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El fallecimiento en su casa de Cambridge, Massachusetts, fue anunciado por la prestigiosa universidad de Yale, donde ejercía como docente.
Se hizo conocer al publicar en 1992 “The Wild Iris” (Iris salvaje), que desplegó un florido jardín y le valió un premio Pulitzer, mucho antes de la consagración mundial del Nobel casi tres décadas después.
En una entrevista con una revista de poesía estadounidense en 2006, negó ser especialista en motivos florales: “He tenido muchas consultas sobre la horticultura, pero no soy horticultora”.
“Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”, escribió Glück en el ensayo “Proofs and Theories” (Pruebas y Teorías), que obtuvo el premio PEN/Martha Albrand.
A continuación presentamos una recopilación de algunos poemas de la escritora para recordarla:
Madre e hijo
Todos somos soñadores; ninguno sabe quién es.
Alguna máquina nos hizo; la máquina del mundo,
la familia que restringe.
Después, de vuelta al mundo, pulidos por suaves látigos.
Soñamos; no recordamos.
La máquina de la familia: pelaje oscuro,
selvas del cuerpo de la madre.
La máquina de la madre: blanca ciudad dentro de ella.
Y antes de eso: tierra y aire.
Musgo entre las piedras, briznas de hojas y de hierba.
Y antes, células en una gran oscuridad.
Y antes de eso, el mundo tras un velo.
Para esto naciste: para silenciarme.
Células de mi madre y de mi padre, llegó el momento
de ser fundamentales, de ser la obra maestra.
Yo improvisé, nunca recordé.
Ahora es tu turno de entrar en acción;
tú eres el que pide saber:¿Por qué sufro? ¿Por qué soy ignorante?
Células en una gran oscuridad.
Alguna máquina nos hizo;
es tu turno ahora de exigirle, de volver a preguntarle:
¿para qué existo? ¿Para qué existo?
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Los niños ahogados
Ya ves, no tienen juicio.
Es natural entonces que se ahoguen.
Primero el hielo los atrapa.
Después, todo el invierno, sus bufandas
flotan, mientras se hunden, tras de ellos,
hasta que se quedan inmóviles.
Y el estanque los alza con sus muchos
oscuros brazos.
A ellos sin embargo debe serles la muerte
distinta, tan cercanos al origen.
Como si siempre hubieran sido
ciegos, livianos. Lo que sigue
es entonces como un sueño: la lámpara,
el mantel blanco que cubría la mesa,
sus cuerpos.
Oyen empero por sobre el estanque,
como señuelos, sus nombres:
Qué esperas, ven a casa,
a tu casa, perdida
en las aguas, azul y permanente.
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Los manzanos
Tu hijo aprieta contra mí
su cuerpecito inteligente.
Y yo estoy junto a su cuna
mientras en otro sueño tú estabas entre árboles cargados
de manzanas mordidas
extendiendo los brazos.
No me movía
pero vi el aire dividirse
en cristales de color. Al cabo
lo alcé a la ventana diciendo
mira lo que hiciste
y conté las ramas cortadas,
el corazón en su tallo azul,
mientras desde los árboles
la oscuridad salía:
en el sombrío cuarto duerme
tu hijo. Son verdes los muros,
son madera y silencio.
Espero ver cómo me dejará.
Ya en su mano aparece el mapa
como si allí lo hubieras grabado:
los campos muertos, mujeres
enraizadas en el río.
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Todo es santo
Ahora mismo se configura el paisaje.
Las colinas oscurecen. Los bueyes
duermen en su yugo azul.
Los campos ya segados,
las gavillas parejamente atadas
puestas al lado del camino.
Y la luna dentada sale.
Esta es la aridez
de la siega o la pestilencia.
Y la mujer se inclina, en la ventana,
con la mano extendida como en pago.
Y las semillas netas, doradas, llaman:
Ven aquí,
Ven aquí pequeña.
Y el alma se desprende del árbol.
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Las siete edades
En mi primer sueño el mundo parecía
lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce
En mi segundo sueño descendía,
era humana, no veía nada de nada
bestia como soy
debía tocarlo, contenerlo
me escondí en la arboleda,
trabajé en los campos hasta que quedaron yermos
un tiempo
que nunca volverá-el trigo seco en gravillas, cajones
de higos y aceitunas
Hasta amé alguna vez, a mi manera
repugnante, humana
y como todo el mundo llamé a ese logro
libertad erótica,
por absurdo que parezca
El trigo cosechado, almacenado; secala última fruta: el tiempo
que se acumula, sin usar,
¿también termina?