Antonio Cervantes Pambelé, el primer gran rey del deporte colombiano

Hace 47 años el boxeador bolivarense conquistó el título mundial welter junior de la AMB.

-Hugo García Segura / @hgarciasegura
28 de octubre de 2019 - 08:30 p. m.
Antonio Cervantes Kid Pambelé
Antonio Cervantes Kid Pambelé

A Antonio Cervantes Reyes -aquel al que Colombia y el mundo del boxeo conocen como ‘Kid Pambelé’-, la gloria le llegó la noche del 28 de octubre de 1972. Fue en el Gimnasio Nuevo de Ciudad de Panamá, en el décimo asalto de la pelea contra Alfonso ‘Peppermint’ Frazer, por el título de la división de los welter ligeros de la Asociación Mundial de Boxeo. En su edición del día siguiente, El Espectador resumía así los 75 segundos que duró el asalto de la victoria: “Cervantes tira izquierda a la cara. Fuerte respuesta de Frazer. Frazer cayó para conteo de ocho. Vuelve a caer por segunda vez. El retador conecta con derecha e izquierda a la cara y Frazer cae por tercera vez. El árbitro declaró a Cervantes como campeón”. 

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Era como si con cada golpe, más que noquear a su rival, ‘Pambelé’ estuviera derrotando la pobreza que le acompañó desde niño en San Basilio de Palenque, su tierra natal, donde fue vendedor ambulante de pescado, y después en las polvorientas calles del sector de Chambacú, en Cartagena -a donde llegó con sus padres y sus cinco hermanos antes de cumplir los diez años-, para dedicarse a embolar zapatos y vender cigarrillos de contrabando en el Camellón de los Mártires. Pero más que eso, cada puño en la cara o en el cuerpo de Frazer significaba también ganarles a todos aquellos que nunca creyeron en él y que siempre miraron con desprecio y burla sus actuaciones en el ring.

Fue precisamente en el Camellón donde dio sus primeros puños en peleas callejeras. ‘Pambelé’ siempre supo desde niño que el boxeo era la única salida de ese infierno de miseria que le rodeaba, sin saber que el giro irónico del destino lo regresaría a él, ya no en la pobreza sino en la opulencia. En sus comienzos fue considerado ‘del montón’ y usado como relleno en una que otra velada boxística. Su estilo deslucido generaba rechazo entre el público y hasta cuenta que una vez le ofrecieron cuatrocientos pesos por una pelea y después le pidieron rebaja: “Como tú no gustas entre los aficionados, ni entre nosotros, a ver si lo haces por doscientos pesos”, le dijeron.

En su obra: El oro y la oscuridad, la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé -quizás la mejor biografía que se haya escrito sobre el ex campeón-, el periodista Alberto Salcedo Ramos describe el momento en que el empresario cartagenero Nelson Aquiles Arrieta lo vio llegar una mañana de 1963 a su oficina, con una bolsa de cigarrillos bajo el brazo y un cajón de lustrar zapatos: “Fiel a su costumbre, Arrieta lo examinó de pies a cabeza en el primer vistazo. Lo midió al ojo, le calculó el peso. Su olfato de tiburón se excitó en el acto, reconoció en aquel intruso de extremidades largas y aceradas, al campeón soñado. Era magro como una anguila pero sólido como una roca. Daba la impresión de que, en la misma noche, podía bailar una tanda de mapalé y pelear contra cinco tipos. Sin preámbulos, el visitante fue al grano: dijo que se llamaba Antonio Cervantes Reyes, que había nacido en Palenque de San Basilio el 23 de diciembre de 1945 y que quería una oportunidad como boxeador”.

Sus puños de acero y su velocidad hicieron que fuera llamado ‘La Amenaza Negra’, ‘La Pantera Asesina’ o ‘La Araña Negra’. Pero al poco tiempo, el optimismo de Arrieta se convirtió en decepción ante la torpeza de su pupilo y el rechazo del exigente público cartagenero hizo que su nombre sólo figurara en peleas de caseríos y pueblos cercanos. Y fue el mismo Antonio Cervantes quien le pidió que lo llamara ‘Kid Pambelé’, el apodo que le había puesto su tío-padrino Pablo, al momento de ser bautizado, en homenaje a un boxeador nicaragüense de los años 40. 

