En medio de una Bogotá atravesada por lluvias imprevistas y coyunturas diarias, el Bogotá Audiovisual Market (BAM) llega a su edición número 16 como un espacio que ya no solo convoca a cineastas, productores y programadores, sino que se ha consolidado como un punto de convergencia para los nuevos lenguajes, los retos de la industria contemporánea y la búsqueda —a veces urgente— de internacionalización.
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Organizado por Proimágenes Colombia y la Cámara de Comercio de Bogotá, con el apoyo del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, el BAM se despliega este año en tres sedes clave: el Gimnasio Moderno, la sede Chapinero de la Cámara y el Cine Colombia de Avenida Chile. Y su apuesta no es menor: más de 245 actividades, una curaduría diversa de proyectos, 205 invitados internacionales y un esfuerzo deliberado por abrir el audiovisual a otras industrias creativas.
En palabras de Ovidio Claros, presidente de la Cámara de Comercio de Bogotá, esta edición del BAM “ya no es solamente una fiesta de cuatro días”, sino parte de una estrategia más amplia por consolidar al audiovisual como un sector estratégico dentro de la economía cultural de la ciudad. “Queremos dejar de esperar que la gente venga al BAM. Ahora vamos a las localidades, trabajamos con el distrito y el gobierno nacional. Esta es una sinergia que no puede ser intermitente”, aseguró.
La visión apunta a la descentralización, al impulso a las economías creativas de los barrios y a una conversación fluida entre lo público y lo privado que permita al sector crecer de forma sostenible.
Inteligencia artificial, coproducción y nuevas formas de narrar
Este año, la inteligencia artificial ocupa un lugar central en la agenda. No como un concepto abstracto ni como una amenaza latente, sino como una herramienta de creación que abre nuevos debates éticos, jurídicos y narrativos. Carlos Eduardo Moreno, director del BAM, señaló que “la IA debe asumirse con responsabilidad y cautela, pero también con curiosidad: es una herramienta, nunca un fin”. Para ilustrar esa postura, una de las charlas más esperadas de la programación es Editing on Stage, una experiencia en vivo que reúne a expertos colombianos para mostrar usos creativos y responsables de la IA en procesos de edición.
A la par, se multiplican los espacios donde la tecnología dialoga con el arte. En el pabellón Gente Convergente, dedicado a animación, videojuegos y narrativas inmersivas, se cruzan nuevas generaciones de creadores digitales con desarrolladores de plataformas, músicos y narradores visuales. Y en alianza con el Bogotá Music Market (BOmm), el BAM propone una noche de intersección entre cine y música: Music & Domo Live Cinema, en el Planetario, será una experiencia inmersiva que cruzará lo sonoro y lo audiovisual en un formato experimental y colectivo.
Pero si algo marca el pulso de esta edición, es la convicción de que las historias colombianas pueden y deben cruzar fronteras. En el corazón del mercado se encuentran 74 proyectos curados —entre largos, cortos, series y obras en desarrollo o postproducción— que reflejan la diversidad del país y sus búsquedas estéticas. Según Moreno, el comité curador internacional priorizó propuestas que apuntan a la coproducción regional, “proyectos que nacen con vocación de colaboración entre países de Latinoamérica, buscando modelos sostenibles y equitativos”. En esa misma línea, el BAM organizó más de 600 citas de negocio para conectar estas obras con agentes de venta, distribuidores y fondos internacionales.
El abanico de géneros es amplio: ciencia ficción, comedia, horror, thriller… pero también documentales que rescatan memorias íntimas o relatos situados en territorios apartados del mapa centralista. “Cada vez más estamos viendo obras que no solo nacen desde Bogotá o Medellín, sino desde departamentos históricamente excluidos del relato cinematográfico”, afirma Moreno. Y añade: “Estamos en un momento en el que las voces jóvenes, que ya hicieron su primera película, ahora están haciendo la segunda. Y están en el radar de programadores internacionales, festivales y plataformas”.
Ese contexto también ha llevado a reflexionar sobre cómo se financian, circulan y consolidan esas voces. El BAM, como ecosistema, no se limita a exhibir lo que ya existe: busca abrir rutas, tender puentes. Por eso se promueven herramientas como el fiscal sponsorship, que permite a cineastas colombianos recibir inversión de fondos estadounidenses sin ánimo de lucro, o las sesiones Industry Bites, que exploran el papel de los supervisores musicales, los procesos de casting o los retos legales en la era digital.
En este panorama, también hay lugar para los libros. La BAM Talk con Laura Restrepo, en torno a la adaptación audiovisual de Delirio, se plantea como un espacio para entender los desafíos de traducir literatura a imágenes, de convertir el trauma en lenguaje visual. “Queremos pensar cómo viajan las historias desde lo íntimo hasta la pantalla”, dijo Moreno. Y, como cierre poético, el BAM y la Cinemateca de Bogotá presentan una retrospectiva de Lucrecia Martel, un homenaje que permite recorrer, con la directora presente, una filmografía que ha marcado el cine latinoamericano.
Por su parte, el presidente de la Cámara de Comercio insiste en que el cine colombiano necesita más visibilidad. “Tenemos talento, tenemos historias, pero aún falta que el empresario común entienda que invertir en cine es una forma válida, incluso rentable, de aportar al país. Nos faltan vitrinas, y eso es lo que el BAM quiere ofrecer: una posibilidad real de mostrar, de encontrarse, de aprender”.
Ese deseo de conexión también tiene un trasfondo político. En un país donde los estímulos aún no son suficientes y donde muchas producciones enfrentan brechas burocráticas, el mercado busca convertirse en un actor activo del cambio. Para Moreno esto significa ampliar la conversación sobre los fondos de fomento, los incentivos tributarios, las leyes de cine: “La ley 814 es el pilar, sí, pero no debería ser el único. El BAM también está para visibilizar otros mecanismos, para abrir el espectro y pensar en políticas públicas más integrales”.
Así, el BAM 2025 no se presenta como un evento aislado, sino como una plataforma viva. Una red que vincula a jóvenes realizadores con productoras internacionales, a artistas con tecnologías emergentes, a la tradición narrativa con las urgencias contemporáneas. Una red que, en palabras de sus organizadores, busca cuidar a quienes cuidan las historias.
Y en un mundo donde las plataformas mutan, las formas de ver cambian y las inteligencias artificiales se cuelan en la creación, esa tarea —la de cuidar las historias— se vuelve más necesaria que nunca.