Kollontai creció en el seno de una familia aristócrata en San Petersburgo. Mientras su padre servía al ejército imperial de Rusia y su madre se dedicaba al comercio de madera como una labor heredada de su padre, Alexandra Kollantai compartía con los trabajadores que le servían a ella y que serían más adelante vistos como la semilla de la lucha por la abolición de clases y por una igualdad que lograra dejar en el pasado la brecha entre los obreros y los burgueses.
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Mientras las manecillas de hielo del reloj avanzaban, Kollontai escuchaba atentamente las clases privadas que recibía en su casa. Los anhelados días de verano, en los que las manecillas se derretían y volvían a recuperar su color negro y su estética burguesa, anunciaban la estancia de aquella niña en una finca que la familia tenía en Finlandia, territorio que al finalizar el siglo XIX pertenecía a Rusia. Entre el olor a campo y a madera, la pequeña de la familia Kollontai se dedicaba a leer como una acción temprana de rebeldía y de curiosidad por las ideas que determinaban su mundo.
Las pequeñas y limitadas interacciones de Aleksandra Kollontai con la servidumbre despertaron con timidez y parsimonia algunas intuiciones sobre la desigualdad que se fue configurando como un laberinto sin salida en la sociedad rusa del siglo XIX y que terminó por derrumbarse con la apropiación y consolidación de los ideales marxistas y comunistas promovidos por la Revolución de Octubre en 1917.
Aleksandra Kollantai se hizo maestra y escritora antes de cumplir los 20 años. Los días en que los frutos se secaban y los escritorios en los que la burguesía sostenía su economía se oxidaban, e iban quedando relegados por los amaneceres de nuevos pensamientos y de una suma cautelosa de personas que se fueron uniendo para apropiarse de Rusia y reinventar la estructura social, política y económica.
En 1893, la maestra se casó con su primo Vladimir Ludvigovich Kollontai, un oficial del ejército que le recordó algunas de las tradiciones con las cuales creció. En aquel entonces se rebeló contra su familia, pues sus padres desaprobaban el casamiento y aún así ella asumió su decisión como una nueva muestra de su actitud desligada de lo impuesto y de todo aquello que sonara a una orden.
Sin embargo, el vínculo terminó siendo nocivo para el proceso creativo y de escritura de Aleksandra Kollontai, pues el comportamiento dominante de su esposo le impidió desarrollar su prosa. Al percibir este aire de estancamiento decidió separarse y reiniciar un sendero que la llevaría cinco años después a estudiar economía política en Zurich, lugar que fue fundamental en el crecimiento intelectual e ideológico para ella, pues le permitió conocer a Rosa Luxemburgo y Karl Kautsky, dos pensadores que también iban a aportar a la ideología comunista y con los cuales ahondaría en los conceptos y postulados de Lenin y Marx, los estandartes de la revolución que se fue acrecentando paulatinamente en la extensa Rusia.
“Joven camarada: me preguntas qué lugar corresponde al amor en la ideología proletaria. Te admira el hecho de que en los momentos actuales la juventud trabajadora 'se preocupe mucho más del amor y de todas las cuestiones relacionadas con él' que de los grandes asuntos que tiene que resolver la República de los obreros. Si esto es así —difícilmente puedo apreciarlo desde lejos—, busquemos juntos la explicación de este hecho y hallemos la respuesta a este primer problema: ¿Qué lugar corresponde al amor en la ideología de la clase obrera?”, escribió la que llegó a ser ministra bolchevique en un texto que llamó El amor como factor social y psíquico.
Para Kollontai, el amor era un aspecto esencial que le permitía explicar los lazos de unión y de camaradería de los seres humanos. En el texto ya citado, la autora realiza una deconstrucción del amor a través de múltiples etapas de la historia para demostrar cómo este sentimiento trascendió su categoría metafísica y pasional para convertirse en un instrumento social, en una causa que potenciaba a los seres humanos a realizar grandes hazañas que no hubieran sido posibles sin la motivación de esta pasión, que aunque nacía en la subjetividad, podía enlazar una camaradería y una amistad que forjaría luchas comunes e ideales que propendían por victorias colectivas.
De la empatía subordinada del amor y de la consecución de luchas compartidas, Kollontai abogaba por la emancipación de la mujer junto a los hombres, es decir, defendiendo el derecho a la igualdad de toda la humanidad y no terminar tergiversando esa revolución feminista en obediencias de origen burgués que, de fondo, terminaban segmentando las convicciones de la clase obrera por anhelar y conseguir una sociedad equitativa en todos sus frentes.
A principios de siglo XX, específicamente en 1905, la líder de las utopías había viajado a Inglaterra, Francia y Alemania, países que fueron testigos de pequeños brotes que despertaban de un letargo perenne en el que muchas mentes visibilizaban nuevos horizontes y abrían las ventanas de aquellos hogares que se habían arraigado a leyes, que por leyes, no eran necesariamente justas para el porvenir y bienestar de sus pueblos.
