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La influencia de los clubes en la identidad del fútbol colombiano I

De los peruanos del Cali a los uruguayos del Cúcuta. Argentinos en todo lado y brasileños en la Costa. “¿A qué jugamos?”, nueva entrega.

Luis Guillermo Ordoñez
12 de septiembre de 2022 - 08:19 p. m.
Manuel Drago, Guillermo Barbadillo, Valeriano López, Máximo Vides Mosquera y Luis 'Tigrillo' Salazar, los integrantes del famoso Rodillo Negro del Deportivo Cali, en 1949.
Manuel Drago, Guillermo Barbadillo, Valeriano López, Máximo Vides Mosquera y Luis 'Tigrillo' Salazar, los integrantes del famoso Rodillo Negro del Deportivo Cali, en 1949.
Foto: Mundo Fútbol

La principal herencia que le dejó la época de El Dorado al fútbol colombiano fue la mezcla de los estilos que influenciaron a los jugadores locales. Si bien hay un marcado dominio de la escuela argentina, otras dejaron huella en algunos clubes del naciente balompié profesional, así como en las ciudades y regiones que se identificaron con una manera específica de jugar y de vivir.

Hasta 1948, cuando se disputó el primer torneo rentado, los futbolistas criollos eran aficionados a quienes les gustaba el deporte y cuyos referentes eran escasos, algunos jugadores extranjeros que habían llegado al país con el ánimo de colonizar un mercado en desarrollo. Y como no existían ejemplos y la información era escasa, no sabían cuál era el camino.

Mire de este especial: Los primeros héroes del fútbol colombiano y el mito de la identidad

Sin embargo, con la creación del campeonato, en el segundo semestre de 1948, de la mano de Alfonso Senior y compañía, se hizo necesario contratar jugadores foráneos para darle mayor nivel al torneo y hacer atractivo el nuevo espectáculo que generaba curiosidad en la sociedad colombiana y que además le servía al gobierno para distraerla, pues seguía convulsionada por la violencia bipartidista agudizada a raíz del Bogotazo, cuando fue asesinado el líder político Jorge Eliécer Gaitán.

“Hablar de un estilo antes de eso es complicado, aunque había una selección del departamento del Valle, que era poderosísima, con jugadores de calidad, y varios clubes jugaban con regularidad y hacían giras nacionales e internacionales. Difícil determinar cuál era su identidad, a qué jugaban, pero ya desde el 48 sí que se puede evaluar, porque hay estadísticas, registros y memoria”, explica el historiador Guillermo Ruiz Bonilla.

De este especial: Adolfo Pedernera, el que pedía no matar a Dios a pelotazos

Tras ese primer torneo de 18 fechas con 10 equipos, que ganó Independiente Santa Fe, en 1949 comienza El Dorado. A los clubes bogotanos llegaron jugadores argentinos de la mano de Adolfo Pedernera, quien fue el primero. Lo trajo Alfonso Senior para Millonarios, pero “El Maestro”, un visionario, le recomendó al directivo traer más refuerzos aprovechando la huelga de futbolistas en Argentina.

Los peruanos de Cali, América y Medellín

Curiosamente, Deportivo Cali hizo una apuesta diferente. Por recomendación de Carlos Carrillo Nalda, técnico peruano que dirigió al cuadro cardenal que se coronó como primer campeón, amigo del industrial vallecaucano Carlos Sarmiento Lora, el club azucarero contrató al entrenador Adelfo Magallanes, exitoso exjugador y entrenador del Alianza Lima.

Tras él, y atraídos por los buenos salarios que les ofrecían los dirigentes, llegaron Guillermo Barbadillo, Valeriano López y Máximo Vides Mosquera, los integrantes del famoso Rodillo Negro que, al lado de Luis Tigrillo Salazar y Manuel Drago, conformaron una histórica delantera inca en el equipo que logró el subtítulo del 49, detrás de Millonarios.

