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México 1986: La devolución de Colombia y Dios en la tierra, Diego Armando Maradona

El segundo campeonato mundial de Argentina de la mano de uno de los mejores futbolistas de la historia. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el balompié y la política.

10 de noviembre de 2022 - 11:27 p. m.
Después de ganar el Mundial de México 1986, el argentino se convirtió en una leyenda del fútbol.
Después de ganar el Mundial de México 1986, el argentino se convirtió en una leyenda del fútbol.
Foto: AFA

La editorial italiana Panini consiguió los derechos del Mundial en 1970 y, desde entonces, entretiene a coleccionistas que no descansan hasta completar su álbum oficial. Los colectores más aficionados archivan los libritos en su biblioteca, guardando como un tesoro centenares de láminas de leyendas del fútbol –¿Quién no se muere por un Messi o un Cristiano Ronaldo sacados directamente del empaque? –. Esta fútbolpedia se renueva cada cuatro años y lleva de título el nombre de cada país organizador del Mundial. Ahora bien, el álbum de 1986 tiene una historia aparte, pues, en principio, estaba destinado para Colombia y al final México quedó grabado en las páginas. El Gobierno Colombiano rechazó el mismísimo Mundial 1986, siendo el primer retiro de un país sede en la historia del certamen. ¡Qué mala suerte! Colombia estuvo a una decisión, quizás, de ser el lugar donde Diego Armando Maradona alcanzó la inmortalidad.

Mire: Colombia 1986, el sueño de un futbolero loco

Todo empezó con don Alfonso Senior Quevedo, un bigotón barranquillero de traje y corbata, que fue un dirigente deportivo de verdad durante el tiempo que estuvo activo. Senior fue fundador del balompié colombiano, leyenda viviente del Club Deportivo Millonarios de Bogotá y hacedor de milagros futbolísticos nunca antes vistos en Colombia.

Durante sus mejores años, don Alfonso Senior presidió un club de barrio –Deportivo Municipal– que terminó goleando, una década después, al mismísimo Real Madrid en España. Se trataba del mítico Ballet Azul de Millonarios de Bogotá. El equipo era comandado por uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol: Alfredo Di Stefano, quien fue reclutado por el equipo blanco tras la goleada en territorio ibérico. La Saeta Rubia, como fue apodado Di Stefano, había sido atraído por Senior para jugar en Millonarios, cuando estalló la huelga de futbolistas de 1948 en Argentina.

El mismo año de la huelga de futbolistas en territorio argentino, Senior creó, junto al entonces presidente del América de Cali, Humberto Salcedo, la División Mayor del Fútbol Colombiano. La institución que ha regulado el fútbol profesional del país cafetero. Una vez creada la Dimayor, se disputó el primer campeonato de primera división en Colombia, con diez equipos de diferentes regiones del país. Aunque solo los colombianos reconocen tal competencia, pues aquella Liga Pirata –llamada así porque los jugadores traídos de Argentina estaban inscritos en sus anteriores clubes– fue validada por la FIFA hasta 1951.

Debido a su buena labor como dirigente deportivo en Millonarios, don Alfonso Senior tomó las riendas de la Federación Colombiana de Fútbol en 1964. Luego, en 1970, fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA, puesto en el cual logró lo inimaginable para un país del tercer mundo: La Copa del Mundo Colombia 1986. Sí, el evento deportivo más importante del planeta en un país donde uno de cada cinco adultos era analfabeta. El dirigente barranquillero puso sus esperanzas en Colombia para un proyecto a largo plazo; sin embargo, su misma nación se negó a devolverle tal favor.

Mire nuestro documental sobre la historia del fútbol colombiano: Génesis: buscando la identidad perdida del fútbol colombiano

En 1982, en un anunció más que sorprendente, el expresidente Belisario Betancur notificó al pueblo colombiano una noticia desalentadora: “El Mundial de Fútbol de 1986 no se hará en Colombia, previa consulta democrática sobre cuáles son nuestras necesidades reales. En este caso no se cumplió la regla de oro: El Mundial debería servir a Colombia, y no Colombia al servicio de la multinacional del Mundial. Aquí tenemos muchas otras cosas que hacer y no hay ni siquiera tiempo para atender las extravagancias de la FIFA y de sus socios. García Márquez –premio Nobel de Literatura 1982– nos compensa totalmente lo que perdamos de vitrina con el Mundial de Fútbol”, sentenció el dirigente, ante millones de compatriotas que siguieron su transmisión por televisión pública.

