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Chile, los estudiantes y Salvador Allende

Cientos de miles de estudiantes egresan de universidades públicas y privadas en Chile, México, Colombia, Argentina, Perú y demás naciones de América y desconocen por completo el proyecto de Allende, su historia y sus enemigos. Aquí un llamado a proteger la memoria para alimentar el pensamiento crítico.

Farouk Caballero, especial para El Espectador
13 de septiembre de 2023 - 06:00 p. m.
Ciudadanos participan en una manifestación por los 50 años del golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende, en inmediaciones del Palacio de la Moneda en Santiago (Chile). EFE/ Adriana Thomasa
Ciudadanos participan en una manifestación por los 50 años del golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende, en inmediaciones del Palacio de la Moneda en Santiago (Chile). EFE/ Adriana Thomasa
Foto: EFE - Adriana Thomasa

Un médico que bailaba cueca llegó a ser el compañero presidente. Los gringos sabían que, si lo dejaban gobernar, sería un problema mayúsculo para sus intereses dominadores y explotadores en Nuestra América. Tenían toda la razón.

Allende buscó una revolución marxista que más allá de las teorías, conceptos y debates del mamertismo exacerbado, lo que pretendía era sencillo de explicar y muy complejo de lograr: otorgarles dignidad a las vidas de chilenas y chilenos. Esto, sumado a trabajo con salarios lejos de la miseria, educación y salud gratuitas y de calidad. Básicamente, las políticas de Allende ponían en peligro la acumulación de capital que tanto les gusta a las élites de nuestras naciones. Por eso, cuando los gringos decidieron sepultarlo, el eco de familias adineradas y militares no se hizo esperar y el Palacio de la Moneda fue el escenario en el que los enemigos del cambio impusieron sus bombas y balas en contra de la voluntad del pueblo y la paz.

Han pasado cincuenta años de ese martes 11 de septiembre de 1973 y la memoria de Allende, en las escuelas de América Latina, apenas si vive en cuidados intensivos. La mayoría de facultades que buscan cultivar el pensamiento crítico en los estudiantes pierden el semestre porque justamente esos estudiantes son la prueba de que el segundo magnicidio de Allende puede darse pronto. Un hombre puede morir dos veces cuando es olvidado. Y sí, la pompa del medio siglo de la crueldad dictatorial que ungió a Pinochet como amo de la guerra, es una fecha especial para reaccionar.

Cientos de miles de estudiantes egresan de universidades públicas y privadas en Chile, México, Colombia, Argentina, Perú y demás naciones de América y desconocen por completo el proyecto de Allende, su historia y sus enemigos. Es este, pues, un llamado a volver a nuestros defensores de la memoria, porque si hay una particularidad de las artes nuestras, esa particularidad es el compromiso con nuestro tiempo. En América Latina el arte por el arte no pega. Se es más artista latinoamericano cuanto más compromiso se tiene en cada obra y los profesores debemos asumir nuestra responsabilidad para guiar estos procesos educativos, pues mientras estamos pensando en publicaciones que suman puntos en rankings y bonificaciones en salarios, restamos compromiso social y pensamiento crítico en nuestros estudiantes. El error es grave.

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Por esto, invito a diferentes profes a que usemos el arte que nos legaron nuestros grandes maestros para motivar una conciencia social que sienta más suya la historia propia, la historia nuestra. No tengo nada en contra de Taylor Swift y sus amores, o de RBD y su sobrevivir por pura ansiedad, pero quiero que un estudiante universitario de América Latina sienta las letras de René Pérez como una invitación a sumergirse en el océano de creatividad que construyeron las manos de las y los nuestros.

Para seguir con el legado musical, qué bueno sería que, en este aniversario doloroso de nuestro 11 de septiembre latinoamericano, en las aulas y universidades se escucharan las voces y melodías de Víctor Jara, Violeta Parra, Ángel Parra, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y más cantantes que supieron decir: “Lindaste con Dos Ríos y Ayacucho, como un libertador en Chacabuco, los Andes que miraron crecerte… te simbolizan”. Son cada vez menos los estudiantes que sienten este dolor como propio. Estamos graduando profesionales que son excelentes en sus trabajos, pero poco o nada tienen de conciencia social e histórica. Esa misma que pintó con mano de artesano el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, quien hizo un homenaje inmortal en su pintura “Lágrimas de Sangre”. Más allá del dolor reflejado, se lee en la parte inferior derecha la dedicatoria: “Homenaje a Salvador Allende, Pablo Neruda y Víctor Jara. Nosotros los pueblos”.

Lo bueno es que estamos a tiempo. Los abanderados de las tecnologías de la información bien pueden sentirse dichosos, pues gracias a estas herramientas, es muy fácil escuchar el homenaje poético que Mario Benedetti le escribió a Salvador Allende, y que también se lee muy poco en las escuelas de literatura, en interpretación sentida de Roberto Olmedo Ulloa: “para matar al hombre que era un pueblo, tuvieron que quedarse sin el pueblo”. Y sí, Allende era un hombre de paz, característica que quedó en una dedicatoria histórica. Ernesto Che Guevara le regaló a Salvador Allende su libro La guerra de guerrillas y de puño y letra le firmó: “A Salvador Allende que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”.

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De igual modo, cualquier conexión a internet permite ver en clase a Eduardo Galeano leyendo cómo los habitantes de la sierra mexicana de Nayarit, decidieron bautizar su pueblo en homenaje a “un hombre digno que no dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte. Voy para Salvador Allende, dicen ahora los caminantes”. Estas lecturas musicalizadas y teatrales, mucho pueden influir en la formación del pensamiento crítico, pues si los profesionales de América Latina no estudian y sienten sus historias y dolores, no tendrán ningún valor agregado con relación a los profesionales de otros suelos.

El reto es grande, pero hay que hacerlo. En la conservación de la memoria académica se garantiza que las luchas de quienes ofrendaron sus vidas por nuestro presente no queden sepultadas en el olvido que impone la tecnificación educativa y el monetizar todo lo que tenga que ver con un título universitario. No hay que permitir que maten a Allende por segunda vez. Así como la noche del pasado domingo 10 de septiembre de 2023 las mujeres en Chile hicieron una vigilia histórica para recordar el dolor del golpe a Allende, así también nuestras aulas deben ser más comprometidas con el cambio social. Pues esos jóvenes universitarios deben ser revolucionarios sin armas y cuanto más sientan y piensen, más se cumplirá la máxima de Allende: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”.

Las armas de estos jóvenes son los libros, el estudio, las artes y nosotros los profes debemos comprometernos y garantizarles esas armas para que sus cerebros no engrosen las filas de la tecnificación del pensamiento crítico. Para eso, después de citar a cubanos, uruguayos, ecuatorianos y demás latinoamericanos, cierro con un colombiano que escribió: “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo y que se quedó en nuestras vidas para siempre”. Así, Gabriel García Márquez nos marca el camino escolar, para que cada vez sean menos los estudiantes que preguntan, como ocurre desde la Patagonia hasta el Río Bravo: ¿por qué tenemos que estudiar a Allende, si es chileno?

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Por Farouk Caballero, especial para El Espectador

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