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Soy ciclista por causalidad y estoy vivo de milagro

William Colorado, un pedalista pereirano de 19 años, cuenta la razón por la que llegó a este deporte y cómo después de un grave accidente aún sigue con vida para contarlo.

William Colorado* y Valentina Fajardo
25 de mayo de 2024 - 12:00 p. m.
El pedalista de 19 años William Colorado del Team GW Shimano.
El pedalista de 19 años William Colorado del Team GW Shimano.
Foto: Éder Garcés

A diferencia de muchos pedalistas, el ciclismo nunca fue mi primera elección. Nací en Santuario, Risaralda, mi papá, William Colorado, un fanático de este deporte y quien no pudo ser profesional por problemas económicos, intentó inculcármelo desde muy pequeño.

Bien recuerdo que fue él quien me enseñó a montar bicicleta. Esta era muy grande para mí a los 13 años, siempre me bajaba por San Antonio de la Marina y ese era el entrenamiento. Era una subida muy inclinada, de casi ocho kilómetros, y me tocaba subir algunos tramos caminando. Obviamente, le empecé a coger rabia al ciclismo y solo por darle gusto a mi papá lo seguí haciendo.

Nos mudamos a Pereira y para mantenerme alejado de los vicios que hay en las grandes ciudades, mi mamá, Elizabeth Osorio, quiso mantenerme en el deporte. Ella me metió a practicar fútbol, pero tras la constante insistencia de mi papá llegué a la Liga Risaraldense de Ciclismo.

Llegué a la escuela del profesor Julio César, pero al ser yo una persona tan despreocupada, la verdad el interés que tenía era muy poco. Había muchos pelados con gran talento que de verdad le metían la ficha y yo solamente entrenaba dos o tres días por cumplirle a mis papás.

Sabiendo que no era ni embalador ni nada, me decía a mí mismo: “¿para qué seguirme matando?”. Así que solamente me enfocaba en no caerme y en la clasificación al nacional, en la que solamente pasaban 40 ciclistas, llegaba de 39 en mi tanda. Penúltimo y todo, pero al fin y al cabo era un cupo, ¿no? Sin embargo, en la definitiva logré consagrarme como campeón.

Y Dios hace las cosas muy bien. En 2021, di con el profe Luis Alfonso Cely, quien me trajo al equipo Talentos Colombia y donde me formé no solo como ciclista sino también como persona. Me convertí en campeón nacional de ruta juvenil y viajé a Europa por primera vez. Ahí gané una de las tres carreras de las que participé. Incluso llegué a alcanzar un podio. Empecé duro, duro reduro, y un año después acabé mi última temporada como juvenil en el top 10 de la Vuelta Del Porvenir.

En 2023, logré participar del Tour de l’Avenir y el Giro de Italia sub-23. Además, he conocido a personas que se vuelven como familia, en especial a mi llavesita Diego Pescador. El Pesca ya es como mi hermanito.

He viajado por todo el mundo, he estado en Francia, Panamá, Corea del Sur, Italia, pero ¿puede creer que no conozco Venecia? Sé que pasé por las afueras; sin embargo, nunca tuve la oportunidad de caminar por sus calles y conocer. Algo que bien recuerdo fue un hotel en Sídney, Australia, que tenía una de las vistas más hermosas que creo existen. Me gustaba mirar por la ventana y ver cómo el mar se juntaba con el cielo, es de esas imágenes que quedan grabadas en la memoria por siempre.

Todo iba muy bien, en verdad estaba muy motivado, y llegó un accidente en marzo de este 2024 y, es que yo soy un milagro andante. Una vez una periodista me preguntó si quería hablar sobre eso y le dije: “Hágale tranquila, que esos traumas no existen. Eso es uno mismo el que se los impone”.

Estaba yo entrenando durísimo, durísimo, durísimo, creo que jamás en la vida había estado haciéndolo como este año. Así que llegué reventado para el Clásico de Rionegro, pero yo me decidí por correrla. El primer día corrí la etapa normal, yo siempre he sido terco y de muchas “huevas” y, con la ayuda de Dios, siempre termino lo que me propongo.

Arranqué y me decía “hágale, hágale”. Tan dura estaba que eliminaron a cuarenta y pico, ¿puede creerlo?, cuarenta y pico de casi 150 ciclistas… Al día siguiente llegó una etapa durísima, un repecho de subida muy duro. Yo seguía tan, tan, tan, pero ya llegó un punto en el que me dije “No, no más”.

Aunque me dijeron que hiciera un último relevo, yo ya estaba por desfallecer, pero a veces uno vuelve a revivir, ¿no le ha pasado? Eso me pasó a mí. Así que le metí para bajar a la lata. Tan, tan, tan. Imagínese que la velocidad máxima de ese día fue de 104 kilómetros por hora y ahora métale a eso una bicicleta que va bajando.

