Los problemas del sector arrocero pueden desencadenar el final del “único cultivo de cereal que queda en Colombia”. Esta es una idea recurrente en los discursos de algunos de los promotores del paro arrocero, cuya segunda edición del año comenzó hace casi una semana.
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Si bien la situación de los productores es crítica por los bajos precios que la industria paga por el grano, vale la pena hacerse la pregunta: ¿qué pasó con los cultivos de cereales en Colombia? Porque, de acuerdo con la Federación Nacional de Cultivadores de Cereales, Leguminosas y Soya (Fenalce), solo el 15 % del consumo nacional de estos productos, esenciales para la seguridad alimentaria, se suple con lo producido en suelo colombiano.
Este tipo de granos son frecuentes en la dieta de los colombianos. Algunos llegan directamente a la mesa como el maíz amarillo, mientras que otros —como maíz blanco, soya, avena, trigo y cebada— sirven de insumo para productos esenciales como arepas, pollo, huevo, pescado y hasta la cerveza.
El panorama del maíz en Colombia
Cada cultivo es un caso aparte. Por ejemplo, el maíz es uno de los que más pesa en las preparaciones típicas, pero también es esencial para la alimentación de animales como pollos, cerdos y peces de cultivo. La demanda de este cereal fue de 8’381.248 toneladas (t) en 2024, de las que se importaron 6’822.054 t; es decir, 81,4 %, según Fenalce.
Y aunque la demanda crece rápidamente, impulsada en buena parte por las necesidades de los sectores pecuarios, la siembra nacional pierde fuerza en lugar de ganarla, sobre todo en departamentos como Valle del Cauca, Tolima, Huila y Meta.
Esta realidad alerta al sector porque es un producto con un amplio potencial en el país, ya que están dadas las condiciones del suelo para su producción, además de tener un protagonismo en la seguridad alimentaria. Tanto así que hasta el presidente Gustavo Petro ha puesto el tema en el centro de sus discursos sobre el agro. Pero poco ha cambiado la situación, pues las importaciones siguen llegando y los maiceros se ven en apuros.
Eso les ha sucedido a los productores de la Cooperativa de Agricultores y Cultivadores de Frijol del Putumayo (Coofrimayo), en el Valle de Sibundoy, que llevan 23 años dedicados al maíz blanco y amarillo, el 60 % lo venden en fresco y el resto, seco. Aunque les ha ido bien con el cereal, pues también les sirve como soporte para las plantas de fríjol, ahora han reducido sus siembras por las malas condiciones climatológicas y los altos costos de los insumos, que no logran ser compensados por el precio de compra.
“Estamos generando pérdidas, pero nos toca sembrar porque lo que sabemos hacer es trabajar la tierra. Esperamos que las condiciones del mercado mejoren y que nos compren a un precio justo. Ahora lo que nos ayuda con los ingresos es el aguacate Hass y que nos diversificamos con el ganado”, relata Yolanda Oviedo, productora de maíz y representante de Coofrimayo.
Más allá de las dificultades puntuales que enfrenta la cooperativa, hay grandes retos para el cultivo. Facundo Ferraguti, experto del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Argentina, visitó los sembrados del país y explicó que hay una amplia diferencia entre cultivadores tecnificados y tradicionales, hay limitantes en la infraestructura y algunas prácticas que afectan el rendimiento.
Al respecto, comentó: “La rentabilidad es un reto global porque los márgenes progresivamente son más pequeños. Hay desafíos en enfermedades, producción en volumen, calidad e inocuidad de los granos. Todo conspira para que sea cada vez más complejo”.
Así están la soya, cebada y el trigo en Colombia
Los demás cereales que se producen en el país no tienen las más grandes áreas de siembra ni producciones colosales, de acuerdo con las cifras de Fenalce.
Aunque la soya no es un cereal, sino una leguminosa, tiene características similares al maíz porque es usada principalmente para las tortas que se usan en los concentrados de animales. En 2024 se importaron 443.542 t de soya, todas provenientes de Estados Unidos. Mientras que Colombia produjo 235.455 t, concentradas en los departamentos del Meta y Valle del Cauca. Y también se importaron 1’709.884 t de torta de soya, provenientes en su mayoría de Estados Unidos (84 %) y Bolivia (11 %).
