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A Bernard Hinault la París-Roubaix le parecía “una carrera de mierda”. La detestaba, la aborrecía desde lejos. Pero bajo la sombra de Eddy Merckx, el segundo mejor ciclista de la historia, necesitaba demostrarle al mundo que era capaz de ganar la carrera más dura y primitiva del ciclismo. Y lo consiguió en 1981, pero le costó sangre: cinco caídas y cuatro participaciones. Este era el último precedente exitoso del descenso a los infiernos de un campeón del Tour en el velódromo André Petrieux del municipio de Roubaix, al este de Lille. Y mediado ya el camino de su vida deportiva, si se usa de molde los 14 años de carrera de Merckx y los siete que ya lleva encima el esloveno, Tadej Pogacar se vio de pronto en esta selva oscura.
En febrero, mientras preparaban juntos el Tour de Flandes, Pogacar acompañó a Roubaix a Tim Wellens a un track test en el velódromo, y aunque no estaba previsto, ambos hicieron el reconocimiento de los adoquines en el bosque de Arenberg, uno de los sectores más fuertes y míticos del “Infierno del norte”. Wellens, consciente del morbo que despertaría, colgó el video de Pogacar en redes sociales. “Vaya lío que me ha montado Tim con su video”, le texteó Matxin, su director de equipo, a Pogacar.. “Buah, pues me he divertido”...
Una semana después, desayunando en el hotel de concentración del UAE Tour, Pogacar le preguntó: “¿Crees que podría haber un lugar para mí?”. No era una locura pensarlo algún día en Roubaix —Matxin, en octubre del año pasado, ya le había hecho el inception sugiriéndolo de manera ligera al ver que este año no correría el Giro—, pero sí un riesgo de grandes proporciones: el peligro de caída y de dinamitar la temporada en la que hará el binomio Tour-Vuelta era muy alto. La última vez que un campeón defensor del Tour rodó por estos adoquines había sido hace 34 años con Greg LeMond, quien llegó a la meta en la posición 55. De este tamaño eran las líneas gruesas que se estaba saltando Pogacar con solo firmar la planilla.
La París-Roubaix, con sus 30 tramos de adoquines, que forman un total de 55 kilómetros repartidos en 259 planos, es una carrera para ciclistas pesados y potentes. El paradigma y la línea invisible indica que hay que pesar más de 75 kilogramos para aspirar: es por eso que este es un monumento inaccesible para los vueltómanos. Pogacar, con su 1,76 metros de estatura, pesa 66 kilogramos. Van der Poel (75 kg.), Van Aert (78 kg.), Ganna (76 kg.), Philipsen (75 kg.) y Pedersen (72 kg.), sus principales rivales, lo superan con ventaja en tamaño. Y Merckx, con los 1,85 metros de humanidad, era un caballo: 74 kilogramos que le permitían dictar el destino de las carreras. Hinault, que tenía dos centímetros y un par de kilos menos que Pogacar, era el único, y parecía el último, en lograr salirse de la matrix.
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Pero este domingo Pogacar lo ha conseguido y sin la necesidad de subir kilos que habrían ido en detrimento de sus objetivos en las grandes vueltas y en las cuestas más empinadas. Hace dos años, tras ganar su primer Tour de Flandes y dar su primer gran golpe como clasicómano por fuera de Lieja y Lombardía, los monumentos que mejor se le acomodan a su perfil, fue preguntado en la meta por los periodistas si tenía en sus planes correr algún día en Roubaix: “Hay que engordar unos kilos primero”.
La báscula sigue igual y Pogacar, a falta de San Remo —ya fue tercero dos veces— y de Roubaix, espera convertirse en el cuarto ciclista capaz de ganar los cinco monumentos tras Rick Van Looy, Roger de Vlaeminck y Eddy Merckx. Y en septiembre, si nada extraordinario ocurre, espera sumar la Vuelta a España a su palmarés y ser el octavo en ganar las tres grandes vueltas. Solo Merckx había sido capaz de completar ambos mundos —a Hinault le faltaron Flandes y San Remo— y Pogacar no está tan lejos de conseguirlo. Pero de frente ha coincidido con Van der Poel, uno de los mejores clasicómanos de la historia, tricampeón de la París-Roubaix y vigente ganador de la Milán-San Remo, para tachar los dos monumentos que todavía le faltan. Es la gran batalla deportiva de este 2025.
