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Tres vidas, un sueño: la vida tras un balón

Las historias de Juan Esteban Sánchez (Rolo), Mateo Ramírez (Pito) y Mateo Peña (Peña), tres soñadores que viven en Envigado en una casa hogar y anhelan triunfar con la pelota en sus pies y los goles en el alma.

Geraldine Jiménez, CrossMediaLab - Universidad Jorge Tadeo Lozano
08 de julio de 2020 - 04:00 p. m.
Mateo Ramírez (Pito), Mateo Peña (Peña) y Juan Esteban Sánchez (Rolo), en el calentamiento para iniciar entrenamiento en Bello, Antioquia, con la Sub 17 del Club Tiendas Margos.
Mateo Ramírez (Pito), Mateo Peña (Peña) y Juan Esteban Sánchez (Rolo), en el calentamiento para iniciar entrenamiento en Bello, Antioquia, con la Sub 17 del Club Tiendas Margos.
Foto: Geraldine Jiménez

Todo comenzó el 12 de febrero del año 2020. Ese día conocí a Juan Esteban Sánchez (Rolo), Mateo Ramírez (Pito) y Mateo Peña (Peña). Ellos tienen un sueño en común: debutar en el fútbol profesional colombiano. Los tres viven en Envigado, un municipio antioqueño a un poco más de 11 kilómetros de Medellín, en una casa hogar asignada por el Club Tiendas Margos, una cantera que pertenece al equipo Envigado Fútbol Club. Allí están a cargo de Jorge Sánchez, padre de Juan Esteban.

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Mateo Ramírez nació el 20 de diciembre de 2004 en Tumaco, Nariño, mismo lugar de nacimiento de Frigerio Payán, el primer futbolista colombiano en jugar en el exterior. Frigerio Payán fue un futbolista suizo nacido en Colombia que, como delantero de Young Fellows Zurich, ganó la Copa Suiza en 1936 y el campeonato nacional de liga con el FC Lugano en 1941. Pito, como lo llaman, es moreno, mide un poco más de un metro y setenta centímetros, tiene cabello crespo, teñido de rojizo, con el que lucha a diario después de ducharse. “La presentación personal es muy importante”, dice con acento caleño marcado, siempre está riendo.

Su vida no ha sido fácil. Cuando tenía cinco años empezó a entrenar en la Escuela de Formación deportiva KUTY, la escuela de fútbol de su barrio. Allí estuvo entrenando hasta el 2013. Próximo a cumplir nueve años, se enfrentó cara a cara con el terror de la violencia de las llamadas fronteras invisibles -que aún están presentes en Cali-, por un error que cometió uno de sus hermanos. Allí, donde nada es perdonado y nadie se queda con ninguna deuda pendiente, prendieron fuego a su casa. Su hermano tuvo que hacerle frente a la justicia, quiso, como otros dirían, vengarse, pero su madre, Doris Ramírez, no lo permitió.

La familia de Mateo decidió mudarse del barrio, dejando todo lo que tenían convertido en cenizas. Entre ladrillos consumidos por las llamas también se quedó el sueño que Pito, desde pequeño, había estado construyendo: llegar a ser un futbolista profesional como el jugador que más admira: Lionel Messi. “Le dije a mi familia que con esfuerzo podíamos conseguir todo lo que nos propusiéramos. Que ser de barrio no nos debe obligar a pensar como el barrio, siempre se debe intentar ser mejor”. No obstante, Pito tuvo momentos de duda. Había ocasiones en las que pensaba que “jugar fútbol no servía para nada y estudiando lograría todo”, estaba enfocado en su objetivo.

En 2017 lograron volver a construir su casa sobre las cenizas. Con el apoyo de su mamá y sus hermanos, decidió volver a entrenar en la escuela de fútbol sin pensarlo. Quería ser el mejor volante de marca. En 2018 jugó Liga, y fue durante el torneo que el Independiente Medellín lo descubrió y lo fichó a principios del 2019. Juan Pablo Upegui, el ojeador de Envigado, le propuso irse a jugar con Margos, donde conoció a Rolo y Peña.

Tuvo que dejar en Cali a su familia, su hogar, su escuela, sus amigos, pero siente que los lleva en su corazón. Sueña con debutar para que su mamá, sus hermanos y todo el barrio, ese que lo vio crecer, se sientan orgullosos de él. Quiere tener éxito para ayudar a las familias que están en condición de hambre y calle, también a los niños que, como él, a sus cinco años corren felices persiguiendo una pelota, soñando convertirse en su más grande ídolo.

Además de jugar fútbol, Pito disfruta haciendo reír a sus seguidores en redes sociales. Según él, es otra manera de meter goles, pero en forma de risas, donde la gente y sus conocidos le comentan, lo felicitan y se mofan al sentir que se identifican con algunas de las cosas que publica o los videos que hace. Menea la cintura con auténtico sabor caleño cuando le gusta lo que ve en el celular.

