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Bullerengue en tiempos de inteligencia artificial: el folclor resiste al olvido

Con el lanzamiento de “#Anonimas&Resilientes”, el colectivo Voces del Bullerengue volvió a poner en el centro la voz de las mujeres mayores afrocolombianas. El álbum, grabado en territorio con tecnología inmersiva, es más que música, es un acto de memoria, resistencia y amor tejido en rueda.

Samuel Sosa Velandia

09 de julio de 2025 - 07:16 p. m.
Yadira, “la Chamaría de los Manglares”, cantadora, compositora e intérprete del tambor.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga
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El árbol de mango, las sillas rimax, el sol, sus cuerpos vestidos de blanco, rojo, amarillo, azul, verde... Flores, ramas y tramas bordadas en sus trajes que reflejan la tierra que germina con ellas y en ellas. Así se ve una rueda del bullerengue.

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¿Y cómo suena? Es la voz de las mujeres —en especial de las mayores— la que marca el paso del tiempo con su canto. Todos se miran a los ojos, nadie está excluido y nada sobra. Todo significa en la propia memoria y en la de sus ancestras, que se unen en el anhelo de no ser entregadas al olvido o a la inmediatez de un mundo convulso.

Bailan sobre las hojas secas, mientras sonríen y las nubes también las observan. La escena es real, aunque la distancia no permita estar allí: unas gafas de realidad virtual bastan para entrar en ese universo tejido junto al cuerpo de agua que se extiende por Bolívar, Córdoba y Sucre. Allí nace el bullerengue, y allí germina #Anónimas&Resilientes, el segundo álbum del colectivo Voces del Bullerengue, una constelación de mujeres afrocolombianas de la tercera edad.

El nombre del disco, explicó el productor Manuel García-Orozco, surgió de una intención simbólica: la música en esas comunidades tenía funciones sociales y psicológicas profundas, arraigadas a los saberes de las maestras, y era curioso que se hiciera desde el anonimato. Por eso, Anónimas y resilientes: eran mujeres herederas de linajes matriarcales, de poblaciones que resistieron la esclavitud y crearon formas de vida centradas en la comunidad, en la protección del territorio, en lo ancestral. También dijo que el título es una crítica a la industria: “¿Cómo es posible que cantadoras tan valiosas sigan en el anonimato?”, preguntó.

El álbum recoge 14 canciones grabadas con tecnología Ambisonics, que captó el sonido en 360 °, y cuatro testimonios hablados. Una de esas voces fue la de Juana Rosado, quien narró la historia de su abuela, Juana García Blanquicet, una lideresa de su comunidad. Por eso, cuando suena la voz de Juana Rosado, se escucha también la de su madre, Marta Herrera; la de su abuela, Juana García Blanquicet, y la de su tatarabuelo, Sebastián Blanquicet. En el bullerengue, la temporalidad se diluye entre el pasado y el presente. Incluso en los gestos. Cuando Juana dijo: “¿Qué quiere Brunca Marigua Aé?”, traía un movimiento que hacía su abuela al final de las canciones. La corporalidad de una ancestra ausente seguía viva en la rueda.

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Para La Chamaria de los Manglares, una de las cantadoras del colectivo, el bullerengue es terapia. “Sin el bullerengue, no se haría nada en el grupo”, dijo. Tocar el tambor, componer, eso la hace sentir feliz. Así como enseñarles a los niños que el bullerengue no debe morir.

Entre sus composiciones estaba “La titulación”, escrita a propósito de la entrega de títulos colectivos de tierra en Villa Gloria y otras comunidades afro. “Cuando llegó Obama a Cartagena me pidieron que le hiciera una canción, y a los tres días estaba lista. La hice para defender a mi pueblo”.