Así entonces, el Gobierno de Colombia se arriesgó al descontento popular, sustentándose en una mejor administración del presupuesto nacional. Y en cierta medida el expresidente Belisario Betancur tenía razón, pues las exigencias de la FIFA eran más que optimistas. Primero, el máximo ente del fútbol pidió que todas las sedes estuviesen conectadas por una red ferroviaria, lo que resultaba imposible en una de las topografías más desiguales de la región. Desde luego, la Cordillera de Los Andes hace de Colombia un territorio donde las ciudades están a minutos en avión, pero a días en transporte terrestre. Segundo, se exigió la presentación de 18 estadios de primer nivel, entre los cuales un par deberían tener capacidad para 80.000 hinchas. Tercero, la FIFA pidió, entre otras exigencias lejanas de las posibilidades colombianas, una robusta e innecesaria flota de limosinas para el transporte particular de los altos dirigentes.

Ante la renuncia de Colombia para organizar el Mundial de 1986, se postularon cuatro delegaciones de inmediato: Canadá, Brasil, México y Estados Unidos. La primera no tenía ni la tradición o infraestructura, los brasileños se retiraron poco antes de la designación, los gringos se decidieron por intentarlo en 1994 y, ante las circunstancias, los aztecas se responsabilizaron de celebrar su segunda Copa del Mundo.

De la misma forma que en el Mundial de Chile 1962, México también sufrió un terremoto en vísperas del inicio del torneo. Que coincidencia tenebrosa. El 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 en la escala de Richter sacudió la Ciudad de México con la intensidad epiléptica. Según cifras de la Cruz Roja, más de 10.000 mexicanos –entre muertos, heridos y damnificados– sufrieron los estragos del desastre natural. Aun así, la nación azteca hizo todos los esfuerzos para brindar el mejor Mundial posible, se apoyó en privados como Televisa para financiarse y reutilizó los estadios que inmortalizaron al Rey Pelé en 1970. Esta vez, en 1986, los campos de fútbol santificarían un 10 argentino.

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Para el Mundial de México 1986 se presentaron 24 equipos, que jugaron por primera vez con un balón sintético: El Adidas Azteca México. Como Juanito había quedado en el olvido de México 1970, la delegación del país anfitrión presentó a Pique como mascota, un chile jalapeño con bigote bien negro y sombrero de charro. La fruta con guayos, además, dominaba el nuevo balón con su pierna derecha. Durante el Mundial se jugaron 52 partidos, y a pesar de lo que se podría inferir, el más importante se dio en cuartos de final.

El gol del siglo

La selección de Argentina llegó a México 1986 de la mano de Carlos Salvador Bilardo, un director técnico tan meticuloso que parecía estar a punto de llegar a la locura. Aunque su plantel cabalgaba el certamen con comodidad, tras liderar el Grupo A de la fase inicial y haber eliminado a Uruguay en octavos de final, hubo un detalle que no le dejaba dormir: la segunda equipación de su equipo, cuya camiseta era azul oscuro, recogía el sudor de sus futbolistas como una esponja.

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Bilardo creyó que esto sería una desventaja monumental para el partido de cuartos de final, en el cual estaba obligado a vestir con el uniforme alternativo. El entrenador mandó a sus futbolistas a comprar otras camisetas que no tuviesen ese problema, pero sí el mismo color, y organizó sesiones de bordado para imitar a las originales. Inclusive, empleadas del servicio mexicanas ayudaron con la causa, dentro del predio donde los albicelestes se concentraban en Ciudad de México. Los logos de la Asociación de Fútbol Argentina quedaron tan desiguales, que parecían hechos la noche anterior.

Y es que Carlos Salvador Bilardo era así, no se le escapaba media. Sino que lo diga el exjugador Sergio Batista, que confesó la siguiente anécdota para el libro El Partido, del escritor Andrés Burgo: “Si vos tenías que marcar al ocho contrario y se le ocurrió a las 4:00 A.M. que no, que mejor marcaras al siete, te llamaba”.

