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El taller de Clemencia Echeverri: la versatilidad y transformación del espacio para su arte

En esta nueva entrega de Los Microcosmos del Arte visitamos el taller de la videoartista, quien transformó un apartamento en Bogotá en su estudio y espacio de experimentación con mesas móviles, proyectores y más.

Andrea Jaramillo Caro

30 de noviembre de 2025 - 08:00 a. m.
Clemencia Echeverri es maestra en artes visuales, historiadora y teórica de arte contemporáneo.
Foto: Eder Rodríguez
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Clemencia Echeverri siempre quiso un espacio como en el que trabaja hoy. Su taller se encuentra en un edificio residencial y es un espacio totalmente dedicado a su práctica. “Necesitaba un espacio generoso y logré conseguir este apartamento y adaptarlo. Lo adquirí hace unos 10 años en planos y se diseñó más o menos de acuerdo con las condiciones que yo necesitaba para trabajar”, dijo en entrevista para El Espectador.

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La artista caldense, oriunda de Salamina, contó que en el espacio que sería la sala y el comedor optó por retirar las divisiones y otros elementos que pudieran interrumpir posibles necesidades futuras. Sin embargo, decidió mantener las características tradicionales de un apartamento, en caso de que en algún momento quisiera venderlo.

Un espacio para su arte es algo que ha estado presente en su vida desde la infancia. “Desde niña siempre quise estar en el arte. En mi casa tenía un espacio pequeño donde yo cogía papeles y dibujaba. Cuando viví en Medellín, en la primera casa que tuve, dediqué un espacio a mi trabajo. No eran talleres como uno lo puede ver hoy en día, con mayor complejidad y más vividos; eran lugares que uno le sacaba al espacio de vivienda para trabajar. Ese siempre fue mi interés y necesidad, por eso lo hice realidad”, dijo.

Echeverri recordó que en esos primeros espacios que dedicó al arte dentro de su vivienda solía haber un caballete, pues en ese momento se dedicaba a la pintura. “Siempre quería tener un mundo aparte dentro del mundo del matrimonio, el tener un hijo o cosas de esas. Yo quería destinar un espacio de mi casa a mi taller”, contó. Durante esos años, la artista relató que sus espacios de trabajo fueron “tremendamente sencillos” y que en su tiempo como pintora creaba una relación directa con su modelo.

“Siempre tenía una modelo que me ayudaba a construir una figura, una escena o una sucesión de figuras que permitieran transmitir algo en la pintura. Me valía de eso. Traía a la chica, venía al estudio, empezaba a hacer los dibujos, a graficar un poco, luego a tensar telas y a imaginar la producción artística. Cuando estaba estudiando Artes en la Universidad de Antioquia, en Medellín, teníamos la misma dinámica de trabajar con modelos, y yo traje una a mi estudio y la puse al servicio de lo que yo quería. No porque en la modelo estuviesen resueltas todas las cosas, ni en que en ella yo tuviese definido el problema, sino que ella era un recurso para componer”.

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El taller donde trabaja Clemencia Echeverri es un espacio donde la mirada fluye hasta el punto focal, al fondo de lo que en un apartamento tradicional sería la zona común. Ese muro blanco fue convertido por la artista en su propia forma de lienzo para bosquejar sus proyectos. Sobre él cuelgan fotos, hojas con apuntes, flechas, palabras y más, que configuran una parte del proceso que la artista sigue para crear sus obras. Un telón negro y cortinas instaladas para bloquear la luz hacen que el lugar se convierta en una especie de teatrino desde el que la artista puede ver cómo avanza una obra.

Frente a una ventana hay dos escritorios con monitores, cámaras, lentes, cables, proyectores y más. La parte de abajo de la ventana que mira hacia los cerros orientales está llena de libros de autores, desde Ai Weiwei, hasta Simone Weil. Hacia el interior, donde estarían las habitaciones, se encuentran más bocetos, cuadernos con figuras y palabras, cámaras viejas que en el pasado fueron las herramientas de Echeverri y un extenso archivo de revistas de arte.

