Yo estuve en el Boca vs. River, la final más larga de la historia

Los dos clubes más grandes de Argentina disputaron el título de la Copa Libertadores de América. Durante 39 días el superclásico paralizó al planeta fútbol. Revivimos este texto a propósito de los dos años de aquel campeonato que ganó el equipo de Marcelo Gallardo y en el que Juan Fernando Quintero fue figura.

luis Guillermo Ordóñez Olano
09 de diciembre de 2020 - 02:50 p. m.
Yo estuve en el Boca vs. River, la final más larga de la historia

El miércoles 31 de octubre Boca Juniors superó al Palmeiras de Brasil y se clasificó para la final de la Copa Libertadores de América. Un día antes River Plate había eliminado al Gremio. Los dos equipos más grandes del fútbol argentino disputarían entonces, por primera vez en la historia, el título del torneo de clubes más importante del continente.

Era un duelo sin precedentes, solo comparable con un Barcelona-Real Madrid por la Champions, tal vez con menos audiencia, pero seguramente con muchísima más pasión.

La magnitud del evento hizo que se cambiaran las fechas por razones de seguridad. Los duelos estaban programados para los miércoles 7 y 28 de noviembre, en horario nocturno, pero Conmebol y el gobierno de Buenos Aires acordaron pasarlos para los sábados 10 y 24 del mismo mes en las horas de la tarde, para controlar mejor el ingreso y la salida de espectadores y evitar que el partido final se cruzara con la cumbre del G-20, en la capital argentina.

Ir a cubrir los dos juegos, con 15 días de diferencia, significaba un gasto grande en hospedaje y alimentación, además del tiquete, así que la decisión era sencilla, ir solamente al encuentro definitivo, en el estadio Monumental.

El intenso 2-2 en La Bombonera, que no se jugó el sábado 10 sino el domingo 11, debido a un torrencial aguacero que inundó el campo de Boca y obligó al aplazamiento, dejó la serie abierta y a Rafael Santos Borré, suspendido por acumulación de amarillas.

Durante 15 días los hinchas xeneizes y millonarios no pudieron dormir. La ansiedad se apoderó de ellos y de casi todos los amantes del balón en un país en el que el fútbol es una religión.

Tanto, que ya no pensaban en la alegría de ganar, sino en la necesidad de no perder. A bosteros y gallinas les preocupaban más el dolor de la derrota y las burlas de sus tradicionales rivales, que la gloria y el prestigio que llegan al levantar una copa más.

Dos días antes del partido en el estadio de River, los seguidores de Boca llenaron La Bombonera. Nunca antes 60.000 personas se reunieron para ver un entrenamiento y despedir a su equipo rumbo a la “batalla” final.

Hinchas trepando muros y vallas, incluso con niños en brazos, eran una muestra de que el fanatismo extremo raya con la irresponsabilidad.

Llegó el día del partido y los diarios bonaerenses titularon: “La final del mundo” y “Nada volverá a ser igual”, presagiando las repercusiones que tendría el resultado. En realidad no existe en el mundo una rivalidad más grande que esta, ni una sociedad que gire tanto en torno al fútbol como la argentina.

Tres horas antes del pitazo inicial el Monumental ya estaba lleno. Las puertas se cerraron, porque ya no había espacio en las tribunas y miles de aficionados se quedaron por fuera, incluso con boleta en mano.

Los ánimos estaban calientes y el bus que transportaba a Boca Juniors fue agredido. Esquirlas impactaron a algunos jugadores, por lo que el club azul y oro se negó a jugar. Después de varias horas de negociaciones y un par de postergaciones, el locutor oficial anunció el aplazamiento del duelo para el día siguiente.

Desconcertados los hinchas desalojaron el estadio. Muchos de ellos, los que llegaron de otras ciudades, pasaron la noche en parques y calles de Buenos Aires, pero los del vecindario también regresaron a sus casas decepcionados por la violencia que rodea al fútbol.

“Esto es una vergüenza. Tocamos fondo. Hicimos el ridículo. Están acabando con nuestro deporte. No somos capaces de organizar un partido”, coincidían indignados los medios de comunicación argentinos, mientras “off the record” los periodistas aceptaban que las agresiones a los buses de equipos visitantes son pan de cada día en ese país.

El domingo tampoco hubo fútbol. Las condiciones no estaba dadas para que se jugara la final. El reportero de El Espectador, como los 523 periodistas acreditados para el juego en representación de 183 medios internacionales, regresó a casa sin haber visto un minuto de ese histórico e irrepetible River-Boca.

Y Conmebol, tras un par de días de negociaciones, decidió realizar la final en Madrid. La Copa Libertadores de América se definiría en casa, justamente, de los conquistadores, pues la capital española le ganó la puja a Abu Dabi, la otra ciudad que ofreció acoger el duelo. Entonces el trofeo se entregaría a 10.000 kilómetros de Buenos Aires, a 8.000 de Bogotá.

Conmebol confirmó la acreditación a última hora y el viaje se planeó apenas en un par de horas. Cinco colombianos como protagonistas justificaban la presencia de El Espectador en el Santiago Bernabéu.

Los cinco grados centígrados de temperatura en Madrid no impidieron que se notara el fervor latino. Miles de hinchas de River y Boca llenaron las tribunas norte y sur, respectivamente, mientras que los socios del club merengue se ubicaron en las graderías este y oeste.

Lionel Messi, James Rodríguez, Antoine Griezmann y Diego Simeone, entre otras figuras del balompié mundial, asistieron al juego.

A esas alturas, en los 39 días en los que se había hablado de la final, el tema fútbol había sido escaso. Pero fueron 120 minutos para reconciliarse con la pelota. No tanto por el buen nivel del juego, sino por la intensidad con la que se vivió en la cancha y en las graderías.

Se peleó con vehemencia, pero también con lealtad. Y los aficionados nunca pararon de alentar. Hasta que al minuto 109, ya en la prórroga, el antioqueño Juan Fernando Quintero marcó el 2-1 parcial, el gol más importante en la historia de River Plate, el que desequilibró el duelo y le dedicó a su amigo James, que estaba en un palco.

Los millonarios, futbolísticamente favoritos, se impusieron 3-1 para conquistar su cuarta Copa Libertadores y saldar una deuda histórica con sus más acérrimos rivales, que nunca más podrán echarles en cara el descenso a la B, pues el clásico más importante de todos los tiempos fue para los de la banda cruzada.

Han pasado los días y los hinchas de River siguen celebrando. Los de Boca, aún afectados, descubrieron sin embargo que la vida continúa y que por duras que sean las derrotas, con ellas no se acaba el mundo, porque seguro llegará la revancha. Una vez más, como dice Jorge Valdano, el fútbol demostró que es “la más importante entre las cosas menos importantes”.

Por luis Guillermo Ordóñez Olano

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