En un lienzo, un hombre está de pie, con su espalda hacia nosotros, sobre un acantilado, con su cabello al viento y la mano derecha en la espada. Observa cómo la niebla y las nubes cubren las formaciones rocosas a su alrededor, al mismo tiempo que el sol continúa elevándose en el cielo. En otra tela, la vastedad del cielo con sus tonos azules, blancos y grises se enfrenta a la oscuridad infinita del mar, mientras que, en la parte baja, un monje con una mano en el rostro camina por la orilla de este inmenso paisaje.
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Con estas escenas, representadas en “El caminante sobre el mar de nubes” y “El monje frente al mar”, el pintor alemán Caspar David Friedrich se creó un espacio en la historia del arte. Su visión del mundo y la forma en la que la representó bajo el lente del romanticismo alemán, han sido asociadas con la melancolía y han servido de inspiración para otros como Samuel Beckett y Walt Disney para la película “Bambi”.
Las obras de Friedrich, que suelen presentar a figuras y siluetas frente al esplendor de la naturaleza, o entre el ambiente lúgubre de ruinas de antaño, se enmarcaron en el movimiento intelectual del romanticismo alemán, que se desarrolló entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Para Friedrich, el hombre o los personajes en sus piezas no eran el foco, pues, al no mostrar sus rostros en detalle, sino moviéndose lentamente entre los paisajes, pretendía que el espectador se sintiera invitado a admirar la naturaleza con estas figuras.
Descrito por la casa de subastas Sotheby’s como un entramado complejo, más que un movimiento homogéneo, el romanticismo no se limitó a ser un estilo visual, sino que incluyó una serie de comportamientos e ideas seguidas por aquellos que crearon bajo su sombrilla.
El romanticismo en Alemania se originó como una tendencia que se inclinaba hacia los fundamentos de su antecesor Sturm und Drang (Tormenta e Ímpetu), un movimiento en el que se valoraba la profundidad de las emociones. Al mismo tiempo, amplificaba las creencias del clasicismo, de acuerdo con la historiadora del arte Kira Gurmail-Kaufmann. “Fritz Strich definió el Clasicismo como una calma innata; insistía en la plenitud y la perfección. El Romanticismo, por el contrario, era intrínsecamente inquieto e indefinido; el anhelo no tenía fin ni límite. Posteriormente, las fronteras entre las artes se difuminaron, y el arte, la literatura y la música se fusionaron. Las mentes creativas de la época percibían los tonos, los colores y las palabras como formas diferentes de un mismo lenguaje”, escribió Gurmail-Kaufmann.
Friedrich, nacido en 1774, en Greifswald, un pueblo a la orilla del mar báltico en lo que en ese momento se conocía como la Pomerania Sueca, comenzó a estudiar arte en 1790 con Johann Gottfried Quistorp en la Universidad de Greifswald. Más adelante, fue instruido por artistas cercanos e influidos por el movimiento Sturm und Drang, que “representó un punto medio entre la intensidad dramática y la manera expresiva de la incipiente estética romántica y la forma neoclásica, por entonces en decadencia”, según la biografía publicada en una página dedicada al artista.
La carrera de Friedrich oficialmente despegó a los 24 años, mientras experimentaba con grabados y aguafuertes. Ese mismo año, 1798, designó a Dresden como su nuevo hogar y, desde allí, comenzó su trabajo con la pintura. Primero fueron las acuarelas y las tintas, luego gravitó lentamente hacia el óleo.
Fue este medio el que inscribió su nombre en la historia del arte. Prefería los paisajes y se inspiraba en aquellos que veía en sus constantes viajes. Su reputación como artista la cimentó en 1805 con un premio que recibió en la Competencia de Weimar, organizada por Johann Wolfgang von Goethe. El poeta luego escribió: “Fui a casa de Friedrich. Sus maravillosos paisajes. Un cementerio brumoso; un mar abierto”. Este último en referencia a “El monje junto al mar”, obra que realizó entre 1808 y 1810, años en los cuales perdió a varios miembros de su familia.
“Los visitantes habituales del estudio de Friedrich en Dresde vieron cómo había reelaborado repetidamente ‘El monje junto al mar’: una vez, los veleros se mecían en las olas; primero era de día, luego de noche. Claramente, el pintor no pretendía representar fielmente la naturaleza. La sobriedad compositiva y los tonos oscuros del cuadro terminado podrían estar relacionados con el hecho de que, mientras lo pintaba una y otra vez, la hermana y el padre de Friedrich fallecieron uno tras otro”, escribió Stuart Jeffries para The Guardian.
Sin embargo, la primera obra por la que fue ampliamente reconocido fue “Cruz en las montañas”, conocida también como el altar de Tetschen, en 1808. Para 1810, había sido admitido como miembro de la Academia de Berlín. Sus temáticas abordaban paisajes profundamente germánicos e interpretados como patrióticos, lo que le causó problemas con la sociedad en su momento, que se inclinaba hacia lo francés con Napoleón avanzando sobre los territorios europeos.
La ocupación napoleónica y el regreso de los príncipes alemanes implicó para artistas como Friedrich una fuerte represión. Sin embargo, como mencionaron Rose-Marie y Rainer Hagen en su libro “Los secretos de las obras de arte”, “Friedrich se refugió en el infinito, la opresión política reforzó su deseo de tomar contacto con el universo”.
La obra de Friedrich, a lo largo de su vida, se enfocó en un retrato fidedigno de la naturaleza, “el pintor introdujo grandes distancias, traspuso las ruinas del monasterio de Eldena (cerca de Greifswald) a las montañas del Riesenbirge y recompuso los acantilados blancos para que respondieran a sus ideas pictóricas”, señalaron los Hagen. Por lo tanto, el artista, como otros de su época, se concentró en poner el paisaje al servicio de sus ideas. Entre las cuales destacan: la insistencia por todo lo alemán, la calma y la lejanía. “No muestra nunca movimientos dramáticos, ni tempestades tumultuosas, ni batallas. Los movimientos de los personajes en los acantilados acentúan la calma y el sosiego general”, escribieron los autores.
A pesar de que para inicios del siglo XIX, los cuadros de paisaje ocuparan un nivel medio en la jerarquía artística, primero estaban las temáticas históricas y, a lo último, las naturalezas muertas, Friedrich continuó explorando los paisajes que visitaba, representando, además, el pasado a través de las ruinas góticas que retrató en obras como “Abadía en el robledal” (1809).
“Los hombres como Friedrich buscaban en el pasado modelos y energías para construir una Alemania mejor, aunque esta vuelta al pasado no se debe tan solo a razones políticas en el caso de Friedrich. Tal como afirma en sus escritos, creía que Dios se manifestaba a través de la naturaleza. Quería mostrar su presencia en los paisajes, de ahí las alusiones a la calma, la eternidad y el infinito”, escribieron los Hagen.
Con un cuerpo de obra establecido y asegurado en ese rincón del romanticismo, el alemán continuó trabajando hasta que, en 1835, sufrió un infarto, el cual hizo que su capacidad de pintar disminuyera y su obra comenzara a ser considerada como anacrónica. Los últimos años, vivió en la pobreza y, su muerte, en 1840, a los 65 años, causó poco revuelo.