Después de años de especulaciones y promesas no cumplidas, la reforma laboral tiene cuerpo y forma definida: una materialización en un articulado que hoy reposa en el Congreso mientras se van definiendo los senadores y representantes que le darán forma a la ponencia con la cual comenzará un debate tan necesario en el país como polémico.
Cuando fue introducida en el Congreso, la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, aseguró: “Tenemos la más ambiciosa reforma laboral de este siglo”.
La referencia al tiempo cae muy bien en esta discusión porque, en efecto, los tiempos de los cambios del mercado laboral colombiano se miden en décadas, en el cambio de un siglo a otro. Hay que tener en cuenta que esta sería la primera gran modificación que se le haría al Código Sustantivo del Trabajo desde los años 60.
Y bueno, desde entonces ha cambiado una que otra cosa en el sistema laboral, por decirlo de alguna forma. El Código no contempla las nuevas formas de laborar que emergieron con la tecnología, los cambios en el imaginario ni las expectativas sobre el trabajo que hay entre las nuevas generaciones. El mundo de los ascensos jerárquicos y las carreras de décadas bajo un solo techo parece por momentos nostálgico y, para algunos, obsoleto.
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Informalidad y economía popular
“La reforma laboral del gobierno del cambio garantizará los derechos laborales de los cerca de 22 millones ocupados, de los cuales ocho millones son mujeres”, aseguró la ministra durante la radicación del proyecto ante el Congreso.
A primera vista, este pronunciamiento suena deseable. Y, en justicia, lo es. Si bien el proyecto tiene una larga lista de reparos y detractores (desde empresarios hasta empleados), nadie parece ir en contra de un hecho: es deseable y necesario otorgarles mayores protecciones a los trabajadores en Colombia. Más aún cuando el país está rezagado en la ratificación de convenios de la Organización Internacional del Trabajo, con una discusión no muy madura en temas como reducción de la jornada laboral y en donde el sindicalismo, lamentablemente, pasa a veces casi por una sentencia de muerte.
Así que nadie parece oponerse a la garantización de derechos para los trabajadores. El punto clave es cómo. Y es por este flanco por donde las costuras de la reforma comienzan a verse más crudas para algunos analistas y para ciertos sectores económicos.
La reforma parece no resolver uno de los principales problemas del sistema laboral en Colombia: la informalidad. El proyecto de ley otorga protecciones e introduce reglas para el mercado laboral que ya está formalizado.
Sobre este asunto, varios analistas han criticado la visión del proyecto, que al final pareciera introducir una variante de inflexibilidad en el mercado laboral que no estaría muy en línea con un mundo en el cual las relaciones y posibilidades alrededor del trabajo están marcadas por una rápida evolución gracias a la tecnología, pero también de las necesidades de una sociedad con visiones más diversas sobre qué es el trabajo.
Al respecto, por ejemplo, Brigitte Baptiste, rectora de la Universidad EAN, opinaba en una entrevista reciente con este diario que esta “es una reforma retroinnovadora. Vuelve a los orígenes de la crítica al modelo laboral basado en el mercado, con el propósito de proteger al trabajador, lo cual está muy bien. Pero no considera que ya han transcurrido 50 o 60 años desde que se plantearon esas condiciones de empleabilidad en el país. Sí creo que hay un desfase muy importante entre la propuesta que se va a discutir en el Congreso y la realidad contemporánea”.
Este desfase es algo que reclaman en la esquina de las plataformas de servicios, comúnmente conocidas como apps. José Daniel López, cabeza de Alianza In, organización que agremia a varias de estas compañías, asegura que “la reforma laboral podría ayudar a proteger y formalizar el trabajo del siglo XXI. Hemos encontrado identidad con el Ministerio del Trabajo en este propósito, pero todavía tenemos diferencias sustanciales en la forma de lograrlo”. López participará en el foro “Economía popular en la era digital”, que realizará la Universidad EAN en asocio con El Espectador el 18 de abril en las instalaciones de la universidad.