Según Jorge Sánchez, la persona que lo cuida, Pito es el más organizado y responsable con la escuela. Se sienta en el comedor y arma un desorden de hojas y esferos pero, cuando acaba, los recoge y celebra a veces bailando.

Mateo no solo quiere ser un futbolista profesional, quiere estudiar Contabilidad, es hábil con los números, según él, el club les exige continuar estudiando luego de graduarse, dice que puede estudiar en las mañanas y entrenar en las tardes, que su sueño es flexible con él, y que además, quiere demostrarle a sus hermanos que no solo es ir tras un balón, que también hay que saber más cosas y ser bueno en todo lo que se propone.

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Juan Esteban Sánchez nació en Bogotá el 23 de febrero 2006. Mide un poco más de un metro con setenta, es trigueño, su cabello es negro azabache, tiene ojos rasgados y de color café profundo. Una línea divide el arco de la ceja izquierda. Siempre tiene en su rostro una expresión seria, con el ceño fruncido, pero al parecer no se percata de eso, pues cuando le hablan, en su rostro se muestra una sonrisa. El acento del Rolo, como lo llaman, ha cambiado. Parece que toda la vida hubiese vivido en Medellín.

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Empezó a jugar fútbol desde los siete años en una cantera del deportivo Cali en Bogotá. Jorge Sánchez, su padre, decidió sacarlo de allí completamente seguro de que su hijo tenía mucho potencial. Jorge habló con el entrenador de la filial del Envigado en Bogotá, Rolo presentó las pruebas y fue aceptado.

Juan Esteban llegó a este equipo para finales del 2018. A los tres meses de pertenecer a la filial del Envigado, juega la IV Copa Internacional River Plate de Medellín. Mientras se jugaba este torneo, Juan Pablo Upegui se da cuenta del rendimiento deportivo que el Rolo tenía. Quedó como goleador, así que Upegui le propuso quedarse en Medellín más tiempo para que jugara con el equipo Margos. Jorge Sánchez y su hijo aceptaron.

Luego de jugar el torneo con Margos, regresó a Bogotá. Upegui se contactó con quien era el entrenador de Juan parra la época y manifestó el interés que el joven despertó en él. Luego de muchas llamadas y reuniones con los padres de Juan, todo estaba casi listo. Solo faltaba que Juan Esteban aceptara. Al principio no estaba entusiasmado, no quería dejar su escuela, sus amigos, tampoco a su mamá y a su hermano. No quería llegar a una ciudad donde no conocía a nadie y le aterraba dar ese paso, sin saber a que lo llevaría a ser uno de los jugadores más destacados de la Sub 14 de la cantera Margos, y a los siete meses de estar en Medellín, también se empezó a destacar con la Selección Antioquia.

Jorge Sánchez le dio a Juan una de las mejores enseñanzas que un padre puede dar a su hijo: las oportunidades solo se presentan una vez en la vida. El Rolo viajó a Medellín por órdenes de su padre, con el tiempo se lo agradeció. Le costó un par de meses adaptarse, llamaba a su madre para decirle, entre otras palabras, que quería regresar. Su madre, frente a él, se mostraba fuerte, pero luego de colgar lloraba y llamaba a Jorge para decirle que no estaba bien obligarlo, Jorge decía que era un proceso y que pronto se le pasaría.

Tiempo después, Juan Esteban empezó a disfrutar su estancia en Medellín, su nueva escuela, sus nuevos amigos. Pronto se fue posicionando como uno de los jugadores más destacados del club. La selección Antioquia abrió convocatorias para una liga que se jugaría en Bogotá, a las que se presentan los cinco mejores jugadores de cada club. Luego de las pruebas pertinentes, Rolo empezó a hacer parte de la Selección Antioquia, él y todos los demás niños del equipo, tenían la misma meta: ser los mejores del torneo. Llegaron a Bogotá, sin conocerse, sin hablar mucho y solo con dos días de entrenamiento previo. Rolo compitió con un delantero del equipo Bogotá por el título de goleador: ambos marcaron 13 goles en el torneo. Al final, fue otorgado a su contrincante porque su equipo fue el campeón del torneo mientras que el equipo del Rolo quedó subcampeón.

Aprendió entonces que en la vida vas a tener que enfrentarte con personas igual o mejores que tú. En su palmar ya tiene otro trofeo como goleador. Lo obtuvo en la liga de Medellín, en la categoría sub 13 con la Selección Antioquia.

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Mateo Steven Peña nació en Tauramena, Casanare, el 1 de mayo del 2005. Mide un metro con setenta centímetros, es de piel blanca, ojos pequeños color café claro, su cabello es castaño y tiene aún rastros de un tinte. Es el más callado de todos, su acento es más difícil de descifrar.

