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¿Cómo llegó al papel de Berenice de Arcila en la novela “Darío Gómez”?
La verdad es que fue una de esas casualidades afortunadas. Realmente fui llamada al casting para interpretar el personaje de la madre de Darío, pero una vez vieron mi audición se dieron cuenta de que la mamá de Darío está embarazada al inicio de la novela. Y aunque usaran filtros y demás, no era creíble que una mujer de mi edad estuviera embarazada. Entonces, al revisar los castings notaron un parecido con Yuri y Majo Vargas, por lo que pensaron que me quedaría bien ser la mamá de ellas y la suegra de Darío. Tuve que presentar otra audición con este personaje y al final les gustó mi propuesta.
¿Cómo se preparó para este personaje, teniendo en cuenta que es una novela biográfica? ¿Qué fue lo más retador?
Tuve que guiarme por los libretos y las indicaciones del libretista y los directores. Al principio intenté investigar en internet, pero no encontré fotos ni entrevistas que me acercaran a lo que era la madre. Pensé en localizar a la verdadera Olga Lucía Arcila, su hija, pero me dio pena, así que decidí basarme en los diálogos y las indicaciones del director sobre su comportamiento. Propuse algunos rasgos, como una relación especial con sus hijas, pero a su vez controladora en sus comportamientos. Tuve la suerte de conocer a Olga Lucía en el lanzamiento de la novela, y me comentó que su mamá era una mujer primaria en sus emociones y protectora, pero también les daba cierta libertad. Eso me dio mucha tranquilidad, porque al interpretar a la madre de una persona viva temía que me dijera que no era así.
¿A lo largo de la construcción e interpretación del personaje encontró algo de ella que también tenga usted?
También soy madre: mi hija tiene 29 años y viví con ella todo su proceso de enamoramiento y de descubrir qué quería ser en la vida. Le di total libertad para que decidera sobre sí misma, pero siempre le pedí que fuera la mejor, y así lo hizo. En ese proceso uno va viendo cómo se relacionan los hijos y, definitivamente, hay parejas que uno no quiere para ellos. Nunca fui agresiva con sus novios y prefería hacérselo saber de manera sutil. Pero sí entiendo y comparto ese dolor y esa rabia de ella, porque uno quiere lo mejor para sus hijos, y por instinto maternal uno sabe cuándo algo no va por buen camino. Los hijos son complicados porque ellos te despiertan todas las emociones.
¿Y cree que los papeles que ha interpretado han influido en su manera de ejercer y entender la maternidad?
En mi caso es al contrario. Siento que todos los personajes que han llegado han sido para evidenciarme cosas de mi propia vida, para de alguna manera sanarlas, procesarlas o transitarlas. Creo, como actriz, que no hay nada que puedas interpretar si no lo has vivido. Quizá todo se puede hacer por imitación, pero cuando has vivido diferentes situaciones y emociones es mucho más fácil trasladar esa experiencia a tus personajes e interpretarlos de manera creíble. Procuro no traer las dificultades del personaje a mi vida, porque mi entorno no merece eso. Prefiero construir una realidad ficcionada para el personaje y, si hay cosas que no he vivido en carne propia, me meto en esos lugares donde sé que puedo encontrar esas experiencias.
Entonces, cuando se apagan las cámaras y las luces, ¿quién es Aída Morales? ¿Qué pasa con su vida?
He pasado por diferentes etapas. Al principio disfruté mucho de mi profesión, asistí a eventos, di entrevistas y conté cosas de mi vida privada. Pero ahora, después de todo eso, mi enfoque ha cambiado. Trabajo al 100 % y cuido mi entorno laboral, pero una vez terminado, mi único lugar es mi casa. Soy muy selectiva con los eventos y valoro mucho el silencio, la tranquilidad y estar con mi pareja, mis perros, mi hija y mi yerno en la intimidad del hogar. No me gusta traer lo que pasa en el trabajo a la casa, porque en el mundo laboral no siempre hay paz. De hecho, no soy de conflictos, respeto a los demás y me mantengo al margen. Asimismo, con los personajes, después de escena, sin importar la emoción, simplemente me relajo, tomo agua y regreso a mi hogar.
Hablemos de eso que le incomoda de la industria de la televisión. De eso que, a pesar de los años de experiencia, aún le cuesta sortear...
