En las primeras horas del día, cuando la luz apenas cruzaba los vitrales del seminario de St. Andrew en Camerún, un muchacho delgado, de pasos inquietos, dejaba vagar su imaginación. Mientras el coro entonaba los cánticos matinales y el incienso perfumaba el aire denso, Pascal Siakam se veía a sí mismo en una cancha que apenas conocía. No podía soñarse en el altar, pero sí frente a un tablero. No quería vestirse con la sotana, quería sus brazos libres en el jersey, con un balón en las manos.
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Había pasado un año desde que, gracias a sus hermanos, descubrió el baloncesto. Antes de eso, su gran sueño era ser como Samuel Eto’o. En las calles polvorientas de Douala, su lugar de origen, los niños corrían con camisetas azulgranas y gorras del Barcelona. Eto’o no era solo un futbolista; era un símbolo de que un camerunés podía conquistar el mundo. “Y si él lo hizo, ¿por qué yo no?”, pensaba Pascal. El deporte, más que la liturgia, le hacía vibrar el espíritu.
Sin embargo, su padre, respetado director de escuela y católico ferviente, había trazado otro destino. Siakam fue enviado al seminario con once años. Allí aprendió disciplina, resistencia y lo cruel que puede llegar a ser el acto del silencio. En su interior, bullía una certeza: no estaba hecho para ese camino. El contacto con el baloncesto fue como un relámpago. Cada vez que podía escaparse a un entrenamiento, su corazón latía más fuerte. Su cuerpo, larguirucho y ágil, parecía diseñado para el juego, nacido con un propósito.
Con diecisiete años, logró convencer a su padre: “Papá, si me dejas intentarlo, te demostraré que puedo llegar lejos”. Y él, con el ceño fruncido y la Biblia en la mano, dudó, pero acabó cediendo. Ante la fuerza de aquella pasión, que ni el seminario había logrado sofocar, había poco que objetar.
La historia que transformó la vida de Pascal Siakam y lo llevó a la NBA
Fue Luc Mbah a Moute, el exNBA, quien lo descubrió en 2011, en un campamento de baloncesto en Camerún. Mbah a Moute había regresado a su país con la misión de abrir puertas para los jóvenes. Pascal asistió casi por accidente, apadrinado por la reputación de sus hermanos, todos jugadores de baloncesto universitario en Estados Unidos.
No destacó en técnica, pero su energía era magnética. Tenía un físico privilegiado, un motor incansable y una capacidad de aprendizaje fuera de lo común. El siguiente año fue elegido para participar en el programa Baloncesto Sin Fronteras. Fue entonces cuando Masai Ujiri, presidente de los Toronto Raptors y otro enamorado del baloncesto africano, se fijó en aquel chico que nunca dejaba de correr.
Su viaje a Estados Unidos fue un salto al vacío. Primero, un paso por God’s Academy en Texas; luego, ganó una beca en New Mexico State. Allí empezó a pulir su juego. Su segundo año universitario fue un aviso al mundo: 20 puntos y 11 rebotes por partido, elegido el mejor jugador de la WAC.
En 2016, su gran momento llegó: los Raptors lo eligieron en el puesto 27 del Draft. Era un proyecto a largo plazo. Muchos lo veían como un atleta sin refinar, con un techo incierto. No sabían que estaban ante un espíritu forjado en la disciplina de un seminario y la resiliencia de las calles de Douala.
Su primera temporada fue de aprendizaje. Alternó entre el primer equipo y los Raptors 905 en la G-League. Allí, como si fuera un presagio, fue campeón y MVP de las Finales. Al año siguiente ya era titular en la NBA. Y en 2019, su explosión fue innegable: Jugador de Mayor Progreso, campeón de la NBA, autor de partidos memorables en las Finales contra los Warriors.
El chico que había empezado a jugar a los quince años se codeaba ya con la élite del baloncesto mundial.
Pasaron cinco temporadas en Toronto. Fue All-Star, All-NBA, uno de los pilares de un equipo que había tocado el cielo. No obstante, los ciclos cambian. En enero de 2024, fue traspasado a los Indiana Pacers. Muchos pensaron que su historia dorada se apagaría allí, pero nada más lejos de la realidad.
Indiana, un nuevo amanecer para Siakam
Desde que aterrizó en Indiana, Siakam abrazó el desafío. Asumió el liderazgo de un equipo joven y hambriento. Su ética de trabajo, su humildad y su espíritu competitivo contagiaron al vestuario. Los Pacers, impulsados por su presencia, llegaron a la Final del Este.
Este 2025 ha sido la confirmación de su renacimiento. All-Star otra vez, corazón y alma de un equipo que ha devuelto a Indiana a unas Finales de la NBA después de 25 años. En las series del Este, fue nombrado MVP de la definición. Y hace solo unos días, firmó su mejor marca en playoffs: 39 puntos, pura determinación.
Pascal Siakam no es un jugador mediático. No llena titulares con declaraciones altisonantes ni busca la cámara fácil. En cada partido, en cada jugada, honra aquella promesa que hizo de niño frente a su padre.
Hoy, mientras pisa las canchas más brillantes del mundo, quizás en el silencio de los himnos nacionales, alguna vez regrese a su memoria la quietud del seminario. Y entonces sonría, sabiendo que pudo amar al juego que le dio la pasión.
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