Desde luego, basta con mencionar México 1986 para que los exfutbolistas de aquella selección argentina abran el baúl de los recuerdos. Andrés Burgo cuenta que los jugadores llegaban a todos los partidos cantando Eye of the Tiger en el microbús, como siendo parte de una película de Hollywood, y cada que ganaban, celebraban las victorias devorando merecidas hamburguesas. El ambiente alegre de los argentinos se tensó cuando se enteraron que el siguiente rival sería Inglaterra, el mismo país con el cual perdieron la Guerra de las Malvinas cuatro años antes.

Ante tal confrontación de cuartos de final, la prensa amarillista se posó en la noticia como mosca sobre fruta, y se frotó las manos tanto como pudo. “Inglaterra vs Argentina: La Guerra de las Malvinas versión futbolística”, publicó El País de España. Luego, en la mañana del 22 de junio, día del partido, el diario Esto de México se despachó con lo siguiente: “El fantasma de las Malvinas tortura a los Che”. Sin embargo, durante las constantes entrevistas previas al duelo, Diego Armando Maradona se sacó el tema como haciéndole un ‘sombrerito’ al morbo: “La selección no trajo ni ametralladoras, ni armas, ni municiones”, sentenció.

Maradona, siendo el capitán de su selección, no avivó el fuego que los medios encendieron con relación al partido. A pesar de esto, su compañero Nery Pumpido, quien era el segundo arquero del plantel, no pensaba lo mismo sobre el duelo crucial. “Ganarles a los ingleses será una doble satisfacción por todo lo que pasó en las Malvinas”, le dijo Pumpido al diario Tiempo Argentino. Escapar de la atmosfera de pos-guerra era casi imposible, incluso, a la concentración albiceleste llegaron telegramas de soldados que habían combatido en el archipiélago. “Fuerza, demuestren lo que es Argentina”, rezaban algunos de los mensajes.

En Argentina, por su parte, la dictadura de la Junta Militar había satanizado todo lo referente a Inglaterra durante y después de la Guerra de las Malvinas. Se censuró la música en inglés, lo que de forma curiosa impulsó música nacional de artistas como León Gieco, Charly García o Mercedes Sosa, que luego serían referentes en el continente. Así mismo, se prohibió la transmisión de la Primera División de Inglaterra en los televisores argentinos, dejando sin material de apoyo a Carlos Salvador Bilardo para su duelo ante los británicos. Por supuesto, ningún futbolista del plantel albiceleste jugaba en la liga inglesa, por lo que el entrenador, ante las dificultades, utilizó la revista La Gazzetta dello Sport, de Italia, para informarse de alguna forma.

Cuando el microbús de la selección de Argentina se disponía a llevar el equipo al partido contra Inglaterra, Diego Armando Maradona paró el arranque para darle un hasta luego al predio, como diciéndole que iban a volver. Desde luego, el plantel era una cábala andante. Todo tenían que hacerlo tal cual lo habían realizado en los partidos anteriores, inclusive, los jugadores no podían ser escoltados por otros policías que no fuesen Tobías y Jesús, dos mexicanos que, al parecer, llevaban la suerte en el número de sus placas.

El partido por los cuartos de final, entre Inglaterra y Argentina, se jugó en el imponente Estadio Azteca, de Ciudad de México, ante la mirada de 114 mil hinchas con suerte. Mucha suerte. Las tribunas estaban coloreadas con un azul claro, que parecía más bien el cielo bonaerense. La mayoría de banderas que se ondeaban eran argentinas, acompañadas de otras que se colgaron de los tubos de protección, cuyo objetivo era mostrar que Merlo, Barrio Once, Lomas de Zamora y demás barrios argentinos tenían hinchas que alentaban su selección en cualquier parte del mundo.

Aquel día, la seguridad del Estadio Azteca se reforzó para brindar garantías de seguridad al espectáculo. No solo había un duelo futbolístico entre Maradona y Gary Lineker, también, las Barras Bravas de Argentina y los temibles Hooligans de Inglaterra acudieron a la cita de cuartos de final. Los más peligrosos eran los hinchas radicales británicos, famosos por protagonizar la Tragedia de Heysel un año atrás, cuando fanáticos del Liverpool inglés embistieron parte de la hinchada de la Juventus, en Bruselas, causando la muerte de 39 aficionados del equipo italiano.