Valeriano López era un goleador de talla mundial, pero también muy amigo de la noche y la bohemia, lo que le causó muchos problemas. Se dio el lujo de rechazar una oferta de Santiago Bernabéu para ir al Real Madrid, cuando el dirigente español gestionó la ida de Alfredo Di Stéfano, quien jugaba en el ballet azul al lado de otro talento peruano, Ismael Soria.

También del especial: Cali vs. Millonarios: recuerdos del clásico añejo del fútbol colombiano

En vista de los buenos resultados, América siguió el ejemplo de Cali y le apostó a la escuela peruana. En 1950 trajo a Félix Castillo, Rigoberto Felandro, Gerardo Arce, Alfredo Cavero, Rafael Goyeneche, Gilberto Torres, Leonidas Mendoza y Carlos Gómez. En el segundo clásico de ese año, el 27 de agosto, doce futbolistas peruanos fueron titulares en la victoria 3-2 de los escarlatas.

Por esos años, Medellín alcanzó a tener catorce jugadores incas en su plantilla, que fue conocida como la Danza del Sol, entre ellos Juan Castillo, Enrique Perales, Félix Mina, Reinaldo Luna, Andrés Bedoya, René Rosasco, Agapito Perales, Luis Navarrete, Norberto Tito Drago, Constantino Perales, Segundo Castillo y Luis Caricho Guzmán.

La mayoría de los nombrados eran jugadores talentosos, de buena técnica y habilidad, pero moderada preparación física. No tenían el hábito de entrenarse y cuidarse bien, lo que marcó una gran diferencia con los argentinos de la época que, comandados por Pedernera, Alfredo Castillo, Alfredo Di Stéfano, Julio Cozzi y Nestor Raúl Rossi, dominaron el torneo.

“El futbolista peruano es calidoso, rápido mentalmente, de mucha inteligencia de juego”, explica César Cueto, uno de los grandes ídolos del balompié de ese país, quien estuvo décadas después en Colombia, jugando para Nacional, América y Deportivo Pereira. “Y aunque ha mejorado mucho y cada vez es más profesional, la mentalidad sigue siendo su talón de Aquiles. Nos cuesta todavía equipararnos con argentinos, uruguayos y brasileños en actitud y jerarquía”, agrega. Sus palabras podrían aplicarse al pie de la letra a la mayoría de los jugadores colombianos de todos los tiempos. Tan parecidos somos, que hasta las historias mundialistas son similares. Perú ha ido cinco veces, Colombia seis. Y así como la tricolor tuvo su auge en los años 90, el de la bicolor fue en los 70, cuando su toque-toque animó los torneos que se disputaron en México y Argentina.

Los brasileños del Júnior: cantidad y calidad

Atlético Júnior disputó la liga de 1948 solamente con futbolistas colombianos, que fueron la base de la selección colombiana de jugó la Copa América de 1949, y cuando todos los equipos comenzaron a traer extranjeros miro hacia Brasil. Sentían los directivos de la época que su idiosincrasia era más parecida a la nuestra y que se adaptarían mejor a la ciudad.

Los primeros en llegar fueron el delantero Edgardo Pinho y el volante Haroldo Carijo, que no eran jugadores muy representativos en su país. Poco después, el dirigente Mario Abello contrató nade más y nada menos que a Heleno de Freitas, uno de los más grandes futbolistas brasileños de la historia. “Crack, buena vida, le gustaban el licor, las mujeres, la fiesta, la música. Así como tenía partidos gloriosos, había otros en los que no aparecía”, recuerda Guillermo Ruiz.

Con él llegó Elba de Padua Lima (Tim), quien había jugado el Mundial de Francia 1938. Después vinieron hombres como Vivinho, Doribal Pereira, Plinio Adao, Demostenes Cesar y Waldir do Espíritu Santo, pero la tradición brasileña en el conjunto tiburón se cortó con la desaparición del club, en 1953. Cuando regresó, en 1966, trajo varias estrellas brasileñas, encabezadas por Edvaldo de Santa Rosa (Dida), campeón del mundo en 1958, Othon da Cunha, Benedicto Ferreira, Waldir Cardoso (Quarentinha), Pepe Romeiro y Armando Miranda.

