En octubre del año pasado, la escritora feminista Carolina Sanín presentó en el canal de Cambio en YouTube un monólogo en el que se refiere a las mujeres transgénero. Su reflexión sobre el asunto parte de la idea de que la esencia de ser mujer radica necesariamente en el sexo biológico. El transgenerismo es antinatural, sostiene; por eso, dicha transición no puede ser considerada un derecho humano. (Recomendamos: Otra crítica de Pablo Castellanos sobre los animales en el cine).
Días después de la publicación del monólogo, las académicas Danila Suárez y Natalí Incaminato publicaron, también en YouTube, una refutación de las opiniones de Sanín sobre sexo, género y transactivismo. Tal refutación se basa en la distinción crítica entre sexo y género, es decir: el sexo biológico no determina la identidad de género. Entre las precisiones que hacen las académicas, hay una que da pie al presente artículo: su exposición, explican, tiene un punto de vista teórico (la epistemología de género y la filosofía feminista), mas no empírico, sencillamente porque ellas no son mujeres trans. (Recomendamos: Al Congreso se presentará proyecto de ley integral trans).
Hay dos documentales que, a su manera, hablan de la experiencia de ser trans: Paris Is Burning (1990), dirigido por Jennie Livingston, y La muerte y la vida de Marsha P. Johnson (2017), una producción de Netflix a cargo del director David France. Su tema explícito es la exclusión de las mujeres trans de muchos ámbitos sociales; su postura implícita frente al debate de si ser trans es un derecho humano se resume en una frase contundente que las mujeres trans dicen con frecuencia: “nací con sexo masculino, pero soy una mujer”.
El título de la obra de France es muy diciente, pues hace énfasis en el final de la vida de su heroína, una mujer travesti afroamericana quien con su joven amiga trans Sylvia Rivera lideraron desde los años setenta hasta comienzos de los noventa del siglo pasado el activismo por los derechos civiles de la comunidad gay y travesti en Nueva York. El documental sigue la investigación de la activista Victoria Cruz sobre las extrañas circunstancias en que murió Marsha, y presenta paralelamente la labor de esta mujer.
En 1992, Marsha fue asesinada, un crimen que quedó impune. Las pesquisas de Victoria llevan a concluir que quizás la mafia cometió el homicidio en complicidad con la policía. En la época, aquella quería quedarse con las ganancias que dejaba el festival anual del Orgullo Gay (fruto del movimiento nacido el 29 de junio de 1969), unos ingresos que los amigos de Marsha reclamaban para que la comunidad pudiera solventar sus necesidades. Al parecer, Marsha fue el blanco de la furia de esa mafia, que buscaba intimidar a los reclamantes con la muerte de la persona más visible del movimiento LGBT.
Marsha había adquirido visibilidad por su activismo. En una oportunidad, le preguntaron por qué no conseguía un trabajo. Ella respondió que no le interesaba trabajar en una sociedad que discriminaba a los homosexuales. En cambio, prefería callejear, protestar, mendigar y prostituirse para poder ayudar a personas que, como ella, tenían que padecer el racismo, la violencia policial, la pobreza y el peligro en las calles a causa de su identidad de género.
En otra ocasión, Marsha llegó travestida al bar gay Stonewall, donde el portero la miró extrañado. Entonces, ella le preguntó: “¿qué crees que soy, varón o mujer?”. Marsha solo se rió y entró al lugar. En este sentido, como parte de su activismo, Marsha les recordaba a muchos que los travestis y mujeres trans son ante todo personas; luego, en cuanto al género, una persona debe ser lo que sienta y descubra que es, sin temer que esto pueda afectar su acceso a algún lugar o su desempeño de los roles sociales. Quien debe cambiar es la sociedad, no los individuos.
En 1970, Marsha y Sylvia fundaron la casa llamada Travestis Callejeras de Acción Revolucionaria (STAR, sigla del nombre original en inglés). La idea del proyecto fue ofrecer un hogar resignificado a jóvenes homosexuales y trans que habían sido rechazados por sus propias familias y que se prostituían para sobrevivir ante el sistemático rechazo social. Marsha era la gran madre protectora, una mujer que iluminaba todo a su paso con los coloridos trajes y adornos de su cabeza, los cuales la asemejaban a una mariposa, claro, maltratada por las dificultades. Según un amigo budista de Marsha, ella era una santidad por su naturaleza de repartir bondad y paz sobre la base de la libertad. Según sus compañeros de lucha, Marsha era un tesoro nacional por su dedicación a la defensa de los derechos civiles, un tesoro, desde luego, infravalorado por la supremacía blanca heterosexual de su país.