Antes del ingreso al partido, los Hooligans bebieron alcohol y se sobrepasaron con las mujeres que estaban por ingresar. Dentro del estadio, se quitaron las camisetas y se agarraron a golpes contra hinchas argentinos, quienes tiraron ganchos a la mandíbula mientras se les ondeaba su largo cabello ondulado. Por su parte, las Barras Bravas argentinas brincaron y cantaron durante todo el partido. “El que no salte, es un inglés”, “Ole le le, ola la la, a los ingleses los vamos a matar”, corearon los fanáticos albicelestes, que en su mayoría llegaron al Mundial en condición de mochileros.

El periodista Víctor Hugo Morales relató el partido para la televisión argentina. En el momento que se indicó la alineación titular del cuadro dirigido por Bilardo, Víctor Hugo les deseó suerte y dejó que el Himno Nacional Argentino musicalizara la identificación de los futbolistas. Luego, cuando fue el turno de los futbolistas de Inglaterra, en vez de interpretarse el himno nacional británico God save The Queen, lo que se emitió fue una cuña de Mentoliptos: “el caramelo de Halls intensamente refrescante”.

Antes del pitazo inicial, el arbitró tunecino Ali Bennaceur, morocho y medio calvo, se acomodó la camiseta por debajo de la pantaloneta –como preparándose para el legendario duelo que estaba por darse–. En los primeros 30 segundos, la selección de Argentina arremetió contra Inglaterra y lanzó dos planchas abajo que el juez no sancionó. Intensidad sería la palabra que resumiría el partido.

El primer tiempo fue un idea y vuelta que no desbalanceó el marcador, pero sí llenó el espectáculo de emoción en ambos lados. Cada jugada se luchaba con el alma, cuando los jugadores argentinos se lanzaban de plancha y ganaban la pelota, lo celebraban como si hubiesen marcado un gol. Tanto Argentina como Inglaterra se fueron al descanso midiéndose entre sí, para no cometer errores. Solo una genialidad podía romper el empate.

En el 51′ Argentina abrió el marcador. Diego Armando Maradona dribló tres volantes defensivos de Inglaterra carreteando el balón como si lo tuviera pegado al pie izquierdo. Luego, el ‘diez’ pasó la pelota a Jorge Valdano, a quien la misma esférica le rebotó hacia la defensa rival. Kevin Sansom, lateral derecho inglés, en un intento por rechazar la jugada, bombeó la pelota hacia el punto penal de su misma área. Error. Maradona entró en carrera hacia el balón, al igual que el portero Peter Shilton, saltó como haciéndose el que cabeceaba y metió el balón con la mano.

El Diego corrió hacia la línea lateral, donde hinchas argentinos saltaban y gritaban desde la grada, e invitó a sus compañeros para que celebrasen con él. Todo mientras los ingleses alzaban la mano derecha –el gesto futbolístico de desaprobación– y recriminaban al juez Bennaceur por el gol ilegítimo. El árbitro central se limitó a correr de puntitas hacia atrás, ignorando por completo los reclamos justos y desesperados de Terry Fenwick, quien jugó de volante en aquel partido.

“El gol contra Inglaterra fue con la mano –confesó Maradona, en 2005, en su programa de televisión La Noche del Diez–. Esto, que es primicia para todos los argentinos, y para el mundo, fue algo que me salió muy de adentro. De potrero. Yo no llegaba con la cabeza, porque Shilton mide 1,85 y yo mido 1,66. Cuando veo que el línea va para la mitad de la cancha, yo les decía a los muchachos ‘vengan, armemos quilombo –problema– para que lo cobren’. Y me vinieron a abrazar, pero era un abrazo tímido, como diciendo: muchachos, estamos robando”. Cuando el canal TyC Sports subió aquella confesión a YouTube, un argentino poeta comentó: “El que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón”.

Y si con ese gol los ingleses ya se querían morir, Diego Armando Maradona les sacó el alma del cuerpo cuatro minutos después.

