Comenzó leyendo. Está convencido de que la lectura es la gimnasia de la escritura. La realidad le parecía insoportable, así que echó mano de la fantasía para resistir. Cuando estaba en el colegio y sonaba el timbre del recreo, veía a sus amigos jugar fútbol y pensaba “qué locura”: moretones, sangre y huesos rotos. Así que decidió leer y comenzó con Peter Pan, de James Matthew Barrie: “Ese libro me leyó a mí porque en él encontré muchos reflejos de mi vida, muchas coincidencias. Fue después de sentir eso que me di cuenta de que quería que un joven como yo leyera un texto escrito por mí y que lo hiciera sentir así de descrito y refugiado”. Descubrió que podría escribir cada vez mejor después de ganarse un concurso de literatura escolar. Nunca más volvió a descuidar la lectura.
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Sus primeros textos fueron publicados en internet. Y lo hacía porque quería, pero sin muchas más ambiciones que esa. Fue por esto que, a sus inicios, los comentarios negativos o menos elogiosos de sus producciones no le afectaron: si no estoy escribiendo tan en serio o para algo serio, no me importa mucho si a los demás no les gustan, se decía.
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“Voy a comenzar a escribir este libro y ya miraré qué pasa” pensó cuando comenzó su primer proyecto “El chico de las estrellas”, su vida “en auto ficción”.
Pueyo, además, está convencido de que, a partir de sus textos, ha logrado ser más de una cosa en la vida. Ha podido vivir en otros cuerpos y, sobre todo, transformar el suyo. No sabe sí será escritor toda su vida, pero sí que no sucumbirá a los encasillamientos y a las leyes de los géneros literarios: así como fue poeta para escribir “Hombres a los que besé”, logró perfilar a su abuela en su libro más reciente.
“La abuela” comenzó después de que, durante algún martes, día en el que además Pueyo acostumbra a visitarla después de que se fue de casa, ella le dijo: “comencé a escribir mi testamento”. Y se asustó. No estaba preparado para pensar en una realidad inevitable que, hasta ese día, jamás había sentido insoportable. Pero además comprendió que nunca se había preguntado por su origen, por la vida de su abuela, que le fue contando todos los giros más importantes de su vida. Lo que hizo Pueyo, entonces, fue inmortalizarla. “Algún día mi abuela no estará, pero el libro sí. Además de que creo que es muy importante hablar, escribir y leer sobre las personas mayores”.
“Crecer es una trampa, pero es inevitable”, también dice Pueyo, que aún se sorprende con que la literatura pueda validar un sentimiento: “finalmente no somos tan distintos”. Su relación familiar nunca ha sido fácil, pero parte de su obra es un homenaje para la persona que, según lo que cuenta, contribuyó en un gran porcentaje a su construcción como ser humano. Le apuesta a una certeza, y es que todos, en algún momento, hemos creído que nuestra familia es una mierda, así como él mismo confiesa al inicio de este libro sobre su abuela.
“La página en blanco es una Antártida donde hay que jugar”, repite, porque considera, además, que el miedo de la opinión externa no tiene porqué transformar la manera de crear. Coincide con otros tantos escritores en que jamás será lo que sus lectores esperan, sino lo que es, lo que ha decidido a lo largo de sus años.
Este escritor de 28 años ha transitado por varios géneros de la literatura porque, además, no cree en las clasificaciones, y entonces promueve a los demás con el ejemplo para meterse en la poesía, el cine, la dramaturgia, etc. Sus libros están hechos para todo aquel que tenga la disposición para leerlos, y esto lo aclara porque ha tenido que lidiar muchas veces con que a sus producciones busquen separarlas en modalidades o rótulos como: literatura juvenil o literatura LGBTI.
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“Es el público quien te elige, pero jamás escribo pensando en que serán jóvenes, adultos o heterosexuales los que me leerán. La soledad, el abandono y las demás de miles de sensaciones o situaciones humanas son universales y no tendrían por qué tener ningún obstáculo hacia quienes están buscando reconocerse en las palabras que alguien más ya escribió. Jamás me encerraré en la expectativa de los que buscan que sea algo que no soy. Por más de que el resto pida, el proceso creativo es propio, es personal, es una decisión individual”.
Sobre la edición de sus textos, Chris Pueyo también contó que creía que las personas lo leían por su forma de escribir. Y cree que no recibe muchas correcciones estilísticas, pero sí “orto tipográficas”, además de confiar mucho en lo que los demás pueden decir de sus creaciones: “yo veo el árbol, pero los demás me podrían mostrar el bosque”, agrega, además de confesar de que lleva ocho años viviendo de la literatura, pero asumió la intermitencia de lo que esta carrera implica.
“Aunque solo le dediques un mes de tu vida a intentarlo para arriesgarte, será un gran logro. Yo le entregué la vida a la escritura y creería que el secreto más importante para que esto funcione es creer en sí mismo. Yo, que leo poesía, novelas y ensayos, le creo a “El mundo amarillo”, de Albert Espinoza, “La ridícula idea de no volver a verte”, de Rosa Montero, a Elvira Sastre y Fernando Pessoa. Soy una voz que ha bebido de muchas voces antes de comenzar a escribir y antes de creerme les creí a ellos”, concluyó Pueyo.