En el Caribe colombiano, una revolución con sabor a cultura

Una iniciativa entre academia y entidades del departamento de Bolívar buscó manifestaciones culturales de la región para convertirlas en motor de innovación y desarrollo haciendo uso de la tecnología.

Édier Alexánder Buitrago*.
04 de noviembre de 2018 - 02:00 a. m.
La cultura de lugares como Clemencia son creación que no se agota, como sí lo hacen otros recursos. / Comunicaciones Laboratorios Vivos
La cultura de lugares como Clemencia son creación que no se agota, como sí lo hacen otros recursos. / Comunicaciones Laboratorios Vivos

La yuca sabe a volcán en Clemencia (Bolívar). A 20 kilómetros del volcán del Totumo, la comida de este municipio del Caribe colombiano con tan solo 21 años de haber sido fundado tiene un gusto particular al que se le puede llamar “sabor clemenciero”, que también sazona su música y sus artesanías.

Así se da la revolución cultural de los Laboratorios Vivos: desde el sabor, la memoria, el ritmo y el emprendimiento. Este proyecto, una alianza entre el Instituto de Cultura de Bolívar (Icultur), la Universidad Jorge Tadeo Lozano y la Gobernación de Bolívar, se centró en conocer manifestaciones culturales de la región para convertirlas en un motor de innovación y desarrollo haciendo uso de la tecnología.

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Algunos de los cursos que se han dictado en dos municipios han sido sobre realización de proyectos audiovisuales, herramientas para posproducción audiovisual, técnicas básicas de radio y comunicación, lenguaje sonoro para cine básico y producción de video enfocado en nuevas tecnologías audiovisuales.

Esta idea proviene de los Living Labs, los Laboratorios Vivos, un entorno colaborativo de investigación, creación y experimentación que le apuesta a ampliar el pensamiento creativo de los participantes y facilita el desarrollo de productos, servicios y modelos de negocio innovadores. Su metodología permite que los contenidos se ajusten al perfil de las personas que se están formando y a los recursos tecnológicos con los que cuentan las comunidades. Este concepto se centra en que son las personas, de la mano de profesores, mediadores y guías, quienes proponen proyectos de desarrollo y los ejecutan.

Aunque los Laboratorios Vivos trabajan en entornos tecnológicos, poco a poco están llegando a poblaciones que habitan las zonas rurales. Un ejemplo de esto fue lo que se hizo en Australia, cuando un grupo de investigadores de la Queensland University of Technology desarrolló un proyecto con la comunidad, cuyo objetivo era acercar a las generaciones rurales más adultas a los medios digitales. Este propósito se vio fortalecido al convertir las herramientas tecnológicas en un canal para contar historias y preservar la memoria.

En Colombia, la experiencia llevada a cabo en María la Baja y Clemencia también explora estos principios. Manuel Zúñiga, asesor conceptual y metodológico de los Lab Vivos, afirma que las TIC y el lenguaje audiovisual son ahora medios para poner el pasado en orden, para hacer memoria y para reconciliar a los habitantes. Esta idea la comparte Germán Molina, jefe de investigación del proyecto, para quien los laboratorios son escenario de paz y de diálogo entre la academia, el Estado y las comunidades.

Edilberto Sanabria, habitante de María la Baja, ideó un Museo de la Memoria para reparar integralmente a los familiares de las víctimas del conflicto en la vereda San José del Playón, población que sufrió una masacre en 1999 y que obligó a muchos de sus habitantes a desplazarse a otras zonas. El Museo de la Memoria será un lugar físico y virtual que reconstruirá el tejido social de los que siguen, se fueron y volvieron.

Pero la memoria no solo sirve para sanar heridas. Conocer las raíces de una cultura permite entender lo propio, los símbolos que se construyen de manera conjunta, el andar de un pueblo. Eso lo tienen claro Teylor Puello y Nancy Zabaleta, quienes elaboraron el Mural de sabiduría ancestral y cultural en una pared de la Casa de la Cultura de María la Baja, un espacio que reconoce, dignifica y visibiliza a los sabedores, cultores y portadores del saber del municipio.