Pero el refuerzo más sonado fue el de Manuel Francisco do Santos (Garrincha), super figura del Botafogo y la selección brasileña campeona en Suecia 1958 y Chile 1962, a quien acordaron pagarle por partido jugado. Y para él fue debut y despedida. Actuó contra Santa Fe en la derrota 3-2 en Barranquilla. Fue borrado de la cancha por Roberto Prieto, quien lo marcó. Y la figura del juego fue Alfonso Cañón.

Sin embargo, la relación entre Júnior y el fútbol brasileño ya estaba sellada y ha mantenido a través de los años con jugadores como Luis Carlos Cunha, Eduardo Texeira Lima (Maravillita), Walter Moraes (Waltinho) y más adelante Eduardo del Valle (Chiquinho) y Víctor Ephanor. Más allá de que con ellos el club barranquillero no consiguió títulos, marcaron un estilo de juego definido, toque, filigrana, fantasía y diversión más allá del resultado.

Los paraguayos del Pereira y los uruguayos del Cúcuta

La cercanía del fútbol paraguayo con el Deportivo Pereira tiene un responsable: El técnico guaraní César López Fretes, quien dirigió al club matecaña entre 1964 y 1970, cuando, por supuesto, se la jugó con compatriotas suyos para reforzar el plantel, como Ángel Chávez, Isaías Bobadilla, Andrés Recalde, Aurelio Valbuena, Benito Galeano y Casimiro Ávalos, el máximo anotador en la historia del equipo, con 141 goles.

Ese equipo quedó tercero en el torneo rentado apostándole a la seguridad defensiva, a pararse bien atrás y a contra atacar. En Paraguay se jugaba con líbero y doble stoppers, a la italiana. Fue una época gloriosa en la que los risaraldenses no lograron títulos, pero se ganaron el respeto de todos sus rivales y sellaron su amor con el balompié guaraní, pues otros paraguayos que jugaron en Pereira en esos años fueron Miguel Ángel Sosa, Arístides del Puerto, Mario Rivarola, Crispín Verza y Aurelio Valbuena.

Más de “¿A qué jugamos?”: Ochoa Uribe y su selección suramericana en el América de Cali

Después, en los 80, América y Cali tuvieron también una marcada influencia guaraní, más por calidad que por cantidad. En la base de los diablos rojos pentacampeones estaban Gerardo González Aquino, Juan Manuel Battaglia y Roberto Cabañas, bajo las órdenes del legendario Gabriel Ochoa Uribe. Y en Cali brillaron también Roberto ‘Gato’ Fernández, Buenaventura Ferreira, Jorge Amado Nunes y Alfredo ‘Coco’ Mendoza, mundialistas en 1986.

Cúcuta ha sido casa de futbolistas uruguayos. En 1950, el dirigente Hernando Lara Hernández, siguiendo el consejo de Alfonso Senior, viajó a Argentina a buscar jugadores, pero terminó en Montevideo debido a una huelga de operadores aéreos que le impidió aterrizar en Buenos Aires. Ya en territorio charrúa contactó a un empresario que le ofreció al delantero Ramón Villa y a José Omar Verdún, quien se convertiría en el goleador histórico de la institución.

También llegaron a la capital nortesantandereana Schubert Gambetta y Eusebio Tejera, quienes había sido protagonistas del Maracanazo, el segundo título mundial de los charrúas. Ya ese vínculo no se pudo romper y cada que el club buscaba un refuerzo lo hacía en Uruguay, cuna de jugadores luchadores, fuertes y temperamentales. Algunos de los más recordador por la afición son Marcelo Refresquini, Charles Castro, Mateo Fígoli, Juan Carlos Toja, Juan Eduardo Hohbergh, Víctor Pignarelly, Miguel Ángel Puppo, Ricardo ‘Tito’ Viera, Sergio Santín.

