¿Cómo ha cambiado su percepción de la humanidad desde que es periodista de guerra?
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Soy mucho más consciente de lo efímera que es la vida. De pronto los colombianos podemos entender eso mejor que otros, porque crecimos en un país con distintos tipos de peligro, siempre confrontados con la incertidumbre. Como colombiana que vivió en una generación marcada por carros bomba y secuestros, ya tenía esa sensación de fragilidad. Pero en la guerra esa conciencia se amplifica: la vida puede terminar en cualquier momento. Vivir rodeada de personas que también lo saben te permite encontrar historias muy valiosas de gente que todos los días lucha por sobrevivir, por hacer que la vida de otros sea mejor, por darle sentido a lo que vive. Creo que esa es una de las partes más importantes de este oficio: no mirar la guerra solo desde la muerte.
¿Cree que lo que une a la humanidad es el dolor?
Claro que creo que nos une el dolor y nos une el trauma. Cada sociedad tiene sus traumas, pero todos vivimos, operamos y reaccionamos frente al mundo a través de ellos. Esos traumas, de alguna manera, nos conectan. También pienso que las historias personales —y el trasfondo desde el que venimos cada uno de los periodistas— nos dan la oportunidad de contar el mundo de una manera distinta y de hacer que la conversación sea más compleja. No sé si siempre lo logremos, pero creo que es importante intentarlo. El periodista que viene educado en Nueva York va a ver estas sociedades de manera muy distinta a alguien que viene de Colombia, Sudáfrica o la India, que carga con realidades diferentes y, por ende, se aproxima diferente al mundo. Creo que el mundo necesita esas diferentes miradas desde el periodismo para entender el mundo de una manera un poco más compleja. No podemos seguir viéndolo desde lo que nos cuentan los periodistas que vienen de sociedades donde nunca ha pasado nada y que quieren que el mundo sea perfecto, porque el mundo simplemente no es perfecto.
Con el paso a la televisión, ¿cómo aprendió a manejar la crudeza? Porque hay imágenes de guerra que pueden ser muy fuertes para el público.
Yo pienso que muchas veces la crudeza hay que mostrarla. Entiendo que hay unas políticas en los medios y que muchas veces a los editores no les interesa mostrar eso. Lo entiendo porque también soy público y sé que muchas veces cuando uno ve esa violencia tan explícita trata de voltear la cara hacia otro lado y no verla porque le causa mucho dolor o mucha angustia. Pero pienso también que no podemos mostrar las guerras como algo aséptico, porque entonces ¿para qué estamos ahí? Hay que tener un punto medio que es muy difícil de ubicar, pero que permita también mostrar ese drama y esa angustia, porque si no es para contar eso, ¿para qué estamos ahí?
¿Cómo se acerca a una persona que está pasando por una situación así?
Hay que acercarse con mucho amor. Con mucho amor y mucha humanidad. Yo sé que hay gente que llega, pone la cámara y empieza a grabar, pero yo intento darles un abrazo, intento presentarme, preguntarles si quieren hablar. Cuando se puede, claro. Y si me cuentan su historia, intento cerrar también con un abrazo, para que haya un gesto humano en medio de todo este proceso que no es fácil. No hay nada más triste que una víctima, y creo que uno de los mayores riesgos es terminar revictimizándola. La revictimización puede ser incluso más dolorosa que la pérdida misma. Por eso hay que tener mucho cuidado. Es cierto que las carreras, la presión y el estrés del trabajo pueden llevar a cometer errores, pero hay que recordar siempre que ese ser humano frente a uno está sufriendo, que ha perdido algo, que está viviendo bajo un nivel de dolor y estrés muy alto.
Después de haber pasado por diferentes conflictos en distintos países durante casi veinte años, ¿ha perdido la esperanza de vivir en un mundo en paz?
No, no la he perdido. Pero sí creo que estamos atravesando un momento de caos, de incertidumbre, con una tendencia preocupante hacia tiempos duros. Por un lado, están las autocracias y los líderes autoritarios que buscan imponerse, y por otro, en muchas democracias, la gente ha perdido la fe. Muchos creen que la única salida es girar hacia una derecha radical, mientras que la izquierda está muy perdida en muchos aspectos.
Por eso el panorama se vuelve tan complejo: tenemos una derecha extremista que no acepta al otro, que ve el mundo desde una lógica supremacista; un nacionalismo creciente en países como India, donde no se entiende la diversidad, y una izquierda desorientada, sin rumbo claro.
Aun así, yo no he perdido la esperanza de un mundo en paz, o al menos relativamente tranquilo. Después del fin de la Guerra Fría y la caída del muro de Berlín, hubo un tiempo en que el mundo pareció más estable, pese a conflictos como la guerra contra el terrorismo en Afganistán. En ese entonces, no existía la sensación de una gran guerra global que pudiera destruirnos a todos, como podría ocurrir hoy. Creo que puede haber un mundo en paz, pero no sé si me vaya a tocar verlo.