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Para José, el papá de Paolo Guerrero, era común llegar a su casa en el distrito de Chorrillos, en Lima, y que su esposa le diera quejas por los daños que había hecho su hijo. Jugaba con una pelota y rompía todo. “No te preocupes que todo se puede reparar”, dijo el alcahueta, mientras que Petronilla, su madre, exigía unas palmadas para que aprendiera a estarse quieto. Jugar fútbol en la calle fue la mejor solución para su hiperactividad. (Lea: Agridulce regreso de Perú a una Copa del Mundo)
Fue su tío José González Ganosa, más conocido como Caico, quien lo hizo hincha del Alianza Lima, equipo del que portaba orgullosamente su uniforme cuando apenas caminaba. En varios encuentros salió a la cancha de la mano de él, quien era arquero titular de la selección peruana. Conoció a los jugadores, entendió lo que significaba estar en un camerino y quizás fue esa experiencia vivida la que lo motivó a querer ser futbolista.
Después de estudiar, entrenaba con la escuela del Alianza Lima y cuando salía, su padre lo llevaba a una de las playas de Chorrillos para perfeccionar algunos aspectos de juego. Le decía que tenía que parar la pelota como Perico León y cabecear como Valeriano López. Además que, si quería ser un futbolista completo, debía dominar el balón con los dos pies. (Le puede interesar: Mal debut para los equipos suramericanos en Rusia)
Ese instinto de superación, de buscar por medio de la repetición y el no cometer errores, fue lo que lo impulsó a consolidarse como una de las joyas de la cantera del equipo limeño. Allí coincidió con su hoy compañero de la selección peruana, Jefferson Farfán. Armaron una dupla temible en las divisiones juveniles, sin embargo, nunca compartieron en la plantilla profesional.
El formador de jugadores Constantino Carvallo Rey, ya fallecido, fue el encargado de pulir cada una de sus jugadas hasta que partieron a competir a Europa. Con el tiempo se convirtieron en referentes del equipo nacional.
Al Bayern Múnich de Alemania llegó Guerrero, aun siendo menor de edad, para seguir mejorando su juego. Estuvo un tiempo en el tercer equipo, luego en el segundo, y tras marcar más de 50 goles pasó al plantel profesional, en el que no logró marcar tanta diferencia. Claro que sus anotaciones fueron lo de menos, esos pocos minutos en cancha le sirvieron para llamar la atención de otro grande alemán, el Hamburgo, con el que sí brilló. (Puede leer: Incomprendido por muchos, valorado por pocos: el método Osorio)
Ese crecimiento se dio al mismo tiempo que su posicionamiento como uno de los artilleros más poderosos de la selección de su país. En 2016 se convirtió en el máximo anotador en la historia de la blanquiroja, con 35 tantos, superando a Teófilo Cubillas. Ahora que logró el objetivo de clasificar y disputar sus primeros minutos en un Mundial de Fútbol, buscará conseguir su primera anotación. “Hacer gol en una Copa del Mundo es algo que todo futbolista espera. Yo voy a buscar el mío”, confesó el 9.
Luego de la incertidumbre de no saber si podría jugar el Mundial y de ganar las batallas ante los que querían quitarle la oportunidad de llegar hasta Rusia, su ilusión es que su esfuerzo haya valido la pena. Y para eso, a Perú solo le sirve ganar este jueves ante Francia, pues una derrota significaría un tiquete con rumbo a casa. “El equipo es consciente de que hizo un gran partido frente a Dinamarca pero que faltan 180 minutos por jugarse para pelear una clasificación. Así que nosotros nos mantenemos enteros y vivos. Estamos recuperados”, dijo el capitán que este jueves actuará como titular. (Vea nuestro especial sobre el Mundial de Rusia 2018)