El Negro Enrique, mediocampista argentino, hizo un pase ordinario en la mitad del campo. Maradona recibió con pierna izquierda y con el control se sacó de encima el primer inglés que lo quiso derribar; al segundo, le mostró el balón, se lo pisó en las narices y se lo llevó en velocidad –mientras Víctor Hugo Morales relataba “la lleva el genio del fútbol mundial”–; al tercero, le amagó a salir por la derecha y se le fue por el medio, mientras seguía en carrera; al cuarto, ya en la puerta del área, lo pasó como un vendaval; al quinto, el portero Peter Shilton, lo dejó desparramado en el piso como si este fuese un juvenil; al final, con la portería a sus anchas, Maradona definió casi cayéndose, mientras el defensa Terry Butcher le propinaba un patadón en el tobillo derecho.

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“Un gol extraordinario, me daban ganas de pararme y aplaudirlo. Fue una obra de arte de un jugador extraordinario. De noche tengo pesadillas pensando en aquel gol. Fue tan rápido”, recordó Peter Raid, exjugador inglés, tiempo después en una entrevista con ESPN. La maniobra, desde luego, había sido increíble, pasaron 11 segundos desde que Maradona tocó el balón en mitad en campo, llevándose por delante a todo un equipo, hasta que lo embocó en el arco de Peter Shilton.

Después de aquellos goles de Maradona, todas las anotaciones medio parecidas, desde luego nunca igualables, llevaron el nombre de ‘maradonianas’. Por su parte, la humillada selección Inglesa anotó un gol insuficiente al 81′, obra de Gary Lineker, y así Argentina se clasificó a las semifinales del Mundial de México 1986.

El bicampeonato argentino

Una vez resuelto el problema inglés, la Selección Argentina se enfrentó a Bélgica en semifinales de la Copa del Mundo de México 1986. Los europeos fueron dominados por el equipo albiceleste, el cual contó con la cuota goleadora de Maradona en dos oportunidades.

La gran final del Mundial se jugó en el Estadio Azteca de México, el 29 de junio. Antes de llegar al estadio, la selección de Argentina se aseguró de torcer la suerte a su manera: los futbolistas comieron hamburguesa después de ganarle a Inglaterra, gestionaron a Tobías y a Jesús como los escoltas personales del microbús y escucharon Eye of The Tiger durante el trayecto. ¿Qué podía salir mal? Bueno, enfrente tenían a Alemania Federal, dueña de milagros Mundialistas como el de Berna en 1954 y el de Berlín en 1974.

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Una vez en el partido, José El Tata Brown, un defensor espigado argentino, anotó el primer gol del encuentro de cabeza al 23′. Luego de esto, en el segundo tiempo, Jorge Valdano amplió la ventaja al 56′, aprovechando un contragolpe letal con un soberbio disparo a la mano derecha del portero alemán Schumacher. La Copa del Mundo estaba cada vez más cerca de manos argentinas.

La reacción de Alemania Federal se dio casi 20 minutos después, amenazando con gestar el milagro de Ciudad de México. En menos de cinco minutos, Rummenigge, al 74′, y Voller, al 81′, empataron el partido y lo pusieron a tiro para la victoria. Sin embargo, Maradona –quien si no él– desequilibró la balanza metiendo un pase magistral a Jorge Burruchaga, quien se llevó el balón en potencia por lo menos 40 metros y anotó el gol del triunfo argentino faltando cinco minutos para el final. Luego de esto, Alemania Federal poco y nada pudo hacer y Argentina se coronó bicampeona del mundo.

Diego Armando Maradona levantó la copa dorada, le dio un beso y la abrazó como a un oso de peluche. Desde ese momento, ‘El Diego’ es el mismísimo Dios para algunos. Así lo sostienen aquellos que, en 1998, crearon la Iglesia Maradoniana en Rosario, Argentina, para formalizar casamientos con la bendición del ‘10′. Otros, por su parte, se lo llevaron hasta la muerte tras tatuarse su rostro ganador en la piel. Como hecho curioso, un año después del Mundial de México 1986, se produjo la película oficial de la competencia llamada Héroes. No van a adivinar los realizadores: Tony Maylam, Drummond Challis y Rick Wakeman, quienes, siendo ingleses, tuvieron que elegir las mejores tomas de la humillación que Argentina les propinó.

*Capítulo del libro Disparos a Gol

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Por Jhoan Sebastian Cote

Comunicador social con énfasis en periodismo y producción radiofónica de la Pontificia Universidad Javeriana. Formación como periodista judicial, con habilidades en cultura, deportes e historia. Creador de pódcast, periodismo narrativo y actualidad noticiosa.@SebasCote95jcote@elespectador.com

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