Ahora entramos en terreno del esloveno, en las Ardenas, en donde por características no estará presente Van der Poel: lo inédito es que Pogacar es el único capaz de pelear los cinco monumentos del ciclismo y su sola presencia ha cambiado la geopolítica de todas las carreras. Hay ciclistas y equipos que deciden su calendario en función de que esté o no Pogacar y las competencias han cambiado su naturaleza tradicional. Hasta las fugas son menos exitosas: en las grandes vueltas ya ha habido protestas de los propios corredores hacia él por querer ganar jornadas que en los códigos del libro de ruta están hechas para los equipos que van a cazar etapas. En el Giro de Italia pasado, tras un dominio insultante, incluso intentó lanzar a Juan Sebastián Molano en uno de los embalajes para velocistas.
La Milán San Remo, la carrera más extensa del ciclismo, se define en el Poggio en los últimos cinco minutos, es el monumento de los velocistas y hombres más rápidos. Pero este año, Pogacar, con sus seis cambios de ritmo, alternó la dinámica histórica de la carrera y por primera vez desde 1998 hubo ganador desde Cipressa, con el triunfo al embalaje de Van der Poel sobre Ganna y Pogacar, que lo seguirá intentando los años que vienen, por lo que las opciones de los velocistas ahora se ven más reducidas que nunca.
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Pogacar cambió la manera de correr en el ciclismo, inauguró una nueva era y cerró ese ciclismo de control cientifista del Team Sky de Chris Froome que se corría en bloque, neutralizando ataques y rematando con el líder en los últimos cinco kilómetros de las carreras. En el Tour de 2020, con un Jumbo corriendo en bloque, perfeccionando esa técnica con Primoz Roglic, Pogacar plantó una bomba en la etapa a contrarreloj del último día en Planche des Belles Filles, en la que sigue siendo una de las mayores exhibiciones de los últimos años. “No sé cómo Pogacar lo hizo. Es un mundo diferente del ciclismo y no puedo entenderlo”, fue la reacción de Roglic que capturó un documental que luego publicó el Jumbo y que sirven para ser tomadas como palabras inaugurales de esta era del ciclismo.
Fue una transición de un deporte aburrido y monocromático a uno de los más grandilocuentes y épicos, que rememora los ataques a 80 o 60 kilómetros de la meta que se leían en las crónicas de los periódicos de hace 50 años. Sabemos casi siempre el quién, pero no el cómo ni el cuándo: aunque tanto Van der Poel y Vingegaard se han parado como rivales generacionales dignos y capaces de ganarle.
Perder el Tour en 2023 ante Vingegaard representó para Pogacar un golpe moral que lo hizo progresar: cambió de entrenador, su manera de entrenar y lo vimos capaz de sostener por largos minutos números brutales luego de tres horas de carrera. Por eso intentar seguir su rueda en 2024 fue entrar en un agujero negro. Propuso el doblete Giro-Tour, algo que no se conseguía desde 1998 con Marco Pantani, y lo consiguió. El de 2025 es el Pogacar más clasicómano que buscará su cuarto Tour y su primera Vuelta. Y el de 2026 será el que, probablemente con las grandes vueltas completas, volverá a empalmar la San Remo con las clásicas de pavé y de las Ardenas.
“Gané la experiencia que hará que la próxima Roubaix no sea tan extrema para mí. Es toda plana, pero en términos de potencia, es la carrera más dura que he hecho en mi carrera. Estoy seguro que marqué los mejores números de mi vida”, dijo Pogacar en la meta, tras salir subcampeón luego la caída en el sector 9 a 38 kilómetros de la meta que lo sacó de la disputa, cuando ya había limpiado la carrera para definirla mano a mano con Van der Poel.
La historia la cuentan los vencedores, y esta vez el neerlandés ocupó la portada del diario L’Equipe, pero la verdadera declaración fue la del descenso de Pogacar a los infiernos… saliendo y viendo las estrellas.
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