Amar los libros, a medida que se destruyen

Todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste, incluso mientras lo devoran las llamas”, Bohumil Hrabal en “Una soledad demasiado ruidosa”.

Isabel-Cristina Arenas
09 de octubre de 2018 - 03:00 a. m.
Hrabal, cuya obra surge de trabajos como el triturador de papel de “Una soledad demasiado ruidosa”. / Cortesía
Hrabal, cuya obra surge de trabajos como el triturador de papel de “Una soledad demasiado ruidosa”. / Cortesía

Hant’a lleva 35 años en un sótano prensando, aproximadamente, unas dos toneladas de papel por mes, le hacen falta cinco años para jubilarse y planea hacerlo junto a su máquina; está ahorrando para comprarla y así ponerla en el jardín de su casa y hacer sus propias obras de arte. Se define como “un tierno carnicero, alguien culto, a pesar de sí mismo”. Toma varias cervezas durante el día y sonríe porque puede llevarse a su casa una maleta llena de libros que le explicarán algo que desconoce de su propia vida. Hant’a es el protagonista inolvidable de “Una soledad demasiado ruidosa” (1977), del checo Bohumil Hrabal. Hrabal (Brno, 1914-Praga, 1997) fue triturador de papel, obrero de fundición, empleado de ferrocarriles, corredor de seguros, oficial de notaría y escritor desde los 49 años. También estudió derecho. En 1970 sus libros fueron prohibidos por el régimen socialista que tenía sometido a su país y comenzó a publicar en forma clandestina.

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No le gustaban los halagos, prefería la soledad, tampoco daba entrevistas, pero visitaba con regularidad una cervecería de Praga llamada El Tigre Dorado.

Es conocido principalmente por “Trenes rigurosamente vigilados” (1964), que cuenta la historia de un aprendiz ferroviario en busca de su identidad y enamorado de una telegrafista, durante la Segunda Guerra Mundial. El libro fue adaptado al cine por el director Jirí Menzel (con guion de Hrabal) y obtuvo el Premio Óscar a mejor película extranjera, en 1967. Este largometraje se puede ver completo en YouTube. Sus libros tienen una velocidad, una fuerza y una voz que se leen de una sentada. El autor pasa con sutileza de lo absurdo a la normalidad y de la ternura a la crudeza, en historias cotidianas con las que un lector se puede sentir identificado.

En 1995, durante un ciclo de conferencias en la Biblioteca Nacional de España, dijo: “A mí me preguntan siempre cómo habiendo sido tan mal estudiante, soy escritor. Yo digo que porque es algo que llevaba dentro, estaba marcado con un dedo de Dios en la frente. Es la huella que puedo ver cuando bebo mucha cerveza”. La obra de Hrabal está basada en sus experiencias laborales, como es el caso de Hant’a, el triturador de papel de “Una soledad demasiado ruidosa”, personaje al que uno quisiera tener de invitado a su mesa para escucharlo hablar de libros. Sobre su protagonista el autor afirmó que le había dado su alma.

Una vez tiraron en el sótano de Hant’a varios kilos de reproducciones de maestros célebres, como Rembrandt, Manet, Klimt, Cézanne y otros pintores europeos. Entonces Hant’a decidió embellecer cada una de sus balas (paquetes) de papel prensado y observarlas mientras estas eran llevadas por un montacargas hacia su destino final: el reciclaje. “Paquetes adornados con Ronda de noche, El desayuno sobre la hierba, La casa del colgado, o el Guernica”. Además de esto, en medio de cada bloque, ponía como ofrenda un libro abierto en una página cuidadosamente elegida, por ejemplo, un Goethe, Schiller, Hölderlin o Nietzsche. Balas como sepulcros.

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En su casa, en las afueras de Praga, a Hant’a ya no le caben más libros, se ha llevado todos los que ha podido. Ha leído y releído todo lo que cae en su sótano destructor de papel. El único espacio libre en su apartamento es la tasa del inodoro, el vidrio de una ventana y la estufa. Aun así, se siente culpable de no poder llevar más. Su mayor miedo es morir debajo de todos ellos. “Sería su venganza por haberlos prensado”, piensa y recuerda a los ratoncitos que mueren, atrapados, dentro de los paquetes que él hace. Vive solo, aunque tuvo dos novias; una menos afortunada que la otra. De la que más quiso, la gitana silenciosa de la cometa, no recuerda su nombre.

Para la última bala que prensó Hant’a eligió a Novalis. Puso su dedo sobre una frase que siempre le había llenado de entusiasmo: “Cada objeto amado es el centro del paraíso terrenal”, y pulsó el botón de aplastar. Bohumil Hrabal, por su parte, cayó desde el quinto piso de un hospital mientras intentaba darle de comer a unas palomas. Tenía 82 años.

Por Isabel-Cristina Arenas

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