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Los espacios de trabajo de David Manzur

En la primera entrega de la serie “Los microcosmos del arte” exploramos el taller de David Manzur, su rutina de trabajo en él, las historias de los diferentes lugares en los que ha trabajado y las anécdotas de ellos.

Andrea Jaramillo Caro

03 de abril de 2025 - 08:00 a. m.
La obra de David Manzur ha explorado temas como la religión, la mitología y la historia.
Foto: Eder Rodríguez
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A David Manzur no le gusta que le digan “maestro”, porque cree que es un título que va con el oficio de la enseñanza, y el de él es la pintura. En medio de la calidez del clima de Barichara, el pintor asciende por unas cortas escaleras a una plataforma elevada de madera, como un rey llegando a su trono en medio de su dominio en el taller que estableció en este pueblo. A su alrededor se encuentran sus herramientas de trabajo: pinceles de diferentes tamaños, brochas, un estuche para gafas, tubos de pintura de diferentes colores, una paleta, un espejo, entre otros artículos.

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Con determinación, se ubica frente al lienzo en el que trabaja actualmente. En la parte superior de la tela blanca se ven tres figuras femeninas cantando, con libros en sus manos. El canto de estas coristas se puede oír por fuera de la tela, pues un equipo de sonido llena el edificio de 10 por 7 metros con las voces de coros de mujeres que fueron la chispa que dio origen a esta nueva obra.

Los muros blancos, con su techo del mismo color, dan una sensación de frescura y hacen que el espacio se perciba más grande. De las ventanas, en lo alto del taller, se asoman maniquíes en diferentes posiciones, como esculturas de antaño, y en el muro opuesto varios lienzos en blanco descansan a la espera de que sea su turno para traer a la vida la visión del artista, como un recuerdo de lo que Manzur suele decir sobre su vida y obra: necesita vivir unos 20 años más para desarrollar todo lo que tiene en mente.

El día que visitamos su taller había un maniquí en la misma posición que las mujeres en su lienzo y con una tela drapeada sobre él. Felipe Achury, su compañero, quien ha trabajado con Manzur durante más de 10 años, dijo que era para que Manzur pudiera estudiar cómo caía la tela sobre el cuerpo. Al entrar eran las dos de la tarde, y aunque no es el horario tradicional en el que el pintor suele trabajar, se lanzó a adelantar un poco la pintura que capturaba su atención.

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Es un búho nocturno. “Trabajo más o menos de seis de la tarde a la una de la mañana. Me he acostumbrado. No es el ideal, pero es cuando más me concentro”, afirmó durante nuestra conversación.

Pero en su taller santandereano hay más que lienzos y música. A la estructura adecuada para su oficio la rodean diferentes elementos, entre tubos de pintura, dos muebles con estanterías llenas de discos, accesorios y pinceles que dan pistas de su modus operandi. A sus espaldas, una especie de balcón o segundo piso ofrece una vista general del taller. De la baranda cuelgan unas trompetas: un recuerdo de una película que Manzur rodó, pero jamás vio la luz. “Grabamos como 30 horas, pero por el cambio tecnológico no salió y me quedaron las trompetas. Las puse ahí apenas llegué a este taller. Me ayudan a sentirme en otro espacio”.

En el centro del balcón hay una mesa de dibujo rodeada por armarios con fotos de diferentes destinos y momentos de su vida. Hay algunas de India, otras de Francia, España y de un destino que recuerda especialmente: la Antártida.

“Fue con una misión noruega que invitó gente para ver todo, pero debía ser con todo el cuidado y con toda la delicadeza: ya no se puede ni fumar ni acercársele a un pingüino a menos de cinco metros. Una disciplina que me impactó. Todo eso uno lo recopila en la mente, y aquí en las fotos hay vestigios de lo que viví”, aseguró.

