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Camus, ‘el último y buen amigo’ de Sartre (Desencuentros IV)

En tiempos de la Segunda Guerra Mundial y hasta 1951, Albert Camus y Jean Paul Sartre lograron entablar una cordial amistad, con una que otra broma incluida. Luego de la publicación de “El hombre rebelde”, de Camus, y de una airada y soterrada respuesta de Sartre en la revista que dirigía, “Tiempos modernos”, la relación se rompió.

Fernando Araújo Vélez

22 de abril de 2025 - 02:00 p. m.

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“Buscar lo que es verdadero no es buscar lo que es deseable”. Albert Camus aclaró hasta la posteridad su gran verdad, o sus principales verdades. “Hay verdades, pero no verdad”, como decía, y las defendió una y otra y otra vez desde que las escribió en “El mito de Sísifo”, un ensayo de 1942 que comenzó con la frase: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”. Allí, entre tantas otras cosas, afirmó que “lo mismo que los suicidios, los dioses cambian con los hombres”. Sus dioses, que en realidad eran las amistades, los amores, las ideas que lo llevaban a otras ideas, las motivaciones y los recuerdos, las conversaciones, divergencias y creaciones del día a día, cambiaron y volvieron a cambiar con los años.

Jean Paul Sartre fue uno de ellos, y lo fue en forma de pensador, de referente, amigo, rival de conceptos y de amistades. Se conocieron mientras el mundo explotaba con la segunda gran guerra, en 1943, y durante muchos años compartieron reuniones en las que hablaban de lo importante y de las naderías que hacían a sus vidas, vida. En 1951, antes de que saliera a las librerías el libro que terminó de encender la pólvora que los separó, “El hombre rebelde”, Sartre había escrito una obra de teatro, “El diablo y el buen dios”, que, como le dijo Octavio Paz a Camus en una cena, “es una apología indirecta del estalinismo”. Luego de percibir una mirada incrédula de Camus, continuó con una enreverada predicción: “Cuando aparezca el libro de usted, Sartre lo atacará”.

Entonces Camus le dijo a Paz, a quien había conocido por intermedio de la poeta María Casares en unos actos de conmemoración a la vida y la obra de Antonio Machado, que solo contaba con tres amigos en el ambiente de la literatura de París. “Tengo solo tres amigos en el mundo literario de París. Uno de ellos es Malraux. Me he alejado de él por su posición política. Al otro, Sartre, me liga sobre todo una relación intelectual. El tercero, al que me une algo más que las ideas, es el poeta René Char —un amigo fraternal—. Ninguno de los tres me atacará”, relató Paz, quien admitió en el libro “También soy escritura” que se declaró sorprendido por la respuesta. “Sí, Malraux nunca lo atacará. Se lo prohíbe su estética heroica y teatral”, le dijo.

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Luego añadió que “sería un gesto indigno de su personaje”. André Malraux era un aventurero idealista, un poeta en todo el sentido de la palabra y del término, que había encontrado en la dignidad el propósito fundamental de su vida. Con respeto a Char, opinó que tampoco lo atacaría, pues era un poeta que coincidía con Camus, o que Camus coincidía con él. “Pero Sartre —le aclaró— es un intelectual y para él, a la inversa de Malraux, la vida de las ideas es la verdaderamente real (aunque en su filosofía pretenda lo contrario). Al hombre que escribió ‘El diablo y el buen dios’ tiene que parecerle una herejía lo que usted dice en ‘El hombre rebelde’ y condenará a la herejía y al hereje en el Tribunal Filosófico”.

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Paz escribió que Camus no le había creído. Estaba convencido de la rectitud, de la sinceridad y honestidad intelectual de sus tres amigos literarios de París. Sin embargo, a finales de otoño de aquel año, Sartre le solicitó, u ordenó, a Francis Jeanson, uno de sus colaboradores en la revista “Tiempos modernos”, que escribiera un texto contra el libro de Camus. “El hombre rebelde”, en palabras de Octavio Paz, era un “libro profundo y confuso, escrito de prisa. Leí algunos capítulos en revistas y él mismo me contó —por decirlo así— el argumento general de la obra. Discutimos mucho algunos puntos —por ejemplo, sus críticas a Heidegger y al surrealismo— y le previne que el capítulo sobre Lautréamont provocaría la cólera de Breton. Así ocurrió”.

Unas líneas más adelante, Paz escribió que las reflexiones de Camus sobre la idea de las revueltas eran agudas, pero que eran apenas un principio. “No desarrolló totalmente su intuición”, afirmó. Luego explicó que “Encandilado por la misma brillantez de sus fórmulas, a veces fue, más que hondo, rotundo. Sus ideas filosóficas y políticas brotan de una visión que combina la desesperación moderna con el estoicismo antiguo. Mucho de lo que dijo sobre la revuelta, la solidaridad, la lucha perpetua del hombre frente a su condición absurda, sigue vivo y actual. Esas ideas aún nos conmueven porque nacieron no de la especulación sino del hambre que, a veces, padece el espíritu por encarnar en el mundo”.

Para Sartre, la obra literaria de Camus era de un gran valor. No obstante, como filósofo era apenas presentable, un aficionado que no tenía mayores argumentos y se dejaba llevar por las emociones y nada más. Según un texto de Francisco Martínez Hoyos publicado en “La Vanguardia”, “su compañera, Simone de Beauvoir, compartía este sentimiento ambivalente. Disfrutaba enormemente con la amena compañía de Camus, pero pensaba que tenía ‘un punto de maleante de Argel, un poco camorrero’”. Las vidas del uno y del otro habían estado marcadas por experiencias totalmente diferentes. Camus, privado de todo tipo de comodidades en Argel, sin libros a su disposición. Sartre, cosmopolita y estudiante de la ‘École Normale Supérieure’ de París.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Camus escribió diversos artículos contra los nazis y sus colaboracionistas en Francia. Sartre publicó una que otra columna en periódicos dirigidos por colaboracionistas, y como lo reseñó Martínez Hoyos, “tampoco dudó en estrenar una pieza en territorio ocupado, en un teatro que había dejado de llamarse Sarah Bernhardt por los orígenes judíos de esta gran diva de la escena”. Cuando Camus respondió al ataque de “Tiempos modernos”, lo hizo a casi que a punta de navajazos, según palabras de Sartre y de Beauvoir, quien escribió una novela titulada “Los mandarines”, en la que lo ridiculizó de pies a cabeza. Entre tantos otros asuntos, le recordó a su antiguo amigo que en la guerra había sido mucho menos que un héroe.

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Pese a que los dos eran “izquierdistas”, todo lo demás los separaba. Sartre creía en la Union Soviética y su futuro. Camus, no. Sartre decía que en algunas ocasiones, las armas eran válidas y estaban justificadas. Camus, no. Sus debates fueron multiplicados por las revistas serias y las no tan serias, hasta que en enero de 1960 Albert Camus falleció en un accidente automovilístico. Como homenaje póstumo, Sartre le dedicó unas palabras altamente elogiosas de las que luego se arrepintió un poco. Dijo: “Oh, cómo te quería”, y lo llamó “Mi último y buen amigo”.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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