El Magazín Cultural

Ángela García y una poesía del cuerpo

La poeta Ángela García cofundó el Festival Internacional de Poesía de Medellín y actualmente organiza el encuentro por el Día mundial de la poesía, que se celebra en Malmö y Lund (Suecia). Este año obtuvo el premio Casa de América de Poesía Americana.

María Paula  Lizarazo
05 de diciembre de 2021 - 02:00 a. m.
La poeta Ángela García, quien reside en Suecia.
La poeta Ángela García, quien reside en Suecia.
Foto: Mia-Maria Lindberg

Personas del plural

No por devorar libros y otras

escrituras dirigidas a la inteligencia

nos facultamos para leer otros signos.

Así, la instrucción tiene poca aplicación

en el cuerpo.

Vamos muriendo sin saberlo.

Nos sonreímos, lo cual hace soportable

la rudeza del mutismo.

Con sonrisa abanicamos el esplín.

***

La poesía de Ángela García atraviesa su cuerpo. Desde niña tenía una agenda en la que escribía y que, luego, en la adolescencia, cuando se hacía consciente de su propia identidad, de que esta era y es como una escritura constante sobre borraduras, le permitía conocerse y delinearse a sí misma. Piensa que la escritura y la literatura son sinónimos, aunque no siempre “la escritura termina siendo la literatura que uno quiere hacer, pero es ese proceso. El objetivo de la escritura, al comienzo, es descubrirse. En esos primeros cuadernos escribía pensamientos que tenía y cuando luego los leía veía que ahí hay otra persona que los demás creen que es uno, y ese reconocimiento es muy grande, catapulta muchas otras cosas, te da vuelo. La escritura te permite ese reconocimiento del rostro propio, de tus visiones, es una herramienta de irradiación de los sentidos, de iluminación de algo que eres tú y que todavía no conoces, y ahí lo vas buscando”, dice García en entrevista para El Espectador.

Con el tiempo, esas anotaciones en su agenda se fueron volviendo proyectos literarios. Uno de los temas sobre los que escribía era la locura, la veía como una libertad ajena a las lógicas y los lenguajes convencionales; pero cuantas más hojas agotaba, descubría que esa mirada romántica sobre la locura era ingenua y empezó a relacionarla con el sufrimiento: “La marginalidad de un pensamiento siempre duele, ya sea la inconsciencia de la locura o el exceso de conciencia”, afirma.

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De hecho, alguna vez que se reunió con Nicanor Parra, el poeta le dijo que “de lo que se trata es de ser locos”. Se refería a la locura ya fuera a la manera del Quijote, es decir, una locura resultado de una sumatoria de historias como único destino para salvar la humanidad; o ya fuera como el Rey Lear: el exceso de conciencia que lo ensimisma en una especie de melancolía. “Como sea, pero hay que ser locos, me dijo él”, agrega García.

Después de la locura vendrían otros temas, como el cuerpo. Baudelaire, el ensayo de Jean Paul Sartre, la llevó a la obra del poeta moderno: “Baudelaire me impresionó y me asustó por descarnado y por duro”, dice, mientras piensa en el poema Una carroña, que le movió las fibras por “esa manera de describir la muerte y la descomposición: el resultado es que describe la vida, que no hay muerte, que tras de esa descomposición vienen las larvas y que ahí está otra vez la vida trabajando su nueva solución de caminos hacia otra manera de existir”.

La primera vez que parió y vivió el dolor del alumbramiento hubo un hito en su conciencia, el desgarramiento y la vida, la sangre y la ternura. Otro hito fue cuando empezó a practicar capoeira y el movimiento, la circularidad, la danza, la respiración y el sudor dejaron de ser algo inadvertido. García ve el cuerpo como el “centro del misterio de todas las grandes cuestiones humanas. Todo lo que cabe en el cuerpo me parece fascinante: cómo esa máquina tan misteriosa, tan extraña, tan perfecta, puede canalizar cosas tan abismales como la historia, el deseo, el futuro, las contradicciones, el dolor, los temores; todo está ahí, en el cuerpo: el mal, la muerte, la vida y también lo político”.

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Su relación con el cuerpo se da en un camino de doble vía en el que el pensamiento, un pensamiento polifónico, se alimenta de este y viceversa: “En la creación se juntan diferentes identidades, hay una decantación de un diálogo que viene de atrás, de otras voces, de cosas que se han escuchado o se han leído. Es como un estuario: en la escritura vas desembocando al mar de una obra”.

A veces, para escribir, corre. Su cuerpo en movimiento es el camino hacia su escritura, dicho sea, hacia ella misma, pues “en ese hecho de sostener la respiración, de llegar a un ritmo regulado donde ya no piensas más, vienen unas soluciones a esas cosas que quedaron sueltas o quedaron mal dichas, a esas preguntas punzantes, espinosas. Tiene mucho que ver con el hacer vacío, cuando uno hace vacío todo sale más limpio, bañado”.

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Las paredes de su casa, en Suecia, son bibliotecas. Lee en español, en sueco, en francés y en inglés. Y siempre regresa a Alejandra Pizarnik, Fernando Pessoa, Clarice Lispector, María Zambrano, Arthur Rimbaud, René Char. Y siempre, también, está buscando y captando imágenes o instantes, develando que “la vida es una alegoría de la búsqueda poética misma. Tú estás viviendo y de pronto sientes el llamado de algo, de una manera de la luz, de una conversación que oyes en un bus, en un tren, un movimiento del agua: cosas pequeñas que se vuelven definitivas en un texto poético”.

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