Un estudio de la Bolsa Mercantil de Colombia de 2024 destacó la fortaleza de este renglón, pues en los últimos 10 años la producción nacional de este tipo de legumbre creció en 113 %, al pasar de 93.000 t en 2014 a 198.000 en 2023. Aunque el punto débil es la baja capacidad de transformación en el ámbito nacional, que alcanzó su máximo en 2022 con 184.000 toneladas de aceite y 32.000 de torta.
Volviendo a los cereales, de cebada se produjeron 10.488 t en 2024 y se importaron 358.479 t, provenientes de Argentina (76 %) y Francia (24 %). Este es el insumo principal de la malta que es usada en las cervecerías, de las que llegaron casi 32.000 t al país.
En el caso de la avena, la mayoría de la que se consume en el país se produce localmente, con 5.000 t en 2024, todas cultivadas en Boyacá. Y se importaron 927 t provenientes en su mayoría de Chile (63 %) y Estados Unidos (32 %).
La brecha más amplia es para el trigo, pues el país apenas llegó a las 4.636 t el año pasado, cuando las que llegaron a los puertos fueron 1,92 millones de toneladas provenientes de Canadá (61 %), Estados Unidos (24 %) y Argentina (13 %).
Finalmente, de sorgo se produjeron 9.070 t, la mayoría en el Meta, y se importaron 217, todas desde Estados Unidos.
Una siembra estancada
La suerte de cada cereal ha sido única durante lo que va de este siglo, como se evidencia en los datos históricos de producción y siembra. Sin embargo, son las mismas razones las que sirven para explicar por qué los granos internacionales les ganan el pulso a los nacionales, especialmente en los casos del maíz, la cebada, el trigo y la soya.
Depender del comercio exterior para cubrir la demanda creciente de cereales es “el resultado de no tener unas políticas claras y contundentes para fortalecer a los agricultores, que son los responsables de poner en la mesa de los colombianos la comida para la seguridad alimentaria y para los animales”, sostiene Arnulfo Trujillo, gerente de Fenalce.
Y añade que, si bien lo importante es que haya abastecimiento en el país, no ha habido una apuesta por aprovechar las áreas de vocación agrícola para volverlas competitivas. “Según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria, tenemos 15 millones de hectáreas, pero solo necesitamos 1,2 millones para ser autosuficientes”, destaca el dirigente gremial.
Para Trujillo, entre los frentes por mejorar están los seguros de cosecha, que haya precios de estabilización, infraestructura de secado, mejores semillas y seguridad. Todo esto se traduce en un requisito fundamental: estar al nivel de los productos extranjeros.
Que esto no se cumpla perjudica a los cultivadores porque terminan recibiendo muy poco dinero por una actividad que resulta muy costosa. Ese ha sido el caso de Manuel Antonio Martínez, productor de trigo, cebada y avena y presidente de la regional Boyacá de Fenalce.
Las condiciones son tan desfavorables que asegura que “todos los días nos vemos en la necesidad de retirarnos, pero estamos obligados a seguir para no perder el capital de trabajo. Cada vez sembramos más poquito y tenemos mayores necesidades”.
Un juego disparejo
El estándar está puesto en igualar a los productos estadounidenses porque no solo son un fuerte competidor, sino también porque el tratado de libre comercio (TLC) de Colombia con Estados Unidos puso a los agricultores a competir sin aranceles con un producto que llega subsidiado.
Esto desestimuló las siembras que había debido a la vulnerabilidad del agro y a que dejaba de ser una actividad rentable, puntualiza Clara Inés Pardo, profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario, quien agrega que el TLC “ha generado una división nítida en el agro colombiano para los cereales”.
Todo esto produjo la pérdida de autosuficiencia alimentaria, porque se depende de las importaciones para alimentos básicos. Así se aumenta la exposición a variaciones internacionales de precios, que en este momento se pueden ver presionados a la baja por cuenta de una fuerte oferta. De hecho, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) pronostica que habrá un récord en la producción mundial de cereales en 2025, con 14 millones de toneladas.
Otro efecto importante es que el país queda expuesto a las alteraciones de la cadena global de suministros, como ocurrió con el comienzo de la guerra entre Rusia y Ucrania, cuando los precios de los insumos agrícolas se dispararon.