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El taller de Clemencia Echeverri: el videoarte y la versatilidad del espacio | El Espectador

“Hago que el espacio me sirva para unos propósitos que he tenido durante estos años en este estudio. De tal manera que sea muy maleable, que las mesas tengan ruedas, que los espacios se puedan transformar, que la sala se puede quitar, que se pueda proyectar, que en esas cortinas pueda hacer proyecciones en simultánea... Es un taller de carácter muy experimental. No estoy en el estudio pensando que estoy cargada de unas decisiones y que van a estar afectadas por el espacio. Hago que el espacio se me facilite para que todas esas decisiones realmente se materialicen”, dijo.

Para la artista, su taller “es un espacio móvil que no siempre está definido completamente en cada lugar. Es un lugar de búsqueda. Más que un lugar de llegada, es una total experimentación y cruces de tecnologías, del dibujo, de la pintura, de pensamiento, de imagen, de temporalidades del video, del sonido”. Este espacio a veces está lleno de personas a su alrededor, amigos, como Ana María Llorente, en quien se apoya para impulsar procesos, tomar decisiones y gestionar proyectos; o también con quienes trabaja, como su sonidista, Juan Forero; director de fotografía, Camilo Echeverri, y sus editores. Según dice, lo que pasa en su taller no está presente solo en su vivencia o lo que como artista hace, sino que el conjunto de personas que confluyen en el taller hacen parte de los procesos.

Los días de trabajo de Clemencia Echeverri son programados, sea para que ella esté trabajando en solitario en sus asuntos o que haya planeado una cita con sus editores, y mencionó que no le gusta trabajar más de tres o cuatro horas en edición, pues “siento que se me va fundiendo el cerebro”. Sin embargo, los cambios que hace al espacio tienen que ver con cómo cambia la forma en la que piensa. “Se va llenando de cosas, que es lo peor. Interrumpo un proceso, llego con otro, quito, pongo. Se va saturando el taller, lleno de resultados o de procesos”.

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“Las cosas no aparecen de un día para otro”, dijo refiriéndose a los problemas y temáticas que aborda en sus obras. “He estado trabajando por mucho tiempo en todo el tema o en todo el problema de reclutamiento de niños y jóvenes en el conflicto nuestro. Esto me pone frente a modos de trabajar de diversa forma”. Contó que estuvo en territorio trabajando con mujeres que protestan por la pérdida de sus hijos y al hacer una manifestación directa en la selva con ellas, comenzó a gestarse el material que luego revisó, imprimió y trabajó en su taller armando guiones gráficos para su proceso de creación. “Cada obra se comporta de manera distinta, no tengo una forma única de trabajar”.

Entonces, su flujo mental en el taller funciona de formas diferentes, dependiendo de las acciones que tenga planeadas para su día. Si es un guion, la impresión de fotografía y un papel enorme que funciona como su lienzo en blanco son las herramientas con las que comienza a armar un collage entre palabras, imágenes, pensamientos y relaciones para entender lo que está haciendo.

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“Es un recurso que he adoptado por la experiencia con la pintura y el dibujo que tuve hace muchísimos años. Me permite estar mucho más libre de aquellas cosas que ya se hicieron, para enfocarme en otras que no han sucedido y que no siempre se ven en cámara. Con el sonido es lo mismo, para mí es un recurso como la imagen. Tiene toda una potencia, una experiencia que completa aquella cosa que estamos viendo y permite que tenga una importancia mayor. El sonido ha sido un elemento muy clave en mi trabajo desde hace muchísimos años”.

Si el sonido es uno de los elementos más importantes del trabajo de Echeverri, la música complementa sus acciones en el espacio. Comentó que suele escuchar música contemporánea y música clásica si está leyendo, armando guiones o trabajando con fotografía. Sin embargo, durante la edición, la música pasa a un segundo plano y el protagonismo lo toman los sonidos que acompañan y atraviesan la obra en la que está trabajando.

De sus talleres anteriores no conservó nada, salvo recuerdos y una grabación del espacio en el que trabajó en la calle 69. De su forma de trabajo, antes de la tecnología disponible actualmente, recuerda que todo tomaba demasiado tiempo. Para las obras que produjo a finales de la década de 1990, utilizaba computadores Windows, que “eran unos horrores, demasiados bloqueos y demoras”. Luego, se mudó al sistema operativo de MAC y, hasta el momento, ha seguido trabajando con él.

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Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com
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