De igual modo, Laboratorios Vivos se insertó de manera significativa en la economía naranja, concepto que está haciendo carrera en nuestro país, a propósito de las políticas que adelanta el actual gobierno en torno al fortalecimiento de las actividades creadoras. Lo hizo a través del acompañamiento y la financiación de 15 proyectos de emprendimiento cultural de estos municipios de Bolívar, de un total de 34 proyectos presentados mediante convocatoria pública de Icultur, así como desde su programa de inclusión productiva, en el que más de 120 personas pudieron capacitarse en innovación social, estrategias comerciales y proyecto de vida.

“Laboratorios Vivos tenía la intención de valorar la cultura como un recurso de creación, que no se agota, como sucede con otros recursos, y que además, de acuerdo con su manufactura, puede ser susceptible de ser protegido con derechos de autor, con el fin de volverlo productivo”, indica Zúñiga.

Dulce Quinceañera es uno de los casos de éxito en Clemencia, pues a partir de la fabricación de dulces típicos de ese municipio, se propuso como valor agregado invertir los recursos obtenidos en la celebración de los 15 años de algunas de sus jóvenes. Gracias a Laboratorios Vivos se constituyó como marca y se diseñaron prototipos y estrategias para la exhibición de productos.

Óscar Cardozi, el Sobrecallo de Colombia, fue otro de los participantes del proyecto. En su caso, la música fue la respuesta para superar la violencia y aportar a la construcción de un mejor país. Sus canciones abordan temas políticos y sobre racismo, pero también representan la relación entre las culturas local y global. Uno de sus temas es Deo Sobao, cuyo video narra, desde una estética propia de la región Caribe, la relación que tienen las personas de la tercera edad con la tecnología.

José Padilla Cabeza, un artesano de 58 años de edad que hace bancos de madera y artesanías junto con su esposa, también fue testigo directo del impacto de Laboratorios Vivos, convirtiendo la cultura en la materia prima para el desarrollo sostenible de las comunidades. Él encontró en la radio, las cámaras y el video la posibilidad de dar a conocer su emprendimiento en otras latitudes. Hoy exporta sus piezas a Panamá y piensa formar jóvenes en este oficio.

Así, aunque se entiende como tradición y un elemento común que homogeneiza, la cultura es también un medio para transformar la realidad. “La principal estrategia para el cambio de situaciones, pensando en procesos de innovación social, es la cultura, representada en las múltiples manifestaciones de estos lugares, en los que en ocasiones no se tenían nombres para las cosas”, comenta Angélica Villalba Eljach, una de las creadoras de Lab Vivos.

Artesanía, arte, cultura o folclor: el valor que adquieren las manifestaciones depende del nombre que se les dé. La apuesta educativa del proyecto consistió en que las personas reconocieran elementos culturales que generaran procesos de apropiación y que luego fueran potenciados a través de la investigación y la creación. El objetivo final fue desarrollar innovación por medio de las TIC y del emprendimiento, propósito que se logró con recursos provenientes del Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación del Sistema General de Regalías.

De esta manera, Laboratorios Vivos transformó la historia de Clemencia y María la Baja, especialmente la de más de 600 de sus habitantes. De hecho, hoy es posible ver, al lado de periódicos nacionales o regionales, a Noticias Vivas, una publicación cultural creada en el marco del proyecto, que se dedicó a buscar historias en los rincones de ambos municipios y que se apoyó en otros formatos como la radio y el video: “Esta inversión se convirtió en un hito para el país, por el uso de recursos del Sistema General de Regalías para Cultura”, comenta Lucy Espinosa, directora de Icultur. Precisamente, el proyecto obtuvo la calificación más alta por parte del Departamento Nacional de Planeación, en materia de ejecución y gestión del presupuesto.

Tras un año de finalizar su ejecución, la revolución no termina ahí. Los laboratorios continúan vivos en la sazón de la comida, en los murales y en las ondas radiofónicas. Incluso, en el centro de Clemencia, lugar en el que, bajo la sombra de un árbol, el melodioso trinar de un canario confirma que la cultura venció a la guerra.

* Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Por Édier Alexánder Buitrago*.

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