El Quindío “Made in Argentina”

En 1951, en plena huelga de futbolistas en Argentina, se constituyó un equipo para hacer una gira por Suramérica y permitirles a sus integrantes recaudar algún dinero. Se llamaba Rosario Wanders y estaba manejado por José Próspero Fabrinni.

Después de un partido en Armenia, los dirigentes cafeteros les ofrecieron a los jugadores que se quedaran en el país y representaran al departamento en el campeonato nacional.

De los 14 jugadores, 11 decidieron aceptar e integrar el plantel profesional del Deportes Quindío, entre ellos Roberto Benitin Urruti, quien jugó 12 años en la institución (323 partidos y 91 goles) y es uno de sus grandes ídolos pues logró el título de 1956, el único en primera división.

Zubeldía en Nacional, Bilardo en el Cali

Aunque históricamente está claro, y se evidencia en este especial, que la mayor influencia en el fútbol colombiano ha sido la de Argentina, fue en los años 70 cuando se consolidó, de la mano de Oswaldo Juan Zubeldía y Carlos Salvador Bilardo y su famosa escuela de Estudiantes de La Plata.

Zubeldía llegó a Atlético Nacional en 1976, tras negociar con Hernán Botero Moreno, el entonces máximo accionista y presidente de la escuadra verdolaga. Cambió todos los métodos de entrenamiento e impuso sus reglas, con las cuales conquistó el campeonato colombiano en su primera temporada. Repitió título en 1981. Hizo énfasis en el trabajo táctico, la preparación física y el aprovechamiento del reglamento, con el único objetivo de ganar, sin importar la forma.

Su huella fue tan profunda que varios jugadores de ese equipo se volvieron técnicos, como Francisco Maturana, Hernán Bolillo Gómez, Eduardo Retat, Norberto Peluffo, Pedro Sarmiento y Hernán Darío Herrera, entre otros. “Al jugador hay que hablarle siempre, explicar las razones de cada determinación, para que la entienda y la pueda aplicar”, decía.

Algo parecido hizo Carlos Bilardo en el Cali. No logró ser campeón, pero llegó a la final de la Copa Libertadores de 1978, que perdió con Boca Juniors. En ese plantel azucarero estuvieron Fernando Pecoso Castro y Diego Umaña, después exitosos entrenadores que aplicaron las enseñanzas del “Doctor”.

En esa década del 70 también se presentó surgió una inusual influencia del fútbol yugoslavo. Comenzó cuando Independiente Santa Fe cuando contrató a Toza Veselinovic como técnico y al estelar Dragoslav Sekularac como jugador. El éxito fue tal, que, en pocos meses, Toza pasó a dirigir la selección nacional que clasificó a los Olímpicos de Múnich. Vladimir Popovic se encargó de Santa Fe y lo sacó campeón. Popovic repitió título con Cali en 1974. A la era yugoslava se sumó después Blagoje Vidinic, que fracasó en el intento de clasificar a la selección al Mundial de Argentina en 1978.

Ese momento yugoslavo, algo fugaz, le enseñó al fútbol colombiano la importancia de la preparación atlética y el cuidado físico, las ventajas de la planificación y la necesidad de poner el talento individual al servicio del colectivo.

De hecho, la generación dorada de nuestro balompié fue esa con la que Maturana puso en práctica lo que les aprendió a Zubeldía y Bilardo. Fue esa filosofía la piedra angular de su proyecto en Atlético Nacional, base de la selección que fue a Italia 1990, que después modificó o desarrollo gracias a los intérpretes que tenía y con los que podía tener mayor posesión de balón y ejecutar el toque-toque que le gustaba.

Eran tan marcadas esas influencias extranjeras que probablemente fue lo que les faltó a los futbolistas de la década del 2000, cuando hubo una marcada ausencia de referentes foráneos, más allá de que existieran ya espejos nacidos en Colombia que les servían de ejemplo.

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