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Una multitud de personas con gorras y mochilas naranjas agolpadas frente a las oficinas de Rappi en Bogotá hizo parte de las imágenes más destacadas de octubre. Alrededor de esa fotografía, que desde diversos ángulos circuló por los principales medios de comunicación colombianos, gravitó un contexto que dio mucho de qué hablar: el descontento de los rappitenderos ante lo que consideran unas condiciones de trabajo injustas.
Lo interesante es que ese sin sabor no fue exclusivo de Colombia, por ejemplo, en Argentina un movimiento incluso llegó a tocar las puertas de la Secretaría de Trabajo de la Nación para manifestar el deseo de agremiarse como unión sindical con el objetivo de avanzar en su lucha.
En concreto, parte de los puntos centrales que pusieron sobre la mesa los rappitenderos, tanto en Colombia como en Argentina, es que si las aplicaciones funcionan gracias al trabajo de ellos, lo ideal sería que se les tenga en cuenta para la toma de decisiones en la aplicación; el hecho de que la plataforma decida cuánto deben ganar y que les asignen menos pedidos si no los aceptan con constancia, entre otras, se suman a sus quejas.
Sigue a El Espectador en WhatsAppEl nivel de sus inconformidades llegó al punto de poner en duda el modelo de negocio de Rappi al afirmar que esta empresa ejerce prácticas de subordinación laboral sobre los repartidores, aspecto que salió a desmentir la compañía, así como muchas otras de las acusaciones.
Un mes más adelante, mientras la mayoría de bogotanos se dirigían del trabajo a sus hogares, Jimmy Pedraza se prepara para iniciar su jornada. Agarra un candado asegurado en una cadena para meterlo en su mochila, al igual que dos maletas adicionales para transportar los pedidos. Una bermuda, un par de tenis y una chaqueta para el frío son parte de su atuendo.
Desde su casa, ubicada en Chapinero, pedalea hasta el parque de la 93, un lugar en Bogotá bastante concurrido, con muchos restaurantes y comercios, el sitio predilecto para un rappitendero que anda en bicicleta.
No pasó mucho tiempo desde su llegada cuando sonó su celular, una notificación de Rappi le informó que una persona necesitaba un jugo, jamón, queso y pan. Allí estaba su primer cliente de la noche.
De inmediato se montó en su bicicleta para conducirse al supermercado más cercano, donde aseguró con la cadena a su fiel compañera para ingresar al comercio.
Una vez adentro, su habilidad le permitió encontrar con facilidad los productos y formarse en la caja que tenía una menor cantidad de personas para salir y pedalear hasta su destino, unas oficinas ubicadas en la calle 99 con carrera 14.
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Aparentemente este servicio se ve fácil de hacer, sin embargo, la vida del rappitendero tiene ciertos “gajes del oficio”. Esa misma noche a Jimmy le pidieron comprar unas cintas de blanqueamiento dental, un producto poco usual que aparece en la sección de Farmacia en la aplicación.
Pedaleó por cinco cuadras para repetir el proceso inicial, pero en ese comercio no encontró el producto. Hizo lo mismo por otras ocho, tampoco lo halló, se esforzó por diez más, los empleados del lugar no daban razón de las cintas. Una farmacia a tres kilómetros de distancia era su última alternativa, sin embargo, su afán fue en vano, no pudo llevar las cintas al cliente, así como tampoco cobrar el dinero por su servicio.
“Toca cumplir con el servicio, esos son gajes del oficio, chatico. No en todos los casos se gana”, dijo mientras nos dirigíamos a un lugar en el cual calmar la sed con unas gaseosas.
De vuelta al parque de la 93, Jimmy me presentó a uno de sus compañeros, Germán, quien descansaba en un andén cercano a un restaurante de comidas rápidas. En medio del cruce de palabras este hombre reveló una de las caras más admirables de los rappitenderos: su esfuerzo y dedicación por el trabajo.
Germán ha llegado a completar jornadas de hasta cuatro días, donde sale un jueves al mediodía de su casa y vuelve solo hasta la madrugada del lunes. “La necesidad económica en mi casa es la que me lleva a realizar este esfuerzo. Cualquier persona en mis zapatos haría lo mismo”, afirmó.
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Durante esas jornadas Germán afirmó que suele dormir un par de horas en un parque o en el patio de un centro comercial ubicado en la calle 85, donde se puede refugiar de la lluvia, el frío y hasta poner a cargar su celular. “Allí podemos descansar hasta las 8 de la mañana, que es cuando abren el edificio”, explicó. Un cepillo de dientes y una crema dental son los únicos elementos de aseo que lo han acompañado por esos días en los que logra juntar, en promedio, $350.000.
Aquella noche, según lo que registró una aplicación que utilizamos para medir el recorrido, en más de cuatro horas pedaleamos 16 kilómetros, quemamos 576 calorías y alcanzamos a hacer 15 paradas. Rappitenderos como Jimmy, que trabajan en promedio ocho horas al día, los siete días de la semana, logran hacer poco más de $2’000.000 al mes. Aunque le han robado tres bicicletas, asegura que ama su trabajo, uno que por cierto realiza de manera profesional.