Si sucediera algún otro conflicto de talla mayor, un choque externo de grandes proporciones que imposibilitara la llegada de importaciones, habría alimentos de este grupo solo para 15 días, de acuerdo con las cuentas de Fenalce.
Las fuerzas que se unen
Aunque el panorama es adverso, en el país brotan iniciativas que muestran que es posible fortalecer los cereales en suelo colombiano. Para Jorge Bedoya, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), la clave es el uso de semillas certificadas y concentrar los sembrados en grandes extensiones de tierra para lograr una economía a escala.
Además, es necesario que haya un encadenamiento de los productores con la industria para facilitar la comercialización, antes incluso de que se dé la siembra. “Todo va orientado al consumo. Por ejemplo, los animales todos los días están consumiendo alimentos y es muy paradójico que aumenten las importaciones para cubrir esa demanda”, dice Bedoya.
Y es que solo la avicultura requirió de 6,4 millones de toneladas de maíz y 1,7 millones de toneladas de torta de soya durante 2024, según cifras de la Federación Nacional de Avicultores de Colombia (Fenavi). Ya incluso hay empresas avícolas que tienen cultivos aledaños a sus plantas.
Otro ejemplo de apuesta por la producción nacional es la estrategia de Bavaria de asegurar un suministro nacional de cebada malteada para sus cervezas. Hasta ahora, la compañía trabaja con unas 800 familias de Boyacá y Cundinamarca, pero el programa también llegará a Nariño.
¿Cuál es el futuro del arroz en Colombia?
El panorama de los cereales en Colombia sirve de reflejo y contraste para la coyuntura que atraviesan los arroceros por los bajos precios que les paga la industria. ¿Terminarán los colombianos comiendo más arroz extranjero que nacional? La respuesta a esa pregunta contiene factores que se inclinan al no y otros que presentan algunas alertas.
El primer elemento a considerar es la diferencia en las orientaciones de los cultivos, porque el arroz va al consumidor final, no es un insumo para otra industria. Y el consumo es muy fuerte, pues se estima que un colombiano promedio ingiere 46 kilos del grano al año.
Eso refleja que la demanda está y, mientras exista, la oferta tiene cabida. Sin embargo, en este momento la sobreoferta es la que les está jugando en contra porque en 2024 se sembraron 631.071 hectáreas, 18 % más del requerimiento de consumo nacional, calcula la Federación Nacional de Molinos de Arroz.
Expertos consultados por este medio coinciden en que los bajos precios de compra pueden quebrar a los productores, especialmente a aquellos que son menos competitivos. En caso de que queden en bancarrota, quedarían sin recursos para realizar la siguiente siembra y por ese lado se reduciría la producción.
Y si la situación es difícil en este momento, lo que está por venir plantea mayores retos. La razón principal es que en 2030 las importaciones de arroz desde Estados Unidos llegarán sin aranceles, por cuenta del TLC.
Bedoya considera que podrán seguir en el mercado quiénes estén en condiciones de producir, tener almacenamiento y secado para que su matriz de costos esté a la altura de la estadounidense.
Por eso se necesitan medidas de largo plazo que sigan fortaleciendo las capacidades de producción nacionales porque, de lo contrario, la industria va a preferir un arroz importado a más bajo costo. “El mismo Gobierno reconoce en el Plan de Ordenamiento Productivo del Arroz que hay algunas zonas que no serán competitivas después de 2030 si no hay cambios tecnológicos o estructurales”, afirma Pardo.
Pensar que está cerca el final del cereal con más áreas sembradas del país es el escenario más fatalista, aunque es una posibilidad que no se puede descartar del todo. Para Bedoya, es claro que hay una oportunidad de vender arroz blanco a los consumidores colombianos, pero está por verse quién la aprovecha: si los arroceros importadores o los productores nacionales.
Así las cosas, vale la pena recordar que Colombia tiene la tierra y las condiciones para producir todos los cereales, pero se necesitan cambios estructurales, de largo plazo, que superan las visiones de una administración y, claro, los eslóganes de campaña.
“Podemos ser una potencia alimentaria, pero no solo es decirlo, sino construir políticas públicas que nos lleven hasta ahí. Los grandes países del mundo tienen lineamientos agropecuarios fuertes y más hacia pequeños productores”, concluye Jaime Alberto Rendón, director del Centro de Estudios e Investigaciones Rurales de la Universidad de La Salle.
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