Usted decidió abrir La Verbena porque sentía que faltaba un lugar así en esta parte de Bogotá, ¿cuál es la importancia de tener espacios culturales por toda la ciudad?
Diría que la importancia está en el acceso a la cultura. Se ha creado un imaginario colectivo de que la cercanía es parte de la calidad de vida, entonces ahora, según un estudio que leí hace poco, las personas están dispuestas a ir solo a lugares que queden a 15 minutos caminando desde sus casas. Eso significa que tenemos el reto de acercarnos a las personas en lugar de esperar a que ellas se acerquen a nosotros. Es muy importante hacerlo porque la cultura nos ayuda a reflexionar sobre nuestros problemas trascendentales. La literatura y el arte nos dan respuestas sobre la complejidad humana o, al menos, nos acompañan en la búsqueda. Y eso tienen un valor adicional: el sentido comunitario. Así aprendemos a ser comunidad, incluso en lugares donde nunca se ha sentido como una necesidad.
¿Cuál es la diferencia entre una librería comercial y una independiente?
La diferencia está en la relación que se establece con el lector, que va más allá de la simple compra de un libro. Las librerías comerciales han hecho un trabajo espectacular acercando la lectura a la gente, pero su enfoque no necesariamente responde a las preguntas trascendentales que una persona puede estar buscando resolver. Por ejemplo, muchas veces alguien llega buscando un libro porque lo vio recomendado, apareció en un ranking o se volvió popular. En una librería comercial nadie le pregunta: “¿Por qué está buscando ese libro?” o “¿Qué es exactamente lo que espera encontrar en él?”. Simplemente se lo entregan y ya. En una librería independiente, en cambio, se pueden generar conversaciones, algo fundamental en un país y en un momento como el actual, donde necesitamos hablar más para comprendernos mejor.
Para usted, ¿qué se necesita para ser un ‘buen librero’?
Lo primero, diría yo, es la capacidad de escucha. Si como librero no me preocupo por entender qué está buscando la persona, entonces simplemente le entrego el libro y ya, sin marcar ninguna diferencia con otros espacios. La segunda cualidad fundamental es la empatía, porque siempre hay que tratar de comprender qué le gustaría que le recomendaran a esa persona, no a uno mismo. Es normal que los libreros, como cualquier persona en su profesión, impregnen su labor con un toque personal. Pero si, por ejemplo, yo disfruto más la literatura escrita por mujeres y alguien me pregunta por un autor masculino, igual puedo escucharle y darle recomendaciones. Además, este sector a veces sufre de cierta superioridad moral en cuanto a los gustos literarios. Existe la idea de que quien lee poesía es más intelectual o más consciente socialmente que quien lee libros de negocios, pero eso no es necesariamente cierto. Sin embargo, ese imaginario sigue presente, y como libreros, debemos ser conscientes de ello para no reproducir esos prejuicios.
Hace poco reestructuraron la marca. ¿Cómo lo hicieron?
La reestructuración de la marca tuvo como objetivo definir una imagen clara de lo que queremos que La Verbena represente. Éramos —y seguimos siendo— muchas cosas, por lo que explicarlo en un logo, en unos colores y en una identidad visual fue un reto. Para lograrlo, primero nos preguntamos qué queríamos comunicar y qué valores queríamos defender. Llegamos a la conclusión de que la esencia de La Verbena está en la latinoamericanidad: esa literatura que refleja nuestros problemas desde nuestra propia perspectiva y en la idea de comunidad, porque en nuestra región disfrutamos de la cercanía con los demás.
En cuanto al proceso, nos enfocamos en hacer que el espacio fuera llamativo y acogedor para todo tipo de personas, no solo para el “cliente cultural”. Nos dimos cuenta de que estábamos demasiado dirigidos: priorizábamos a quienes ya formaban parte del mundo editorial y literario, pero no necesariamente a quienes simplemente buscaban un lugar agradable para estar. Queríamos que alguien pudiera venir porque le gustaba el ambiente o porque el café era rico, sin que necesariamente fuese un lector habitual.
¿Cuál ha sido la respuesta de la gente?
Hemos recibido comentarios muy valiosos de la comunidad. Hay personas del barrio que se acercan a decirnos: “Gracias por darle energía al barrio” o “Gracias por los eventos que organizan”. Nos hemos convertido en un lugar de encuentro donde la gente no solo viene a comprar libros, sino también a compartir momentos importantes de su vida. Hay quienes han atravesado duelos o rupturas aquí, han pasado por situaciones difíciles y encuentran en La Verbena un refugio. Por supuesto, aún enfrentamos muchos retos. Sacar adelante un negocio cultural es más complejo que un emprendimiento comercial, porque implica explicar otras dinámicas y conectar con las personas desde un lugar diferente. Al mismo tiempo, también nos encontramos con personas que no entienden el concepto. Y eso, en el fondo, nos gusta, porque significa que estamos logrando nuestro propósito: despertar la curiosidad y generar nuevas conexiones.
¿Ha cambiado su relación con la literatura desde que empezó La Verbena?
Creo que esto me abrió un mundo completamente nuevo. Antes de La Verbena, muchas de mis decisiones literarias estaban basadas en rankings o en recomendaciones de amigos. No estaba expuesta de manera constante a editoriales independientes que publicaran, por ejemplo, ciencia ficción colombiana, o a la cantidad de cosas increíbles que están escribiendo las mujeres en la región. No sé si, de no haber abierto la librería, me habría enterado de que en Latinoamérica hay un género en auge como el terror andino gótico, con autoras vivas que lo están desarrollando y posicionando a nivel mundial. He descubierto un universo mucho más amplio que, si me hubiera quedado solo en los espacios comerciales, difícilmente habría encontrado. Valoro mucho esta transformación, porque no solo me ha cambiado como librera, sino también como lectora.