Iba muy cerca de los carros del equipo y, tenga, se me deslizó la llanta de adelante de la bicicleta. Caí rastrillado, sentí el quemonazo en el cuerpo, pero la verdad no me acuerdo de más. Entonces ahí fue dónde empezó el calvario.

Me cuentan que me estrellé primero con el cemento y la cabeza contra una señal de tránsito. Incluso hasta una cicatriz en forma de “T” me quedó en la ceja izquierda, de esas marcas que muestran que uno tiene recorrido en la vida. No sé cómo, pero yo intentaba pararme “Yo soy capaz, yo soy capaz”, le decía a quienes trataban de ayudarme, porque uno siempre quiere terminar, ¿cierto?

Cuando me di cuenta de que no podía más, me montaron en la ambulancia y ahí les pedí que me quitaran la camisa porque ya no podía ni respirar. Ya con una bata, me sentía mejor… si es que así se puede decir. Cuando llegué a la clínica empecé a escuchar ese “hay que operar, hay que operar ya”. La verdad no me acuerdo de mucho, solo de a pedacitos y pensaba “¡¿Operar?! ¿Cómo así?”, pero claro, nadie me podía leer la mente.

Yo quería llamar a mi mamá, ya lo había pedido desde que me caí de la bicicleta. Insistí e insistí hasta que me dejaron. Vea lo que le dije: “Ma, me caí, yo estoy bien, pero no vaya a venir”. Aunque me dolía todo, pero no sé cómo alcancé a hablar con ella, con mi papá, con mi prima, con mi mejor amigo, con mi novia. Me faltó fue llamar al perro.

Me dormí ese día y desperté cuatro después tras un coma inducido. Aunque inicialmente habían dicho que me tenía que someter a cuatro cirugías, ya que se me dañó el hígado, el intestino y el páncreas se me desprendió. Pero finalmente me hicieron solamente dos. Todo un suertudo, ¿verdad?

Mientras estuve en la UCI, dizque se murieron siete personas, menos mal no fui la octava. Recuerdo que desperté cubierto en gasas y por susto me retiré la sonda que tenía en la nariz y estaba conectada con el estómago, que aparecer fue la que me estuvo alimentando durante esos días. Levante la mirada y ahí estaban todos: mi mamá, mi papá, mi abuela, mi tía, mi primo, mi prima, mi novia. Cuando le digo que casi toda la familia fue es porque estaba ahí para ver el milagro de Dios.

Imagínese que a los siete días exactos del accidente, llegó el médico que me operó, por supuesto yo nunca lo había visto. Le agradecí y me preguntó como estaba “No, no, una belleza, uno a. Pero ya me mamé de estar acá” y me mandó para la casa. Me sorprendí, yo estaba era preparado pa’ quedarme ahí en el hospital un mes y seguir viendo a las enfermeras. Eso del cuerpo humano es increíble, ¿no le parece?

Pasaron los días, ya se me había recuperado un poco y el médico me dijo el tiempo de recuperación: ocho meses. ¡¿Ocho meses?!, yo no me veía lejos de las bicicletas por tanto tiempo, eso era mucho y, además, el año solo estaba empezando.

Tras el accidente muchos se cuestionaron si debía seguir como ciclista y me incluyo en ese grupo. Por mi cabeza pasaban muchas cosas, en especial que ese era el momento en el que acabaría todo; era mejor dejar así. Todo eso tan peligroso y sí, sobreviví, pero puede que el universo no perdone dos veces.

Pero mi mamá, aunque sabía el riesgo, siempre me apoyó y cómo la buena madre que es nunca me dijo que lo dejara. Paradójicamente, fue mi papá el que me dijo que me retirara. El hombre que me introdujo en el ciclismo me estaba pidiendo que no lo hiciera más. Pero no, yo decidí seguir y después de ese zarandaso acá me tiene corriendo la Vuelta a Antioquia.

Yo soy una persona muy devota y algo que reflexioné con el accidente es que Dios sabe cómo hace sus cosas. A pesar de que estaba listo, enfocado, llegó ese frenazo. Me dije a mí mismo “tal vez Él sabía que iba a pasar, ya que nadie más puede hacerlo”. Ahí es cuándo entendí que a pesar de que uno quiere hacer las cosas, es Dios quien elige cómo y cuándo. Así que ahora vivo la vida un pedalazo, una etapa, una vuelta, un día a la vez.

*Entrevista y texto adaptado por Valentina Fajardo

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Por William Colorado*

Por Valentina Fajardo

Comunicadora social y periodista e historiadora con énfasis sociocultural de la Universidad Javeriana. Principal interés en la historia deportiva, el fútbol y el tenis.@valfajardomvfajardo@elespectador.com

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