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Durante siglos, la literatura escrita por mujeres fue ignorada, minimizada o excluida de los cánones establecidos. Escribían en diarios íntimos, cartas personales, manuscritos ocultos o firmados con seudónimos masculinos hasta que un día fueron rescatadas y sacadas del anonimato, la mayoría después de su muerte.
“A las mujeres les ha costado mucho entrar en unos círculos donde se creaba la literatura y se decidía su publicación, círculos como tertulias, redes de amistad, festivales o editoriales en los que sí estaban los hombres”, explicó Laura Feixas, escritora y crítica literaria.
Freixas ejemplificó esta exclusión con casos como el de la estadounidense Sylvia Plath (1932-1963), quien no fue integrada en el círculo literario de su esposo, Ted Hughes, mientras vivió, y cuya novela “La campana de cristal”, publicada un mes antes de morir, se convirtió en un icono contra el machismo, la desigualdad y el maltrato a la mujer.
También le pasó a la española Elena Fortún (1886-1952), quien nunca se atrevió a publicar sus novelas de temática lésbica en vida; a Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), una mujer beligerante que defendió en sus escritos el derecho de las mujeres al conocimiento; y a la poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886), quien “radicalmente renunció a publicar” al no sentirse comprendida ni valorada.
“Cuando las mujeres escriben sobre sus experiencias, como la maternidad o el deseo, estas son vistas como un tipo de literatura menor o irrelevante. No hemos podido o querido hablar de eso porque habría sido escandaloso o despreciable por irrelevante”, indicó Feixas.
Casos como los de la brasileña —nacida en Ucrania— Clarice Lispector (1920-1977), cuya obra se enmarcó en sus experiencias de vida, y la francesa Anaïs Nin (1903-1977), considerada después como una de las más notables escritoras de literatura erótica femenina, ejemplifican también cómo estas temáticas fueron ignoradas o menospreciadas en su época.
La mano femenina en ‘Las mil y una noches’
Los contextos sociales de estas mujeres hicieron que muchas tuvieran que escribir bajo el anonimato, apuntó Rosa Montero, quien destacó el caso de “Las mil y una noches”, en donde se nota “claramente la mano femenina”.
“Algunos de esos cuentos son tremendamente machistas y otros muy feministas. Sin duda hay manos femeninas en muchas obras que han pasado a la historia como anónimos”, explicó.
Montero hizo hincapié también en que muchos de los escritos de mujeres se perdieron para siempre y solo en casos excepcionales salieron a la luz, como ocurrió con Emily Dickinson.
“Fue su hermana quien encontró más de mil poemas después de su muerte y los hizo públicos (...). Pero eso fue una casualidad, la mayoría ni lo intentaron”, agregó.
La escritora española apuntó además a un “problema de historiografía” en la tarea de desempolvar la herencia literaria de las mujeres en el mundo, porque “ha habido escritoras medievales, poetas árabes, autoras de música también maravillosas que no las leemos ni escuchamos”.
“Incluso fueron conocidas en su tiempo y pudieron ser hasta populares. Pero como decía la escritora italiana Daccia Maraini, cuando la mujer muere, muere para siempre”, lamentó Montero.
Virginia Woolf, un punto de inflexión
Feixas incidió en que el entorno social y la creación literaria siempre han ido fuertemente ligados, —“sería un error decir lo contrario”— y por eso el rescate de las autoras olvidadas ha sido posible en gran medida gracias al activismo feminista, iniciado en parte por Virginia Woolf (1882-1941) con su obra “A room of one’s own” (“Una habitación propia”, 1929).
“Ella fue la primera que tuvo una visión moderna, porque atendía a las condiciones materiales de la vida de las mujeres para explicar por qué habían escrito tan poco. Su libro fue el que puso en marcha toda la crítica feminista”, argumentó.
A eso se suma el hecho de que, en el siglo XX en Occidente, las mujeres cada vez tuvieron mayor formación, “lo que contribuyó al rescate de escritoras del pasado”, añadió Feixas
“Hemos avanzado mucho, estoy muy contenta y creo que esto ha sido fruto y sigue siéndolo del activismo feminista, pero no hemos alcanzado el 50 % ni mucho menos”, remarcó.
Montero coincidió con ella en que todavía “no hay una igualdad real”, a pesar de que aparentemente cada día son más las mujeres que publican.
“Pero las cifras siguen demostrando lo contrario: se siguen publicando más autores hombres, alrededor de un 60 %, y se les sigue premiando más. Tenemos todavía mucho camino por delante, pero hemos hecho también mucho”, concluyó.