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Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Márquez: Ángela Vicario, la escritora oculta

Esta novela plantea, de manera tangencial, una opción más esperanzadora y feminista para Ángela Vicario, uno de los personajes de la obra.

Mar Estela Ortega González-Rubio y Mercedes Ortega González-Rubio

19 de mayo de 2021 - 09:00 p. m.
Crónica de una muerte anunciada-Magazín EE Portada
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Crónica de una muerte anunciada fue publicada el 30 de abril de 1981, un año antes de que se le otorgara a Gabriel García Márquez el Premio Nobel de Literatura. Tuvo un tiraje y una publicidad excepcionales y se convirtió en una de las obras más leídas del escritor. La novela ha fomentado diversas lecturas que merecen ser revisitadas desde una nueva perspectiva, ya que los personajes femeninos, sobre todo el de Ángela Vicario, evidencian contradicciones: ¿es víctima o victimaria, es una soltera seducida y burlada o una mujer rebelde?

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En este siglo XXI de mayor visibilización de los movimientos feministas es hora de reivindicar al personaje, cuya identidad parece yacer en una sexualidad negada por la sociedad según la cual el cuerpo de la mujer les pertenece a los hombres. Dentro de este panorama, Ángela Vicario se constituye como una feminidad compleja, como una metáfora de insumisión a una cultura masculinista que oprime, una mujer que reclama su derecho al placer y a la escritura.

En el imaginario cultural parece prevalecer la idea de Ángela como mujer fatal, cruel y despiadada que causa la desventura de los hombres. En Crónica de una muerte anunciada se cuenta que ella tuvo relaciones sexuales prematrimoniales y que por eso su esposo, Bayardo San Román, la devuelve a su familia, generándose así la tragedia de la muerte de Santiago Nasar, señalado por ella como su “autor”. Este hecho es, sin embargo, puesto en duda por el narrador, amigo de Santiago, quien durante toda la obra niega que este fuera “culpable”.

Este asunto despierta el morbo y la curiosidad de todo el pueblo, y también de los lectores. No obstante, en nuestra interpretación, la identidad de este primer amante no es relevante para comprender al personaje de Ángela Vicario. Ella misma no le da mayor importancia: en su vida madura se centra en recordar al esposo que la abandonó y no al hombre que la “desfloró”.

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Ahora bien, ¿por qué entre tantos hombres y nombres, Ángela escoge culpar a Santiago? El mismo texto propone que tal vez ella creía que sus hermanos no serían capaces de matarlo pues era su amigo, además de rico, es decir, intocable. Pero la crítica literaria María Solá comenta lo siguiente: “¿Existe la posibilidad de que Ángela se vengara con toda conciencia a nombre de todas las mujeres violadas y humilladas por el ‘gavilán carnicero’ Santiago Nasar?”. En esta interpretación, Ángela actuaría como un “Ángel Exterminador” que castiga a Santiago en nombre de las mujeres subalternas. Entonces, ya no importa si Santiago es o no su “autor” pues, en todo caso, representa el poder masculino y termina pagando por todos los hombres que, como él, cometen tal agravio. Así parece entenderlo el personaje de Luisa Santiaga, la madre del narrador, quien exclama: “Hombres de mala ley, animales de mierda que no son capaces de hacer nada que no sean desgracias”. Ella sabe que son los hombres regidos por las normas de la sociedad patriarcal los que desgracian la vida de las mujeres.

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La novela plantea, de manera tangencial, una opción más esperanzadora y feminista para Ángela. El personaje presenta una metamorfosis hacia la lucidez y la libertad a través de la escritura de las cartas que le envía a su amado luego del matrimonio “fallido”, lo cual le permite escapar de la jaula en la que se halla.

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Durante más de veinte años, ella escribe hasta la madrugada, y con el tiempo, “madura e ingeniosa”, será independiente económicamente y vivirá sola. Ángela escribe, y en esa medida puede ser tomada como personificación del oficio del escritor, como un alter ego del autor real, García Márquez. Pero es una autora cuya obra, las casi dos mil cartas, nunca son leídas por nadie, ni siquiera por el destinatario de las mismas, Bayardo San Román. Los y las lectoras nunca sabremos qué decían estas cartas: la voz de Ángela jamás será oída.

El narrador dice que cuando Ángela comienza a escribir las cartas, estaba “a salvo ya de todos los miedos aprendidos que le habían malogrado la vida”. No obstante, el mismo narrador describe las cartas de manera menospreciativa. Sobre la primera, dice que fue “una esquela convencional”; de allí en adelante, “(e)scribió una carta semanal durante media vida (...). Al principio fueron esquelas de compromiso, después fueron papelitos de amante furtiva, billetes perfumados de novia fugaz, memoriales de negocios, documentos de amor, y por ultimo fueron las cartas indignas de una esposa abandonada que se inventaba enfermedades crueles para obligarlo a volver”. Al reasignar las cartas a la esfera de lo femenino tradicional y hacerlas lucir vulnerables, le hace creer al lector que no vale la pena leerlas, que esa novela epistolar escrita por Ángela no daba la talla escritural.

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Pero las cartas nunca leídas representan un caudal sin fin de respuestas para todas las lectoras y lectores que quedamos con ganas de saber más de este personaje. Para la muestra de lo que nos perdemos, la carta erótica que Ángela le escribe a Bayardo a los diez años de la boda: “una carta febril de veinte pliegos en las que soltó sin pudor las verdades amargas que llevaba podridas en el corazón (…). Le habló de las lacras eternas que él había dejado en su cuerpo, de la sal de su lengua, de la trilla de fuego de su verga africana”.

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Podemos imaginar que las epístolas hablarían del lento proceso en el que Ángela descubre el amor, después de sus nupcias, que parecen haber sido una revelación sexual para ella. Se enamora, no del esposo altanero que la compró en matrimonio, sino del esposo deshonrado. Son capaces, entonces, de reunirse al final, cuando ella ha adquirido fortaleza, mientras que él ha perdido su poderío: se hallan, finalmente, en igualdad de condiciones.

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Solo nos queda especular acerca de Ángela escritora, dibujar las palabras de las que, como ella, siempre han sido obligadas a callar. En esas líneas estaría plasmada una mujer que encuentra su voz, que habla por las que se han cansado de jugar a la víctima y que se recobra del mundo patriarcal que la subyuga.

Por Mar Estela Ortega González-Rubio y Mercedes Ortega González-Rubio

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