El legado de Marsha se extendería a lo largo de los años ochenta. La comunidad trans afroamericana y latina de Nueva York continuó fundando casas como STAR, lideradas por madres travestis o trans que procuraban alejar a sus hijos adoptivos de los peligros de las calles. Este es precisamente el primer motivo del documental cuyo título rinde homenaje a Paris Dupree, pionera del baile de poses conocido como voguing. Se trata de Paris Is Burning, inspiración de la serie de televisión Pose (Murphy, Falchuk y Canals, 2018-2021). Uno de los personajes centrales del documental es Venus, joven prostituta trans perteneciente a la casa Xtravaganza. En la entrevista concedida para el filme, Venus expresa cuál es el ideal de su vida: “Quiero un auto. Quiero estar con el hombre que ame en una linda casa lejos de Nueva York, donde nadie me conozca. Quiero cambiar de sexo. Quiero casarme de blanco por la Iglesia. Quiero ser una mujer completa y ser modelo profesional”. Estas palabras las dice una persona que expresa sus sueños, afirma su identidad y está recibiendo una dispersa educación sentimental, algo que sería truncado, pues uno de sus clientes la asesinó sin que hubiera ninguna investigación judicial que diera con el paradero del criminal.
El otro motivo del filme son los salones adonde las casas iban a desfilar y bailar por un trofeo que reconocía el mejor performance sobre roles sociales y de voguing, al ritmo de la música dance, funky soul, R&B y disco. En su canción “Vogue” (1990), Madonna se refiere al significado de esos salones: “Mira a tu alrededor, dondequiera que mires hay angustia / Intentas todo lo que puedes para escapar / del dolor de la vida que conoces / Cuando todo lo demás falla y anhelas ser / algo mejor de lo que eres hoy... / Conozco un lugar donde puedes escapar / Se llama pista de baile. / [...]. Todo lo que necesitas es tu propia imaginación / Tus sueños abrirán la puerta (abre la puerta) / No importa si eres blanco o negro / Si eres un niño o una niña / Si la música está bombeando, te dará nueva vida”.
En los salones, como muestra el documental, la comunidad gay y trans encontró un espacio para iluminar momentáneamente su vida y también, de cierta manera, para decirle a la sociedad que sus miembros tenían derecho a desempeñar cualquier rol: estudiantes, deportistas, bailarines, ejecutivos, científicos, militares, actrices, etc. Como parte de la dimensión artística y política que tuvieron los desfiles en su momento, el documental de Livingston devela que aquellos también eran un reflejo de la exclusión, en vista de que esta había llevado a toda una comunidad a tener que fantasear en la pasarela con derechos como el acceso a la educación o al esparcimiento.
Para todos es claro que los derechos humanos son ideales con validez universal. Por ende, no cabe duda de que la negación de tales derechos reproduce el sufrimiento y la tristeza, como sucedió con Sylvia. Ella —al verse en la extrema pobreza y sumida en el alcohol tras el homicidio de su amiga y compañera de causa— gritaba mientras la desalojaban de su casa, a mediados de los noventa: “estoy loca porque el mundo me ha vuelto loca... Lo intentamos, Marsha, eso es lo único que puedo decir”. El debate contemporáneo se ha planteado bajo el interrogante abstracto de si la identidad de género es, en sí, un derecho humano.
Es un debate fundamental, sin duda, pero es un debate teórico que parece llevar al dogmatismo y las posiciones irreconciliables. Quizás el asunto podría formularse de otro modo: la pregunta debería ser por qué la sociedad niega los otros derechos a las personas gais, travestis y trans, quienes expresan su identidad de género como los demás individuos. Precisamente, en esto consiste el mensaje de los dos documentales: es necesario meterse en los zapatos de los excluidos por su identidad, ser capaces de imaginar su experiencia concreta. Tales documentales despliegan y dan consistencia, de este modo, al verdadero contenido de esa apreciación común según la cual la empatía es el antídoto contra la exclusión social.
* Editor de la revista Educación Estética, de la Universidad Nacional de Colombia, y profesor.