El Magazín Cultural

Alejandro Torres: custodio de lo infinito y evanescente

Entre los pasadizos del centro de Bogotá habitan artesanos que salvan el tiempo de la inmediatez y promueven episodios de esperanzas. Una segunda oportunidad para los libros y un oficio que resiste al azar se transforma en otra posibilidad de seguir adelante en la librería Árbol de tinta.

Andrés Osorio Guillott
24 de marzo de 2019 - 04:04 p. m.
Alejandro Torres Ocampo lleva 14 años como librero en el Árbol de Tinta. / Cristian Garavito-El Espectador
Alejandro Torres Ocampo lleva 14 años como librero en el Árbol de Tinta. / Cristian Garavito-El Espectador

Alejandro Torres Ocampo salva al centro de Bogotá del afán que olvida lo esencial a largo plazo y resiste como custodio del arte y la literatura en un sector que perdura en el tiempo por su legado y sus leyendas.

Torres se encarga de vigilar la segunda oportunidad de los libros. Los acoge, los sana y les ofrece vida a sus páginas y a los lectores curiosos y errantes que merodean entre olores fétidos y baldosas arropadas por pequeñas partículas de mugre que se aglomeran en grandes cantidades hasta apropiarse del color del suelo.

Árbol de Tinta, librería de Alejandro Torres, es diminuta si se compara con la inmensidad de historias que aguardan sus estantes. Un espacio que se ubica a un par de cuadras de esa fachada de mampostería que caracteriza a la iglesia colonial de San Francisco, un  edificio que se terminó de construir en 1584 y que fue habitado por vez primera por fray Francisco de Victoria.

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Torres Ocampo llegó a ese emblemático callejón de los libros de segunda entre 1998 y 1999, cuando estudiaba sociología y empezó a trabajar en Merlín, una librería que empezó siendo un establecimiento pequeño y se convirtió en una casa en la que los cuatro o cinco pisos que la componen está atiborrada de textos y donde estos pasaron a ser los habitantes y los dueños. 

Su librería, Árbol de Tinta, va a cumplir 14 años en el mes de junio. Desde la génesis de su oficio y de sus expectativas no ha dejado de superar lo que él mismo llamó “la etapa del azar”, de los días supeditados a lo incierto, a un inagotable cuestionamiento sobre lo que depara la cotidianidad.

“Todos los días son distintos. Hay días en los que no llega nada. Aquí uno se acostumbra a abanicarse en invierno y abrigarse en verano. Uno tiene que estar dispuesto todos los días a la situación que se ofrezca. Aprovechar los días buenos y saber calentarse las manos en los días malos”, afirma Alejandro Torres entre sus libros, las escaleras que le permiten alcanzar la cumbre de las historias custodias.

“Aquí tratamos de tener los mejores libros al mejor precio posible, que podamos darle a la persona algo que normalmente no podría adquirir o que no le darían ganas de comprar dado su valor. Eso también conlleva un peligro, y es que no me permite ganar demasiado dinero. Si quiero tener los mejores libros no puedo pagarlos. Todo está sujeto al azar y a las buenas costumbres. Llamo buenas costumbres a reconocer en el libro un valor que corresponde. Lo más especial que un día vi fue un tomo suelto de las obras completas del Padre de las Casas. Eso ya se consigue desde hace muchos años, pero es que lo que vi fue uno de los siete tomos que él mandó a hacer en España, y estamos hablando es de 1556. Uno esperaría un tomo enorme, encuadernado, pero no, en el siglo XVI ya sabían hacer libros casi de bolsillo, algo bien portable, bonito, en perfecto estado. Estuvo quieto en un anaquel libre del polvo, del hongo y del mal durante 400 años. Eso me impresionó muchísimo. No estaba todo. Son seis o siete tomos. Lo bueno es que era el tomo donde estaba la relación de la destrucción de las Indias. Eso es muy bonito”, contaba Torres mientras comía un helado que evocaba aquellos años en los que todos fuimos más infantes probando los sabores a vainilla, arequipe y chocolate.

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El oficio de librero en Colombia se traduce en la virtud del valiente, del que resiste y se hace consciente de un porvenir que no augura el éxito que venden en las cajas con satélite y en las vallas publicitarias. El valor de una vida al margen de lo usual y lo demandante se refleja en esa capacidad de aceptar que su trabajo lo mete en problemas constantemente, pero que aquellas picaduras de las angustias se salvan cuando una conversación se ofrece como panacea y un libro renace como epifanía de un nuevo universo. 

"Esto es pura resistencia. Es gimnasia. Es disciplina, porque tú no sabes a qué te levantas. Aquí nadie me tiene dicho si voy a vender, si voy a vender lo necesario. Uno aquí se mete en problemas. Es un oficio que se traduce en el arte de meterse en problemas por puro amor. Por ahora vamos en la etapa del azar", afirma Torres.

Por Andrés Osorio Guillott

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