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Algunos versos olvidados de Mario Vargas Llosa

Antes de conquistar el mundo con sus novelas, Mario Vargas Llosa intentó hacer lo mismo con la poesía. Aunque pronto reconoció que no era su terreno, fue en ese género donde dio sus primeros pasos literarios.

Mario Vargas Llosa
15 de abril de 2025 - 08:03 p. m.
Mario Vargas Llosa se destacó por sus novelas, que lo hicieron merecedor del Premio Nobel de Literatura.
Mario Vargas Llosa se destacó por sus novelas, que lo hicieron merecedor del Premio Nobel de Literatura.
Foto: EFE - MARSANO THEATER / HANDOUT HANDOUT
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El camino de Mario Vargas Llosa por la poesía no es tan extenso. El título de poeta no es algo por lo que se le conozca en el mundo literario, pero sí escribió poemas. Aunque él sabía que ese no era su fuerte, prefirió entenderla, analizarla y hasta cuestionarla, más que crearla.

Pero es en la poesía en donde Vargas Llosa se formó. Fue el espacio para los errores y las primeras veces. Sin embargo, como muchos escritores, comenzó escribiendo versos, pero pronto se dio cuenta de que su verdadero talento estaba en la narrativa.

Muchas veces dijo que escribía “muy mala poesía”. Que no le convencía lo que escribía sobre el papel. Además, le guardaba un profundo respeto a ese género, al que siempre creyó supremo. “El género literario supremo y excelso, de una perfección inigualable, es la poesía, el más antiguo que existe y donde la lengua se transforma en algo verdaderamente rico y esplendoroso”, dijo en un evento del Festival Internacional de Poesía Ciudad de Granada.

Y, aunque todas sus letras fueron para la novela, el ensayo, los cuentos y el periodismo, en su prosa sí se aguarda una belleza poética y de gran lirismo, que fue destacado por críticos, autores y fanáticos.

A continuación, recopilamos algunos poemas de Mario Vargas Llosa en los que escribió sobre, como fue costumbre, sobre las ideas, los amores, las pasiones, las tristezas y todo lo que le pasaba.

Estatua viva

Tengo un revoltijo

en la cabeza

Pensamientos,

un sombrero de

púas y barrotes

descascarados

y la imagen de

una pierna

fragante de

mujer.

(Digo fragante

pero podría decir

también

suculenta,

voluptuosa,

aterciopelada,

núbil o

febril)

La armazón

deleznable

que me colma

significa dispersión,

riqueza,

no confusión.

Soy todas

esas cosas:

desechos y sueños,

basura y deseo,

belleza,

escombros

y una tierna

ansiedad.

El Alejandrino

Nació, vivió y murió en Alejandría

y allí trabajó treinta y tres años

–los tres primeros de meritorio, sin sueldo–

en una oscura repartición

denominada Dirección de Aguas.

Egipto era entonces –fines del

diecinueve y comienzos del veinte–

una semi colonia británica

y Alejandría una ciudad pequeña,

fiel a su tradición,

profundamente corrompida.

Pertenecía a la minoría griega

–banqueros, mercaderes,

prestamistas, marineros, taberneros y

mafiosos– y hablaba, además del griego materno,

inglés, italiano y francés. Chapurreaba

el árabe coloquial, no así el clásico.

Pequeño y esmirriado, llevaba siempre

cuello duro, corbata, chaleco,

puños falsos, gemelos, reloj de leontina

y ocultaba sus ojos bizcos detrás de unos

anteojos con montura de carey.

La exorcista

Mi vida parece sin misterio y

monótona

a quienes me ven

de paso a la oficina

en las mañanas apuradas.

La verdad es muy distinta.

Cada noche debo salir a pelear

contra un espíritu malvado

que, valiéndose de

disfraces -perro, grillo,

nube, lluvia, vago,

ladrón- trata de

infiltrarse en la ciudad

para estropear la vida humana

sembrando

la discordia.

A pesar de sus disfraces yo

siempre lo descubro

y lo espanto.

Nunca ha conseguido engañarme

ni vencerme.

Gracias

a mí, en esta ciudad

todavía es posible

la felicidad.

Pero los combates nocturnos me

dejan exhausta y magullada.

En pago de mis

refriegas contra el enemigo,

les pido unas sobras

de afecto y amistad.

Padre Homero

No sabemos si era uno o muchos.

Ni siquiera sabemos si existió o lo inventamos

para dar un dueño y una leyenda

a los poemas que formaron

al mundo en que vivimos.

Las cuencas vacías de sus ojos

iluminan como dos soles

las aguas, las islas y las playas

el mediterráneo.

Tampoco sabemos que las historias

que canto tuvieron raíces

en la historia real o fueron fantaseadas

por su imaginación incandescente.

Yo lo adivino

como un viejecito bondado

soy excéntrico divirtiendo

a niños y ancianos

con fabulosas aventuras

de guerreros y monstruos

en una época inusitada

en que hombres y dioses

andaban entreverados

y las batallas se ganaban

con caballos de madera,

elíxires y agias.

Lo diviso entre sombras y

chisporroteo de fogatas,

en aldeas con olora

vino y aceite,

pulsando su ira

acompañado

por el murmullo del mar

y la resaca,

rodeado de caras expectantes.

Su fantasía y verba

embellecían las anécdotas

que traían los marineros de sus viajes.

Por Mario Vargas Llosa

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Walter Carrillo(21564)15 de abril de 2025 - 09:04 p. m.
Uf, no sabía que también había incursionado en la comedia.
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