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Un hecho emblemático para Rusia y que convirtió la ira de Kollontai en un motivo más para agitar la política nacional fue la matanza de obreros aquel “domingo sangriento” en 1905. Este suceso, que fue considerado para Lenin como “el nacimiento de un pueblo revolucionario encarnado en el proletariado urbano”, tuvo la participación de 140.000 personas provenientes de las áreas rurales de Rusia y que se asentaron ad portas del Palacio de Invierno en San Petersburgo para pedir garantías de vida al zar y disminuir la pobreza y represión que, infortunadamente, terminó por alzarse aquella jornada del 9 de enero y que apagó la vida de varios obreros y campesinos pero encendió la soga que se venía tejiendo y que terminó anudando los esfuerzos de lo que sería la revolución rusa 12 años después.
Parafraseando un poco a Marx, Kollantai habló de la importancia de “la mujer nueva”, la mujer que renovó su rol en la sociedad y sus ideales para lograr una clase proletaria en ascenso y una cotidianidad que sufriera una metamorfosis desde lo cotidiano, desde lo más ordinario, para fomentar las bases de un nuevo modelo económico y social. Así, desde una nueva concepción de la sexualidad y de la empatía, la pensadora rusa lograba integrar los ideales revolucionarios en términos de política con los ideales revolucionarios en términos de feminidad y de un humanismo que abogaba por todos y no por un gremio o población específica.
En aras de seguir construyendo un proyecto político e idealista, Kollantai salió de Rusia por amenazas del gobierno. Si bien en su país la fuerza del proletariado anunciaba un poder nunca antes visto, la activista aprovechó su ímpetu para viajar por varios países de Europa y militar en partidos que se alineaban con su pensamiento e intencionalidad. Así, el Partido Laborista Inglés, el Partido Socialdemócrata de Alemania y los Partidos Socialistas de Francia y Bélgica fueron escenarios fructíferos para Kollantai. Desde allí nutrió sus aspiraciones y experticias políticas. Organizó varias huelgas a favor de los olvidados y de la represión contra la mujer.
Tras la llegada de la Primera Guerra Mundial, acontecimiento al cual se negó rotundamente, Kollantai se unió a los bolcheviques, gremio que había apoyado anteriormente, pero al que había rechazado para enlistarse en sus filas, pues consideraba que su aporte a la reivindicación de los derechos de los trabajadores, campesinos y obreros, en general, podía darse desde fuera, asumiendo acciones cotidianas que calaran desde dentro en los ciudadanos que buscaban un porvenir promisorio.
La oposición a la guerra la libró desde Estados Unidos, nación que la acogió a través del Partido Socialista. Su estancia en este país fue de tan solo dos años, pues en las vísperas de la Revolución de Octubre, Kollantai fue llamada para asumir su responsabilidad como miembro del comité ejecutivo del Soviet de Petrogrado. En un principio tuvo confrontaciones de corte ideológico con Stalin en cuanto a la posibilidad de mantener la revolución de la burguesía. Inclusive, varios años después, Kollontai asumió un cargo diplomático en el extranjero para evitar que las discrepancias se convirtieran en motivos de condena y censura por parte de Stalin. Sin embargo, al poco tiempo los soviets contaron con la presencia de Lenin, hombre que los respaldó a través de las Tesis de abril.
Tras la toma del poder por parte de la clase obrera en octubre de 1917, Aleksandra Kollontai fue elegida Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública. En ese puesto se realizaron varias acciones que primaveras atrás solamente eran ilusiones aparentemente inalcanzables. La igualdad de sexos y el ideal del amor como una fuerza fraternal e igualitaria logró establecer el matrimonio como un vínculo voluntario; los derechos de las mujeres en términos laborales causaron un salario equitativo entre los géneros; el aborto se legalizó (aunque décadas después se prohibiera salvo en casos de extremo riesgo) y las mujeres obtuvieron su derecho al voto.
A principios de la década de 1920, Aleksandra Kollontai fundó el Departamento de Mujeres Trabajadoras y Mujeres Campesinas del Partido Bolchevique. Desde allí logró visualizar diversos escenarios de represión a mujeres que desencadenaba la ausencia de las mismas en la participación política y en la transformación de la cultura y la sociedad. Así, la fundadora del departamento entendió que la inclusión de las mujeres en la esfera política no sucedería fácilmente, de manera que entrevió la posibilidad de reunir a varias en la creación y desarrollo de proyectos sociales y culturales que involucraran paulatinamente su activismo en el campo estatal.
“La completa absorción de las tareas domésticas por instituciones de la sociedad socialista, uniendo todas las generaciones en solidaridad y ayuda mutua, tenía que llevar a la mujer, y con ella a la pareja de enamorados, a una real liberación de unas cadenas de mil años de antigüedad”, afirmó Trotski en el libro La mujer y la familia.
Esa frase resume uno de los logros que Kollontai logró en una revolución que se hacía en nombre de la clase obrera y que terminó por liberar muchos otros yugos que recaían en poblaciones que eran vistas como minorías y que se consideraban superfluas en la decisiones más determinantes de la política y del progreso de las naciones. Su ideal de un amor que abarcaba a la humanidad desde las pasiones individuales y abstractas encausó varios esfuerzos colectivos que se realizaron en medio de revueltas, agitaciones e incertidumbres. Su pelea por su género, jamás reducido a su individualidad y su población, aportó considerablemente a las apuestas por la igualdad de la Rusia Soviética y a los debates y emancipaciones posteriores que se irían formando a lo largo del mundo.