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No hay introducción; la brisa me lleva (por fin).
Brisa, atrévete más
La brusquedad de la brisa no me importa sentirla si estoy cerca de las palmeras. Que me golpee, que me empuje, que me cuestione, que me confunda, que me desespere; no me atormenta esta brisa. La merezco, la entiendo, la espero cada año. Escucho Sueño con ella, de Buika, y sigo caminando las calles de mi ciudad caribeña mientras la brisa me persigue y las sombras de las palmeras se enredan con mis pasos. La canción dice: “Tú estás bailando bajo el sol y tu pelo de nube viene a rozarme el ombligo…”, frase que les dedico a mis amadas palmeras; ojalá pudieran acariciarme. Brisa ruda y tibia, sigue bailando con ellas, aunque arrastres los pedacitos de este ser roto hacia las olas saladas.
No quiero consejos sobre cómo encontrarme
¿Reinventarse?, ¿qué es reinventarse? Nunca entendí su significado, ni con ejemplos, ni con hondas explicaciones, ni con libros, ni con testimonios de personas que aseguran haberse reinventado de los pies a la cabeza. ¿Reinventarse será bajarle al ajetreo humano y dejar las penas secándose al sol?, ¿será lo más cercano a una salvación inmediata?, ¿será abandonar las experiencias fugaces y procurar una vida interior rica?, ¿será plantarle cara a la adversidad y renacer?, ¿será dejarles de buscar el sentido a las cosas y entregarse al hermoso asombro de estar vivos?, ¿será sacudir tibiezas y luego comerse el mundo?
Sé que no existe una sola explicación o definición y que cada uno puede darle el significado que desee, pero a mí esa palabra no me suena armoniosa y no me parece honesta. Después de todo, a mí me ha servido solo para fabricar preguntas y abrir pláticas con amigos, conocidos y extraños; ha sido muy útil para hacer de la conversación una deriva y crear mis propios laberintos.
“Perderse también es camino”, lo dijo Clarice Lispector. Ese sí es un verdadero consejo. Me fío del “hay que perderse” y no del “hay que reinventarse”. ¿No es hermoso?
Por favor: no demos instrucciones sobre cómo encontrarse. No arruinemos el mensaje intrépido de Lispector.
Blanco y negro
¿Por qué hay canciones en las que relacionan al blanco y negro con el sufrimiento? Escuché hace unos días en la radio: “Llegaste tú y pintaste mi mundo de colores”. Entonces, ¿las películas y fotografías en blanco y negro son tristes? ¡Ah!, ¿y los sueños que se tienen en blanco y negro no son sueños sino pesadillas? ¿Todo lo que está en blanco y negro es un rincón de desazón? ¿El blanco y negro es un universo que no inspira vida?
Si revelo mis fotografías en blanco y negro, ¿estaré muriendo o es una manera de cavar mi propia tumba?
¿Qué me esperará mañana?
No hay nada de lo que huir. Por ratos siento que a mi soliloquio matutino lo acompaña el sonido de un mar bravío. Me gusta. No se deshojan mis hondas tristezas, hoy parecen una bandada de imágenes, están indefensas. Me siento tranquila. El lucernario no solo permite que entre la luz a la casa, sino que también parece que se inventó un milagro: hoy veo con más nitidez, puedo bajar a saltos la escalera cuando suena el teléfono, no tropiezo, al fin no tropiezo. La música sugiere, pero no le hago caso hoy, solo por hoy. Las llamadas de mis amigos —que hablan para saludar— interrumpen mi soliloquio, no obstante, el sonido del mar persiste, ni siquiera la música consigue hacerlo inaudible. Hay un enorme olvido entre las palabras que antes no encontraban voz y yo; dejo latir mi ingratitud hoy, solo por hoy.
Quisiera que esto se volviera costumbre, que mis nostalgias no queden como virutas en el suelo, porque las quiero, son como voces viejas que me acompañan y vivifican; que el mar sea cómplice; que la luz arrope mi paisaje hogareño. Seguramente es mucho pedir, estoy siendo muy aventajada. Hoy, solo por hoy, no hubo enredijo en mi vida. El vino mojó mi sosiego. Hoy el aburrimiento no fue la victoria de la soledad. ¿Qué me esperará mañana?, ¿será un sacudimiento?, ¿la insuficiencia de alegría?, ¿un terreno abonado para que desfilen las heridas?, ¿un mezquino eco del ayer?
Ah, sí: mañana es lunes.