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Pero paradójicamente lo que un día fue vergüenza se convirtió en el hecho decisivo para escalar hacia la gloria. Fue cuando apostó dinero por su propia derrota. El pacto era que tenía que caer en el cuarto asalto, pero las cosas no salieron como se habían planeado. Su adversario, ‘Chico’ González, se le adelantó en el segundo y se tiró a la lona. La noticia del ‘tongo’ se conoció en todas las esquinas de la ciudad y llegó hasta la Federación Colombiana de Boxeo, que suspendió a los dos pugilistas por un año. ‘Pambelé’ decidió entonces buscar nuevos rumbos por Venezuela.

Y fue en el vecino país donde el empresario Ramiro Machado y el entrenador Melquíades ‘Tabaquito’ Sanz lo pulieron e hicieron de él uno de los mejores boxeadores de la historia. Su estilo no era el más elegante, era más bien frío y rígido. No tiraba muchos jabs, pero tenía un contundente gancho de izquierda. Así llegó la primera oportunidad de pelear por el título de los welter junior, ante el campeón argentino Nicolino Locche, en Buenos Aires, en diciembre de 1971. Perdió por decisión unánime de los jueces.

Diez meses después, teniendo en el registro tres peleas como aficionado y 45 como profesional, llegó la oportunidad ante Frazer, quien le había arrebatado el título a Locche. ‘Pambelé’ se convertía así en el primer campeón mundial del boxeo colombiano y desde ese momento comenzaría a escribir con sus puños una de las páginas más gloriosas del deporte nacional. En diez ocasiones, en un lapso de tres años, defendió con éxito su título orbital, pero el 6 de marzo de 1976 lo perdió ante el puertorriqueño Wilfredo Benítez por decisión dividida de los jueces. Dos años después, en Maracaibo, recuperó el cinturón ante el argentino Carlos María Jiménez, título que revalidó en seis defensas efectuadas a lo largo de tres años.

La torpeza de los primeros combates se transformó en técnica y serenidad en los cuadriláteros, y daba la impresión de que se reservaba los mejores golpes, calculando el momento preciso para lanzarlos. Cada triunfo en defensa del título fue un recibimiento de héroe por un pueblo que lo veía como símbolo de alegría y esperanza. Carros de bomberos, condecoraciones, bailes, encuentros con presidentes y políticos famosos, reinas de belleza, cantantes y hasta príncipes del mundo. El dinero llegó por montones y gracias a sus gestiones, San Basilio de Palenque consiguió energía, acueducto y una carretera.

En Cincinnati (Estados Unidos), el 2 de agosto de 1980, fue derrotado por Aaron Pryor. Para entonces ya era una leyenda en las 140 libras. En octubre de 1998 fue incluido en el Salón de la Fama, un museo consagrado a honrar la memoria de los mejores de todos los tiempos. La ceremonia se llevó a cabo en Bangkok (Tailandia), pero ‘Pambelé’ no estuvo presente. Por esos días ya se había extraviado en el mundo del alcohol y las drogas, del que ha entrado y salido muchas de veces, en un combate que aún no termina.

(Cuando Muhammad Alí estuvo en Bogotá)

De esa tragicomedia de su vida ya se ha dicho casi todo. Colombia, un país con la capacidad de amar a sus ídolos en la gloria y de odiarlos en el fracaso, se acostumbró a verlo con la mirada perdida, sin dientes y sin zapatos, sucio, cadavérico, lanzando puños a quien se le acercara, destruyendo su propia casa, pidiendo ayuda, llorando encerrado en cárceles u hospitales, deambulando por las calles de Cartagena o haciendo la ‘V’ de la victoria cada que alguien le gritaba “campeón”. Los medios de comunicación hicieron noticia de primera plana cada escándalo y el ocaso de su vida se convirtió en un show de la miseria humana.

Han pasado 47 años y aquel 28 de octubre de 1972 sigue aún dando vueltas en su maltrecha memoria. La historia de gloria y derrota de Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’ sigue inspirando cientos de escritos. Pero hay una frase que define al primer gran rey que tuvo el deporte colombiano, cuya autoría se disputan desde el periodista Juan Gossaín hasta el profesor de historia de América Latina Enoïn Humanez Blanquicett: “’El hombre que nos enseñó a ganar”. Y eso ya nadie se lo podrá arrebatar.

Por -Hugo García Segura / @hgarciasegura

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