Entonces, el cómo es vital en este asunto. López agrega: “Las nuevas generaciones ya no quieren un trabajo de 8 a.m. a 5 p.m., donde estén toda su vida productiva hasta pensionarse. Los jóvenes valoran la disposición de su propio tiempo, el trabajo sin ataduras y la posibilidad de generar ingresos de distintas formas al mismo tiempo. El año pasado, el BID encuestó a un número importante de trabajadores digitales en América Latina, pidiéndoles calificar de 1 a 10 la importancia que le daban a la organización de su propio tiempo. El 89 % dijo que 9 o 10″.
Para Víctor Julio Díaz, abogado laboralista y rector del Colegio Colombiano de Derecho Social (Coldesocial), la reforma tiene una visión “proteccionista” que a la larga podría afectar la generación de empleo en el país. Esta visión bien podría ir en contra de la generación de empleo, especialmente entre los renglones de la llamada economía popular, en donde hay un potencial enorme de crecimiento económico.
Así mismo, ejercer una presión excesiva sobre el sistema laboral también podría jugar a favor de la informalidad, que hoy sobrepasa el 50 % del mercado, de acuerdo con cifras del DANE.
Juliana Morad, directora del Observatorio Laboral de la Universidad Javeriana, dice que el encarecimiento de los costos laborales, “en un análisis económico sencillo, se traduce en desincentivos a la contratación laboral; entonces puede haber una afectación del empleo, especialmente en los más vulnerables, porque son los que generarían un mayor costo”.
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Y hay que decir acá que la formalidad es vital en este debate, pues en una porción nada despreciable tiene la llave para, por ejemplo, aportar más cotizantes a un sistema de pensiones que funciona con un déficit eterno y creciente (parte clave de la reforma pensional), así como entregar mayores seguridades y calidad para los trabajadores (asunto esencial del ámbito laboral).
En este punto la discusión de la reforma, o al menos parte de ella, pareciera haberse configurado en una especie de pulso entre más protecciones para los trabajadores o generación de más empleo. “La ministra de Trabajo dijo que el propósito de la reforma laboral no es crear más trabajo. Pero tampoco deberían destruirse los que ya existen. En el último mes, cerca de 120.000 personas entregaron al menos una orden como repartidores. Según nuestros cálculos, por lo menos 80.000 de ellos se quedarían sin trabajo si la reforma laboral se aprueba como viene”, argumenta López.
Una de las preguntas que más resuena en la discusión es si hay otras maneras de formalizar a los trabajadores, más allá de lo que propone la reforma laboral. López asegura que sí y propone esta serie de medidas:
- Pago de los aportes de salud y pensión en conjunto entre los repartidores y las plataformas.
- Pago del 100 % del aporte para riesgos laborales por parte de las plataformas, cuando el repartidor haga más de un salario mínimo al mes.
- Pago de un seguro de accidentes, cuando el repartidor dedique muy poco tiempo al mes y, por ende, haga menos de un salario mínimo mensual. O si modernizan la normatividad sobre ingresos base de cotización, proponen pagarles riesgos laborales también.
- Modernización de las normas sobre ingresos base de cotización.
Entonces, una de las tensiones transversales en la reforma es cómo modernizar el sistema laboral colombiano, pero, a la vez, no llevarse por delante ecosistemas y renglones de la economía que hoy ya aportan crecimiento y empleo.
La variable tiempo vuelve a entrar al baile. Baptiste lo pone de esta forma: “Los millennials, por ejemplo, han mostrado que no quieren ese trabajo permanente, que garantiza una carrera de 10 años con ascensos jerárquicos. De hecho, parte de la pérdida de interés de la juventud en las universidades es porque ese mito del progreso laboral ya no existe, no llena sus expectativas. Los jóvenes están pensando en tener una canasta de posibilidades, con diferentes tipos de retribución: trabajan por dinero en ciertas condiciones, y por cierto tiempo, y también por responsabilidad moral y ética o por placer bajo otras condiciones y en otro momento. Hay una demanda de flexibilización laboral que ya está ocurriendo y que no hemos entendido muy bien”.
Y López cierra diciendo: “Debemos entender que el mundo del trabajo cambió. Le doy un dato de una encuesta global de Deloitte: para los millennials (nacidos entre 1983 y 1994) y la generación Z (nacidos entre 1995 y 2003) es más importante la libertad del tiempo que el ingreso en dinero a la hora de escoger un trabajo. Tenemos que adaptar la ley a la realidad, no al revés”.
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