En un universo de fantasmas, vampiros y monstruos, Mariana Enriquez ha logrado que lo más tenebroso de su literatura sea la vida cotidiana. Tanto en sus novelas como en sus cuentos, los ecos de la dictadura y las heridas abiertas de un país que hasta el día de hoy busca a sus desaparecidos se entremezclan con historias de sectas milenarias, seres aterradores, viejas tradiciones, sexo, droga y rocanrol. Se trata de una escritora a la que han llamado “la reina del terror” o la cara de “un nuevo boom latinoamericano”, pero más allá de los epítetos, se trata de una mujer que no le rinde cuentas a nadie.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El camino de la literatura lo tomó más por necesidad que por convicción. “No escribí mi primera novela (‘Bajar es lo peor’) porque quisiera ser escritora ni porque quisiera publicar o porque conociera escritores y quisiera ser como ellos. La escribí porque no encontraba nada ni a nadie que contara lo que me pasaba”, afirmó durante una conferencia en el Centro Cultural San Martín. Narval y Facundo, los protagonistas de esa historia, vivían en su cabeza y la única manera de sacarlos de ahí era poniéndolos en el papel. Allí se hubiesen quedado de no haber sido por una amiga suya que hizo llegar el texto al entonces editor de Planeta, Juan Forn.
Sin embargo, el libro no fue un éxito en ese momento y por varios años estuvo fuera de las librerías, aunque sí hubo algunos que quedaron fascinados con la narrativa de Enriquez desde ese entonces, lo que lo convirtió en una obra de culto. Veintiséis años más tarde, la editorial Anagrama le propuso a la autora hacer una reedición de este libro y ella estuvo de acuerdo, pero dejó claro que no iba a intervenir el original. “No quiero corregirle nada; tampoco quiero recordar lo que no recuerdo de la trama o de los personajes, ni reencontrarme con errores que, ya sé, son obvios (...). Además, me parece mal corregir los libros viejos: le pertenecen a su tiempo. Y le pertenecen al autor cuando era más joven, que es una persona diferente”, escribió en el prólogo a esta nueva edición.
La ventana que abre Enriquez apunta a redescubrir una escritura adolescente. No inmadura, más bien errática y extasiada. “Bajar es lo peor” es una sucesión de amores y excesos de la vida nocturna de un Buenos Aires de los noventa que se entrelazan con las apariciones de pesadilla que acechan a Narval. Él sufre constantemente la persecución de Ella, una “mujer repugnante que huele a muerte y se mueve como un gato ciego”, pero el miedo que siente no es tanto por lo desagradable de cada encuentro, sino por la incapacidad de distinguir si lo que está viviendo es real o no. Enriquez pinta una pesadilla sin asidero y encima nos niega el alivio de despertar.
“Es la misma sensación que cuando uno tropieza, pero justo en el momento en que se queda en el aire, ¿me explico? No. Bueno, cuando uno va a caerse hay un momento en que no sabe si va a mantener el equilibrio o se va a hacer bosta contra el piso. Y no lo sabe de verdad. Las dos posibilidades tienen la misma cantidad de probabilidades. Pero uno siempre termina o en el piso o parado. Nadie jamás se queda en el aire, en la duda. Es decir, yo puedo confundirme acerca de qué cosas son reales y qué cosas no. Pero finalmente tengo que descubrirlo: es real o no lo es. Y no puedo. Es como si estuviera en el aire: no sé si voy a salir caminando ileso o me voy a reventar contra el piso. No lo sé. Estoy en el medio”, explica Narval.
Ese limbo al que se refiere el protagonista de la novela es un tema recurrente en la literatura de Enriquez, pero trabaja en dos vías distintas. La idea de que el mundo racional que hemos construido se ve atravesado por leyendas y maldiciones que lo desafían no solo aterra por la incertidumbre, sino porque en ninguno de esos dos mundos estamos a salvo. Por ejemplo, en el cuento “Cuando hablábamos con los muertos”, incluido en la antología Los peligros de fumar en la cama, asistimos a una reunión de amigas que buscan contactar desaparecidos a través de una ouija. Allí se mezclan los traumas del pasado argentino con lo aterrador del mundo de los muertos. Es un lugar en el que no sabemos si debemos temer a lo que vemos o a lo que no vemos. Allí es donde ocurre el terror de Enriquez.
“Nuestra parte de noche”, el libro de 2019 por el que ganó el Premio Herralde de Novela, toma este concepto y lo expande por el curso de generaciones. La historia comienza con Juan, quien debe emprender un viaje desde Buenos Aires hasta las cataratas de Iguazú, junto con su hijo Gaspar. Allí, en una vieja casa familiar, deberá oficiar uno de los oscuros rituales de la Orden, una secta que se comunica con un monstruo de otro mundo llamado la Oscuridad en busca de la vida eterna. Si bien parte del terror de esta novela viene de las casas embrujadas y los rituales sangrientos que aparecen a lo largo de la historia, también es un libro sobre Argentina en los años de la junta militar y la represión es también una de las armas con las que se construye lo siniestro.
Desde “Bajar es lo peor”, Mariana Enriquez ha publicado otras tres novelas, tres antologías de cuentos y otros siete libros de temas diversos entre los que se encuentran algunos sobre mitología, otro en el que escudriña en la vida de la escritora argentina Silvina Ocampo e incluso uno sobre su obsesión con Suede, una banda de rock británico de los noventa. Ella no iba a ser escritora, iba a ser periodista musical, pero el afán por desalojar sus obsesiones y tormentos a través de la literatura la ha llevado a ser un referente de las letras contemporáneas y la razón de las pesadillas de muchos de sus lectores.