En diversas producciones me he enfrentado a la realidad de que, a pesar de que uno da el 150 %, trabaja con disciplina y siempre llega preparado, la industria rápidamente te deja de lado. Tras entregar lo mejor de ti, los protagonistas se vuelven lo único importante y todo lo demás se olvida, como si los demás actores no hubieran sido fundamentales para que el proyecto fuera exitoso. A esto, aunque es triste, me he ido acostumbrando. Disfruto lo que hago, pero dejo que la industria lo lleve a donde quiera, sin sentirme herida. Además, la industria cada vez quiere abaratar más los costos, aun cuando quieren actores que hagan bien su trabajo. Por eso es por lo que muchos han preferido dedicarse a otra cosa. Eso me da tristeza, porque la televisión se ha perdido de muchos talentos por ese menosprecio hacia los actores.
¿Tiene algún personaje o producción que la haya marcado?
Mi carrera como actriz fue una antes y después de A Corazón Abierto. Esa producción me enseñó a estudiar de una manera diferente. El personaje que interpretaba era el de una médica endocrina, jefe de los residentes, con una ética médica intachable, que se hacía respetar. Pero sobre todo, por ser una serie de ese tipo, descubrí que tenía que estudiar de forma distinta. Aprendí que debía conocer un poco de medicina para que mi interpretación fuera creíble. Casi 15 años después, la gente aún me identifica por ese personaje y por todo el esfuerzo, dedicación y disciplina que le puse a esa serie.
¿Y hay alguno del que se arrepienta o del que se sienta insatisfecha por el resultado?
A veces me da tristeza lo que ha pasado con algunos proyectos. Por ejemplo, una novela que fue muy buena, pero terminó en un horario competiendo con Sábados Felices. Nadie pudo ver el desarrollo del personaje, que fue muy bonito. Esas son las cosas que me duelen. Pero hay otras películas de las que realmente me pregunto: ¿por qué lo hice? ¿Lo hice por dinero? ¿Lo hice porque estaba varada y no había nada más, solo necesitaba sobrevivir? Eso me cuesta, me da como un guayabo, pero al final, ya está hecho. La gente lo disfrutó, pero no me sentí cómoda en el set.
La televisión ha tenido severas transformaciones no solo en sus contenidos, sino en la forma en que se hace. ¿Cómo se siente con eso? ¿Es de aquellas personas que viven extrañando el pasado?
Realmente, dejo que el pasado quede atrás. He tenido momentos de mucha gloria, pero ya fue. También entiendo que hay muchas figuras nuevas, que hay que aceptar el paso del tiempo, ya que influye en los personajes que te ofrecen. Es importante comprender que si un día tuviste un personaje muy especial, ahora hay otros que debes interpretar, porque tu edad, tus características y tu cuerpo han cambiado. Ya no puedes esperar protagonizar, a menos de que haya una historia donde la protagonista sea una abuela, como ocurrió con Consuelo Luzardo, que hizo un fantástico protagónico. Fuera de eso, hay que aceptar que ahora harás papeles como mamá, suegra, tía o incluso empleada, ama de llaves, y disfrutarlo. Lo que sí me ha costado son las dinámicas del trabajo: muchos jóvenes recién graduados no tienen experiencia y a menudo los mandan a interpretar roles sin preparación o a hacer cosas que no saben. Pero hay que tener paciencia con ellos y enseñarles.
¿Desde siempre abrazo la idea de envejecer? ¿La televisión la ayudó o la perjudicó en cuanto a esa relación con el paso de los años?
Por fortuna, no he sufrido los embates dolorosos del paso de los años. Desde siempre he asumido mi edad y nunca la he negado. De hecho, algunos portales dicen que tengo 62 años, y yo les respondo que si ahí lo dicen, está bien, pero la realidad es que estoy por cumplir 57. Aceptar el paso del tiempo me permite asumir mis personajes con más claridad, contundencia, sabiduría y riesgo. También entiendo cuando no quedo en un papel porque no doy la edad o no me veo como el personaje lo requiere. A veces veo una producción y pienso que sería genial estar allí, pero el target de actrices es mucho más joven, de 30 o 35 años. No soy de cirugías, ni de tratamientos invasivos, porque veo lo que pasa cuando alguien se somete a ellos. Estoy feliz con la idea de ser abuela en pantalla cuando me llamen para esos papeles.
