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Cali: Arte y protesta social

Presentamos la segunda parte de un artículo que, desde las percepciones del arte, busca reflexionar sobre el momento que atraviesa el país con el paro nacional y el simbolismo de la presencia de la minga indígena en Cali la semana pasada.

María Paula  Lizarazo
17 de mayo de 2021 - 02:00 a. m.
Desde el 28 de abril algunos manifestantes han pintado sus cuerpos para protestar pacíficamente.
Desde el 28 de abril algunos manifestantes han pintado sus cuerpos para protestar pacíficamente.
Foto: AFP - LUIS ROBAYO

En los últimos días se ha reflexionado en la prensa y en las redes sociales sobre algunos de los motivos históricos que llevaron a Cali al estallido social que ha protagonizado en el marco del presente paro nacional. Se referencia la capital del Valle como una bomba de tiempo que se concentró por medio de dolencias, miserias, desplazamientos y ambiciones que se fueron fusionando en las últimas décadas. A lo largo de dichas décadas, el arte o, más bien, diferentes tipos de arte, han tenido eco en ese sector del Pacífico colombiano, con la aparición de, entre otros, un hito como Caliwood.

Alguna vez, el escritor cubano José Lezama Lima mencionó el eje diferencial entre el romanticismo europeo y el romanticismo americano: mientras en Europa los escritores levantaban la pluma para narrar las historias burguesas del siglo XIX, en América, los ejércitos de Bolívar y San Martín empuñaban la espada.

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Desde el arte rupestre hallado en cuevas de Europa, hasta los grafitis de Bansky en el muro de Cisjordania, las expresiones artísticas han interpretado y resignificado el mundo, el tiempo o el contexto en el que surgen, creando, pues, una nueva percepción de ese mundo, tiempo o contexto, una transformación en la forma de comprender sus dinámicas.

Durante este paro nacional, el arte urbano, la performance, la música, entre otras formas artísticas, han aparecido en medio de las manifestaciones. Por lo que en este caso también tiene lugar la inacabable pregunta por la relación entre el arte y los dinamismos sociales en los que este surge.

Para Lucas Ospina, profesor de Artes de la Universidad de los Andes, las expresiones artísticas que han surgido en las marchas actuales pueden analizarse en relación con la idea de la economía naranja: “Me gusta ver que las imágenes y las acciones de arte no viven solo en las pantallas, o que las cosas se graban y documentan para el archivo, para el museo, las redes sociales y la endorfina de los likes. Que cada imagen va soportada por un cuerpo que la lleva, que la hace propia, que la actúa, que se arriesga, y que usa el espacio público para dejar huellas que contrastan con ese vandalismo de los carteles de la contratación y la pobreza urbanística de sus obras públicas. Las artes vivas como protesta ante una cultura muerta y mercantil, como la que propone este Gobierno de la Economía Naranja. Para entender, justificar y perdonar la tragicomedia de este país tenemos que imaginarla y, parafraseando al escritor Julian Barnes, se podría decir: ‘bueno, por lo menos produjo arte, puede que, en última instancia, las catástrofes sean para eso’”.

Ospina habla sobre el espacio público y su utilización como escenario de la protesta social, conjugada con un lugar para el arte. De la llegada de la minga indígena a Cali, se pueden percibir algunos enigmas sobre la ocupación del espacio público. Por ejemplo, para el profesor Miguel Rocha, investigador del Centro de Estudios Ecocríticos e Interculturales de la Universidad Javeriana, “la llegada de la minga a Cali tiene que ver con la importancia de situarse en este momento de coyuntura y de confusión. Se ha podido notar con comentarios en redes sociales y con la desinformación de lo que ha ocurrido en los últimos días, que hay todavía unos estereotipos del indio salvaje, del indio rural, del indio que debe quedarse en su resguardo colonial, que no sería un sujeto de derecho civil ni un sujeto capaz de interpelar de igual a igual a sus coterráneos, y eso es muy alejado de la realidad en la medida en que su presencia en las grandes ciudades del país es muy significativa, pues no solamente son habitantes de los pueblos o los resguardos en los cuales se ubican étnicamente y cartográficamente en el país. Su participación en espacios urbanos implica un proceso de ida y vuelta: reclamar que deben volver a sus territorios es volver a esa vieja historia colonial del indio salvaje y, por otro lado, es quitarles los derechos ya ganados mucho tiempo atrás, pero todavía en proceso; son y somos actores de cualquier proceso que tenga que ver con la institucionalidad y el diálogo abierto en contextos urbanos, rurales o internacionales”.

De otro lado, el poeta Hugo Jamioy añade que “la presencia de la minga en este momento que atraviesa Colombia es un llamado a que todos tenemos en nuestras manos algo que aportar en la solución que requiere nuestro país, es un llamado al presidente de la República, a los ministros, a las Fuerzas Armadas, a los alcaldes, a los gobernadores, a los concejos municipales, a las asambleas departamentales, a los artistas, a todos los sectores, a todas las personas de manera individual y colectiva, a todas las ciudades, a todos los municipios, es un llamado a que hagamos un aporte intelectual, un aporte económico, un aporte desde la fuerza de trabajo. Cada uno tiene un aporte que realizar a este país y ese es el verdadero sentido de la minga”.

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Es decir, la reflexión de un movimiento como el de la minga es que en el encuentro de diferentes sujetos sociales en las calles, se pueden dar diversos diálogos e intercambios que aporten a las peticiones de los sectores que se manifiestan, sin ignorar las oposiciones a dichos sectores: un intercambio cultural entre diferentes voces y posicionamientos sociales. Y en ese intercambio de aportes y desencuentros, podemos pensar en aquella idea de que mientras en Europa el romanticismo surgió en medio del avance de la modernidad, en geografías como la americana, el arte aparece como el romanticismo americano del XIX: entre las luchas de independencia.

El teórico brasileño Silviano Santiago, en El entrelugar del discurso latinoamericano, intentó explicar el lugar de enunciación de los artistas y escritores latinoamericanos, teniendo en cuenta que la historia del arte, así como el arte mismo, se ha posicionado desde los discursos y las formas europeas. Santiago toma el cuento Pierre Menard, autor del Quijote, de Jorge Luis Borges: Pierre Menard es un novelista que quiere escribir el Quijote, pero no el Quijote de Cervantes, y piensa que Cervantes escribió el Quijote en momentos de inspiración, mientras que Pierre Menard elige conscientemente escribir y reflexiona sobre cómo escribir el Quijote, por lo que Santiago concluye que específicamente en contextos como el latinoamericano, el arte surge como una consciencia crítica y reflexiva frente al momento social que se está viviendo.

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Por lo tanto, no es sólo que en las expresiones artísticas se reproduzcan propuestas de comunicación, diálogo y conciliación, sino que el arte tiene una relación directa con lo que va más allá del arte: desde un posicionamiento frente a la economía naranja, hasta los sentires de construcción social que en movimientos como la minga se proponen, existe el común denominador de la capacidad crítica frente a las coyunturas sociales que, a fin de cuentas, en contextos como el nuestro y tal vez desde antes del siglo XIX, terminan surgiendo en el arte.

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