Pero el proyecto es más que la música. También es imagen, inmersión y archivo. García-Orozco contó que había visto una exposición de realidad virtual en la Universidad de Columbia y supo que esa tecnología era perfecta para capturar el bullerengue, que ocurría en rueda, y esa tecnología también era circular. Antes, en los estudios, intentaban emular la rueda. Ahora podían grabarla en su forma real. Así nos aproximamos a ese territorio desde cualquier lugar.

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Yadira, “la Chamaría de los Manglares”, junto a Mauricio García - Orozco "Chaco".
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

El fonograma es una apuesta por documentar desde el sonido y la imagen un universo en riesgo. “Las tataranietas de ellas podrán ver eso algún día. Ellas son las ancestras del futuro”, señaló el productor. La Chamaria también lo entendió así: llegó hasta aquí para que la gente la conociera a ella y al resto del grupo, “a esas anónimas”.

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Voces del Bullerengue comenzó como un sueño de Petrona Martínez, quien quería volver a las ruedas bullerengueras de los años cuarenta. García-Orozco se encargó de llevarlas a cada una a un territorio neutro, pues venían de pueblos distintos. Para fortuna de todos, los lazos se estrecharon. Se hicieron amigas.

El siguiente paso fue más ambicioso: grabar en los territorios de cada una. Ya habían estado en Evitar. Irían a Villa Gloria a cantar frente al mar, a capturar sus voces en el paisaje que las había parido.

La Chamaría sintió que aprendió mucho de sus compañeras. “Cuando Juana se ponía a cantar y yo me cogía un pedacito, eso me llenaba”, contó. “Juana también se copiaba de un pedacito mío. Eso fue alegría”, agregó... Se entendieron, se gozaron.

En tiempos de crisis climática, guerras y despojo, el bullerengue ha ofrecido una respuesta desde otro paradigma: el de la comunidad que sostiene al territorio y el territorio que sostiene a la comunidad. “Nosotros nos necesitábamos los unos a los otros para sobrevivir. Yo no existiría si ella no existíera”.

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El álbum fue también un testimonio de resistencia frente a la precariedad. Fue un proyecto económicamente inviable. Pero Manuel contó con el privilegio de trabajar en una universidad de Nueva York y puso los recursos a disposición del colectivo. “Estos discos son mis hijos”, afirmó.

Y sí, la grabación no estuvo exenta de obstáculos. A veces faltaba luz, como cuando registraron las canciones de Juana del Toro en Palenque. Se fue la luz y no volvió. Grabaron con velas, con lo que tuvo de pila el computador y una interfaz USB. Otras veces, la anécdota rozó el absurdo: una vez, la avioneta en la que viajaron tuvo un percance y acabaron grabando dentro del avión. Entre la risa, salió la canción.

Sin titubeos, la Chamaría dijo que el bullerengue suena “a sabrosura. Cuando se toca el tambor y empezamos a cantar, todo el mundo baila, todo el mundo goza. Hasta el dolor de las rodillas se me quita cada que canto”.

Y tal vez por eso, lo que pareció marginal, olvidado, fue en realidad el núcleo de una nueva forma de estar en el mundo. Un tambor golpeado por una mujer de más de 70 años aún pudo contar lo que la historia oficial ignoró: que hubo saberes que solo se transmitieron en círculo, en ronda, donde el tiempo fue eco. Donde el canto no murió. Donde las penas se volvieron alegres. Donde se cantó para vivir.

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Voces del Bullerengue

Cantadoras: Juana Rosado, La Chamaria de los Manglares, Juana Del Toro, Clara Ospino, Isabel Julio, Mayo Hidalgo, Rosa Matilde Rosado, Rosita Caraballo, Carmen Pimentel, Fernanda Peña (1914-2021), Antonio Berdeza (1929-2022), Santa Teherán (1929-2021), Yessi Perez, Jaiber Perez Cassiani, Merelcy Julio. 

Músicos: Janer Amarís, Guillermo Valencia Hernández, Manuel García-Orozco, Marco Rodriguez.

EPK #anonimas&resilientes- Voces del Bullerengue

Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com
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