El Magazín Cultural

Carta abierta para el futuro reemplazo de Alfredo Molano

Al abordar algunos trabajos del maestro Alfredo Molano Bravo, como “Reivención de la Emancipación Social” (2001); “Recuperar la historia para fortalecer la identidad de los pueblos indígenas, etc.” (2006) y “Economía y educación en 1850: algunas hipótesis sobre su relación” (1974), encuentro una saludable influencia del maestro Orlando Fals Borda en su obra.

Andrés Óliver Ucrós y Licht
02 de marzo de 2020 - 04:34 p. m.
Imagen de Alfredo Molano Bravo, publicada en la portada de El Espectador el 1o. de noviembre de 2019.  / Nelson Sierra G.
Imagen de Alfredo Molano Bravo, publicada en la portada de El Espectador el 1o. de noviembre de 2019. / Nelson Sierra G.

Yo también fui educado en el método “investigación-acción-participación” (el mismo que influyera en la creación de la Psicología Comunitaria Latinoamericana de Maritza Montero, con cuya corriente me identifico). Vale la pena, tratar de construir alrededor de Fals Borda y de Molano Bravo, trasladando su trabajo de una atalaya sociológica a una atalaya más íntima y psicología, estableciendo la relación entre trastornos de personalidad, de conducta y las violencias que nos azotan. La Academia debe vincularse activamente por primera vez, con sus semilleros y grupos de investigación (en las ciencias sociales, humanas y de la salud), a la construcción de un Laboratorio de Paz Nacional, capaz de producir una ciencia al servicio de la reconciliación del país, y no de los intereses de la empresa privada o simplemente de acelerar los grados de los estudiantes; una ciencia capaz de construir una sociedad posconvencional (como lo diría Laurence Kohlberg en “Moral Stages”, 1986), que pueda un día actuar de manera sensible sin leyes, sin castigos y sin recompensas.

En este enlace puede leer el artículo escrito por Alfredo Molano sobre la muerte de Jaime Garzón

Hace dos siglos, los fundadores de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, convertida más tarde en la República de Colombia, publicaban en la “Gaceta Oficial de Colombia” unos artículos sobre la necesidad de educar al país en la filosofía de Bentham, de donde aseguraban debía partir todo nuestro andamiaje jurídico. El Dr. Francisco Eustaquio Álvarez, rector del Colegio Mayor del Rosario, heredero de esta generación y filosofía, procuró que el país pensara de esta manera desde las aulas. Pero los países arruinados por la guerra, no podrían financiar su propia educación, así que los masones y precursores de la Independencia, le entregaron esa enrome responsabilidad a la Iglesia.

Aquí,  el texto de Alfredo Molano sobre los últimos meses de vida del "Che" Guevara en Colombia, Perú y Bolivia

Después del Congreso de Angostura que fundó a Colombia el 17 de diciembre de 1819, vino la Ley Fundamental de la República de Colombia de 1821, ordenando la libertad de esclavos de manera gradual. No fue hasta 1852 que se cerró con el presidente José Hilario López toda laxitud, para que los colombianos nacieran libres e iguales ante la ley. Pero esa educación basada en un libro que no reconocía los derechos humanos, que promovía el heteroimperialismo, intolerante con la homosexualidad, tolerante con la esclavitud, fue la que llevó a que este proyecto de país, claudicara, sumado a que las logias liberales y masónicas que llevaron a la Independencia, también trabajaran para beneficiar los intereses de potencias extranjeras. Todo esto, es mi interpretación, llevó a que ese ethos social perviviera desde la Colonia hasta nuestros días, con su exclusión, su explotación del hombre por el hombre, sus desigualdades y abusos propios de la antigüedad, del feudalismo, y como dijera Rubén Jaramillo Vélez en “Colombia: La Modernidad Postergada”, Colombia siga esperando por la modernidad. Sectores pauperizados, poco educados, que aún comen con cuchara y sin tenedor, que aún sufren la falta de Estado (falta de justicia, de una educación para asumir la diferencia, para la empatía), no tienen esperanza de mejorar su calidad de vida aún. Esto puede comprobarse donde se condena al homosexual por ser homosexual, o se abusa de la mujer por ser mujer; o se violenta a aquel que piensa diferente por cuestionar a los demás; donde se asesina o se destierra a aquellos que nos muestran otra manera de comprender el mundo y de vivir. El mismo campo colombiano se niega a ver la luz, así como nos negamos a abrir los ojos cuando los rayos del sol penetran nuestros párpados con el amanecer. Las ideas diferentes en Colombia, incluso en las ciudades, aún son condenadas a muerte. El origen de esta intolerancia fanática y violenta, no está solo en nuestro sistema bancario, en los políticos que necesitan pagar con serruchos sus onerosas campañas políticas que aún no financia el Estado por desgracia; o como lo atribuyeran antropólogos como Hernán Torres: a nuestro sistema sudanés de parentesco, “donde Ego no es igual a nadie”. En mi opinión lo anterior es tener una pistola cargada en la mano, la cual no se acciona hasta que hay trastornos de personalidad y de conducta que comprometen violencias. Motivos, todos tenemos para entrar en una guerra (motivos económicos, sociales, históricos, políticos; todos somos inconformes), pero no todos tomamos las armas para eliminar al que piensa distinto. Y no se trata de asumir y promover la pasividad, sino de reconocer que los factores económicos, políticos y sociales, con sus discursos de intolerancia (llámese religiosa, política, racial, de género), no harían mella donde dichos factores psicopatológicos no existen. La prueba es que no solo la violencia por intolerancia se ha podido evitar en sociedades “civilizadas”, sino que se ha evitado en muchos momentos de la historia en otras sociedades premodernas o preconvencionales. Y es aquí, donde el concepto de “civilización” entra a ser coherente con el de salud mental, concepto que no es un imperativo moralizador, como una imposición moral al servicio de una economía psicofarmacéutica o de un sistema judicial, sino de algo que parte de la buena o mala gestión que hacemos de nuestros traumas infantiles, y se puede asociar con nuestro bienestar, nuestra paz mental, incluso, como ya empieza a ser medido por Martin Seligman -aunque les pareciera una ordinariez a literatos como Antonio Gala y Madame Yourcenar-, nuestra “felicidad”.

Isaac Prilleltensky presenta en la “Introducción a la Psicología Comunitaria”, de Maritza Montero, un más elaborado concepto de justicia basado en la equidad, el cual comprende ese elemento sanador o reparador que apenas empezamos a perfeccionar, incluso a dimensionar con la justicia transicional. Estoy convencido de que es necesario, para el próximo Comisionado para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición,  entender que detrás del gatillo, siempre ha habido, desde nuestra fundación como República hasta nuestros días, trastornos de personalidad y conducta que comprometen violencias, y que se deben sanar mientras se pueda, para lograr el efecto de una justicia plenamente reparadora: la paz.

ao.ucros@uniandes.edu.co

 

Por Andrés Óliver Ucrós y Licht

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