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A pesar del calor, Barichara le ofreció al pintor las condiciones ideales para continuar desarrollando su práctica, pero la historia de Manzur con este pueblo es aún más larga que los 20 años que ha vivido ahí. Antes de soñar con el estudio que ahora habita quiso construir uno en Bogotá; sin embargo, las limitaciones espaciales fueron un obstáculo. Pasó por una casa en Chapinero Alto y un penthouse en el barrio Rosales, en el cual era difícil mover los lienzos por su tamaño.

A Barichara llegó por primera vez en 1979 junto a unos amigos. Según cuenta, este pueblo le recordó a España, y se prometió regresar algún día. El momento llegó cuando Belisario Betancur y su esposa Dalita Navarro lo animaron a volver y, entonces, comenzó su larga relación con esta población. Compró un lote y, con el permiso de la Alcaldía de Barichara, el arquitecto Luis Alejandro Bermúdez comenzó a trabajar en la comisión del edificio que ahora es su taller. Lo que comenzó como un espacio en el cual trabajar de vez en cuando se convirtió en su hogar. “De pronto sentí que Barichara era el ideal en todo sentido. Primero, su gente. Segundo, esta luz. Tercero, la atmósfera. Incluso, a pesar de que ahora cambia un poco la temperatura, todo me recordaba un poco lo que sentía cuando soñaba en España por hacer algo así. No como pintor, pero sí pensaba vivir en un espacio o en un pueblo respetuoso y que me permitiera sustraerme”.

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No solo Bogotá y Barichara han sido la cuna de varias de sus obras, otros destinos como Canadá y Nueva York también fueron espacios en los que el pintor desarrolló su práctica, pero con condiciones radicalmente diferentes. “En mi época, años 50, trabajaba en el Art Students League, que es una escuela de arte en Nueva York, y vivía entre artistas. Algunos eran suramericanos que trabajaban allá. Siempre eran cosas muy pequeñas. Allá no había forma de tener espacios así de grandes”.

Manzur sabe que cualquiera de estos espacios no va a ser perfecto y abandonó esa pretención hace varios años. “Uno nunca se siente 100 % confortable, siempre hay peros. Uno de ellos es, por ejemplo, el cambio climático y la forma en la que he sentido sus efectos aquí. Hay unos “calores” que no son naturales, o de pronto se viene un frío que tampoco es natural. No conocía eso. Por ejemplo, pinté varias veces en el invierno de Canadá, incluso con abrigo, porque no aguantaba la calefacción y los colores con el frío se endurecen, y en el verano también era difícil”.

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Otra anécdota de uno de los lugares en los que pintó se desarrolló en una casa en Sasaima. “Ahí tenía unas dificultades de espacio, había un techo inclinado que no me dejaba subir los cuadros. Estando allá me tocó ver algo terrible: el asesinato del portero de una finca al pie de mi casa. Eso me creó un sentido de tragedia. A pesar de eso, fue una época muy bella. Allí logré el primer cuadro importante, y se lo debo a la familia Roballo Pinzón, me impulsaron a hacer una obra grande, y la hice. Fue el ‘San Sebastián’. Trabajé en ella dos años y medio. Una vez se entraron los ladrones, se robaron lo que pudieron, pero no le pararon bolas al cuadro y lo pude terminar”, dijo entre risas.

En ese taller sucedió uno de los experimentos que más recuerda: intentó meter a un caballo dentro de ese espacio. “El piso era de baldosa y era muy resbaladiza. Hice subir un caballo. La relación de la geometría del lugar con la movilidad de curvas del animal me creó un problema, porque el caballo no está hecho para estar sobre ese piso. Se resbaló, paró las patas y me tumbó todo el taller. Uno vive de errores, enmendándolos, y ese fue uno de ellos”.

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Para David Manzur su taller no es más que su lugar de trabajo. Como lo que podría ser una carpintería para un carpintero. Si esas paredes blancas pudieran hablar, dirían que el pintor de 95 años pasa mucho tiempo allí porque prefiere trabajar de noche.

Durante el día, y junto a Achury, “vengo aquí, a esta mesa, y empiezo a pensar. Hay muchos momentos en los que veo un libro o me quedo como un bobo mirando al cielo, pero en el fondo el cerebro siempre está trabajando”.

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com
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