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Juega fútbol desde los cinco años en el Club Chivas. Es hijo de José Peña, un soldador, y de Jenny Camargo. Peña lleva dos años en Medellín, dice que dejar a sus papás en el pueblo fue lo más difícil. Con el tiempo ha aprendido a no dejarse consumir por la tristeza que lo invadía los primeros meses. Ha vivido en varias casas hogar pero se ha sentido muy agusto en la que vive ahora: en las anteriores no dormía bien porque eran muchas personas y poco espacio.

En el 2017 jugó con Chivas el Pony Fútbol, un torneo importante en Medellín. Allí llegaron a la final del campeonato. Allá también estaba Upegui, el ojeador de Envigado. Lo contactó, pasó el proceso, y en 2018, cuando llegó a Medellín, tuvo una reunión con Upegui, donde le dijeron que el proceso con Envigado se había acabado, que ahora iniciaría un proceso para hacer parte del equipo que iban a crear: Club Tiendas Margos.

Desde que hace parte de Margos ha participado en dos torneos: la liga y el torneo nacional. Juega como delantero, igual que Rolo. Al preguntarle por su vida académica ríe con nerviosismo y responde: “Mal, no tengo buenas notas, me aburre el colegio”. Su papá le dijo que, si seguía así, lo iba a hacer regresar al pueblo, porque debía aprender a ser responsable, y que por ser buen jugador, no debía dejar de lado la educación. Estudia en el Colegio José Manuel Restrepo Vélez, cursa grado noveno, por segunda vez.

Jorge Sánchez es la persona que los cuida, está pendiente que nada les falte en la casa donde viven. Tiene 66 años, su cabello tiene ambos colores del yin y el yang. Mide más de un metro con ochenta, tiene una risa fuerte y siempre está haciendo mofas, que entre otras cosas, pueden ser regaños para Rolo y Peña. Cuando Rolo dice “el que inventó el colegio era muy bruto”, sin pensarlo Jorge le contesta: “Bruto el que piensa eso”, y ríe.

Jorge dice que le gusta la tranquilidad del barrio y que disfruta estar con su hijo, acompañarlo en cada entreno, partido y torneo. Confiesa que fue duro dejar el resto de su familia en Bogotá, pero asegura que el esfuerzo por estar con Rolo, su hijo, algún día tendrá frutos.

Mary Hernández, madre de Rolo, es de piel blanca y tiene el cabello teñido de rubio. Sus ojos son pequeños, de color café. Es una persona sentimental. Los primeros meses después de la partida de su esposo y su hijo tras de un sueño, lloraba mucho. Buscaba la manera de estar ocupada con tal de evitar recordar lo mucho que los extrañaba. Por ahora se conforma con visitarlos cada vez que su trabajo se lo permite.

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Envigado está catalogado como uno de los equipos que se dedica a formar jugadores con grandes capacidades para que lleguen al exterior. El equipo se encarga de cubrir los gastos básicos, como el arriendo y la comida, de los jugadores fichados en otras ciudades. Los jóvenes, por su parte, deben cumplir con buen rendimiento deportivo y respetar las normas de convivencia.

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Según Matheo Gómez, jugador profesional de la Equidad Seguros con la sub 20, tener a la familia cerca en el proceso de crecimiento futbolístico es muy importante. Se siente afortunado porque no ha tenido que irse del lado de su familia y dice que, aún teniéndolos cerca, le da tristeza no poder asistir a las fechas especiales como cumpleaños y reuniones. No imagina cómo hacen sus compañeros que sí deben estar lejos de su familia todo el tiempo, pues es más difícil cuando se es menor de edad.

“Realmente es de admirar el sacrificio, la disciplina, la fortaleza mental y emocional de los jugadores que se han encargado de trabajar en su talento para obtener su objetivo”, se lee en un artículo de la Revista Libre Pensador, de la Universidad Externado.

Según un artículo del diario El Colombiano, “cuando un equipo exterior ficha a un jugador, los buscan desde los 9 o 10 años. Así los equipos que compran el pase de los jugadores se ahorran el pago de los derechos formativos”. Eso quiere decir, que si alguno de los personajes de esta historia llegase a debutar, aquí o en un equipo del exterior, deberán pagarle al Club Tiendas Margos sus respectivos derechos de formación.

La revista Redmas, en la crónica escrita sobre el fútbol, el autor se pregunta: “¿Está bien que un pequeño de 13 años lo deje todo, digo, su país, su ciudad, sus padres, sus amigos, sus afectos, con la vana excusa de que será un Messi o un Ronaldo? ¿Son conscientes los padres del nivel de presión y responsabilidad que están poniendo sobre los hombros de sus pequeños hijos?”. Basta con ver el brillo en la mirada de Pito, Rolo y Peña, para darse cuenta de que entienden el sacrificio que hacen por alcanzar su sueño. Ahora está en sus manos, o mejor, en la calidad de sus pies.

Por Geraldine Jiménez, CrossMediaLab - Universidad Jorge Tadeo Lozano

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