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Samuel Felipe Ruiz llegó a los videojuegos casi por accidente. Nada estaba planeado. Un día, sin previo aviso, apareció en su casa un Xbox 360 que su padre, aficionado a los clásicos, llevó con la excusa perfecta para revivir ese universo. En principio, la consola era un regalo para su hermano mayor, pero, con el tiempo, fue a Samuel a quien le cambió la vida.
Todo comenzó con Minecraft, el juego que lo marcó. Le fascinaba construir, crear e inventar mundos propios. “Lo lindo era ver cómo yo mismo podía crear e idear las cosas para hacerlas”, recuerda de aquellos años. En aquella época, aún no conocía los juegos en línea. Se sumergía en las campañas en solitario de títulos como Halo o Prototype. “En ese entonces ni sabía que existía el mundo en línea. Me enfocaba en juegos de historia”, confiesa. Repetía sus tramas como quien repite una canción favorita, sin imaginar siquiera la posibilidad de profesionalizarse.
El salto al mundo competitivo llegó después, cuando su Xbox 360 empezó a quedar obsoleta y su padre decidió comprar una Xbox One. Ahí experimentó, por primera vez, lo que era competir, aunque no a fondo. Se sentía limitado. “Ahí empecé en Warzone; no se me daba mal, pero siempre me sentí limitado porque veía que los mejores jugaban en PC”, explica.
Fue su hermano, de nuevo, quien encendió la chispa definitiva. Un día instaló League of Legends en un portátil viejo y Samuel decidió probarlo. Lo jugaba con el touchpad. “Con el cosito del portátil, no sé cómo se llama”, rememora entre risas. “Lo disfruté muchísimo”.
Su primera PC llegó tras un año y medio de insistencia. Costó más de COP 2 millones y, aunque lo estafaron en el proceso, valió cada esfuerzo. Apenas la tuvo, intentó correr Valorant, pero el juego no funcionó al inicio. Mientras lo resolvía, se dedicó a League of Legends, conoció comunidades, estilos de juego y empezó a encontrar su camino. “Me di cuenta de que ese era el futuro que quería”, afirma.
Cuando los juegos empezaron a fluir, cambió de identidad: dejó atrás el nombre de Juan Felipe para convertirse en Sorumi, con el que hoy es conocido en el ecosistema gamer. Y en ese viaje hacia la competencia, nunca abandonó el lado lúdico. “Me encantan dos juegos: uno a nivel competitivo y otro por gusto propio”, aclara. En ese segundo universo, el de la narrativa y la emoción, su favorito es Gears of War. “Mi juego de historia es Gears. Ahora va a salir uno que espero que llegue el otro año, con fe”, dice con una ilusión que parece intacta desde sus primeras partidas.
El otro universo, el que le exige precisión y mentalidad, es Valorant. “A nivel profesional, sería Valorant. Es un shooter realmente muy chévere”, cuenta. Lo que lo atrapó no fue solo la puntería, sino la estructura del juego. “El formato me enganchó. No hay un estilo prediseñado. Cada uno adquiere una forma de jugar propia”. En esos matices encontró su lugar.
Ese camino, que empezó con un Xbox 360 y continuó entre partidas, terminó llevándolo a un lugar que no imaginó tan pronto: ser reconocido como el primer Gamer del Año en los Premios Deportista del Año de El Espectador y Movistar. Un título que lo sorprendió y que, de alguna manera, confirmó que todo lo que había hecho —las horas frente a la pantalla, los torneos y la disciplina que fue aprendiendo a los golpes— tenía un sentido.
Ahora, cuando habla de sus sueños, Samuel —de 19 años y estudiante de Ingeniería de Software en el Politécnico Gran Colombiano— no duda. “Realmente quiero llegar a las grandes ligas, representarme a mí mismo en una competencia internacional”, aclara. Su mirada está puesta en Asia, ese continente que ve como el Everest del gaming. “Me gustaría hacerlo en Corea, allá hay un nivel muy grande y hay que entrenar bastante para llegar”, dice con una mezcla de respeto y ambición.
Su legado, aún tan joven, ya tiene forma. Samuel fue el primero en ocupar un espacio que no existía. “Estoy feliz por haber dejado mi marca en los e-sports en Colombia… y quiero que mucha gente que no sabía que podía intentarlo, lo intente”, afirma. Su nombre ya quedó escrito como el punto de partida, el precedente de que un gamer colombiano puede surgir, competir y soñar más allá de la pantalla. Ahora, desde ese lugar, Sorumi solo espera que otros lleguen más lejos.
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