN del 2019. Ese año, en diálogo con El Espectador, Sevilla afirmó que su principal motivación es su familia y la fuerza que le queda en el cuerpo.
“Les digo [a mis hijas y mi esposa]: ‘voy a dejar de correr’. Y me dicen: ‘No, no, sigue más’. Es un factor de cosas, puedo tener mucha ilusión, pero si el cuerpo no da, chao. Puedes tener ilusión y el cuerpo, pero sin una familia que te apoye, también chao”.
Sevilla sabe que los últimos combates en el ciclismo no están tan lejos, pero tiene la tranquilidad que le han dado los años de que el cuerpo le dirá cuando sea suficiente. Su cariño por Colombia, la tierra que lo recibió y que le dio un nuevo impulso, es innegable.
Óscar cuenta que la primera vez que corrió acá sintió que se había devuelto a las competiciones de antaño, las que lo enamoraron de la bicicleta. Según él, en Europa, donde la profesionalización del ciclismo ha avanzado a pasos agigantados, se ha perdido un poco la emoción que tiene este deporte. Sin embargo, acá es diferente porque, para el ciclista que hoy en día corre con el Team Medellín, el ciclismo se vive con locura.
“Acá uno, como corredor, arranca y a la gente le gusta. Uno no sabe cuándo se va a cansar, pero lo que disfruta el público son esas sensaciones, que el corazón palpite a mil. En Europa cada vez más se pierden esos factores. Hay etapas en las que uno siente que se podría atacar más y las emociones se guardan solo para los últimos diez kilómetros”.
Por eso, para Óscar, Colombia no solo es la tierra donde encontró a su familia, su felicidad y su tranquilidad. Para él, esta tierra también lo reencontró con su pasión. La misma que sentía cuando iba con su papá a casas ajenas, porque no tenían antena para sintonizar canales extranjeros para ver el Giro de Italia. El sentimiento que, según su mamá, lo llevó a montar una bicicleta mucho antes de aprender a caminar.