El Magazín Cultural

Crónicas de los jóvenes de Usme: Las babas del poeta

El Espectador publica una serie de relatos literarios sobre una de las localidades de Bogotá más afectadas por la por la pobreza, pero llena de talento.

Michael Benítez Ortiz * / Especial para El Espectador
08 de junio de 2021 - 02:34 p. m.
"Yo sé que a él no le importa eso y, sin hacerme caso, pone un vinilo de Escape: Trabajas de mañana planeando tu futuro y vives en rutina nada más…". Fotografía de Ómar Ortiz
"Yo sé que a él no le importa eso y, sin hacerme caso, pone un vinilo de Escape: Trabajas de mañana planeando tu futuro y vives en rutina nada más…". Fotografía de Ómar Ortiz
Foto: Cortesía revista Surgente

I

Cuando llegué, vi que sufría uno de sus frecuentes, pero no por eso menos raros, ataques de ansiedad. Estaba en la cama temblando. Se resistía. Lo intentaba. De un momento a otro se sacudió y, de un salto, quedó sentado. «Estoy luchando contra mí mismo, ustedes no saben qué es eso… por mucho que le saquen jugo a la razón, porque yo hace rato no pago arriendo en esa casa…» Y Juliana, haciendo gestos, lo calla dándole un beso. (Recomendamos: Más crónicas de Usme: Un satélite llamado Javier).

Si no fuera por Juliana no sé qué sería de mi amigo. Ella le ayuda a pilotear sus borracheras y esos guayabos apocalípticos —como una vez escuché que les decía— en los que lo lleva a caminar al parque El Tunal y él se desahoga diciendo que no entiende nada de lo que nosotros llamamos «realidad».

Juliana va al baño, no sin antes decirme que no lo deje solo, que está muy mal, que todo es por ese último libro que está escribiendo, que delira con eso de que el poema se le resbala, como la sombra de las babas de un gusano.

Ya con Juliana en la fiesta del inodoro, Tan se acerca a mí. Aún temblando, trata de encender un cigarrillo con un bricket desgastado; se lo pido con la mirada y lo enciendo al segundo intento. (Más crónicas de Usme: De paseo en mi memoria).

Fuma tres veces, mira el techo y abre las ventanas mientras dice: «No le pongas mucho cuidado a lo que diga Juliana, tú sabes que ella es muy culta y todo eso: más que nosotros —me lanza una sonrisa cómplice—, pero ella no entiende muchas cosas… sabes de qué te hablo…» Repite su sonrisita cómplice.

Juliana vuelve y regaña a Tan por estar fumando. Eso es de siempre. Pero, y ahora que lo pienso, creo que Tan se refiere a eso de la misma pesadilla que lo persigue a uno desde niño y a…

Ella me dice, de nuevo en voz baja, que no le vaya a decir nada que lo induzca a emborracharse; que le hable de la universidad, del futuro y que, sobre todo, no coloque música. Pero yo sé que a él no le importa eso y, sin hacerme caso, pone un vinilo de Escape: Trabajas de mañana planeando tu futuro y vives en rutina nada más…

Y otra vez ese escalofrío delicioso que manifiesta un tipo de iluminación: el poema, diría Tan. Y empiezan esas ganas de entrar en la comunión de las cervezas y los cigarrillos. (Más crónicas de Usme: Guepardos en la nieve).

II

Hoy hay un recital de poesía en un cafecito del Centro. Espero a que Tan se bañe y se vista. Juliana me mira y dice: «¡Ustedes tienen una cara de farra!» Pero pues claro, qué recitales ni qué nada, qué literatura. Así como Dios tiene resaca y no se para los domingos para ir a las iglesias, así la poesía capa recitales: le da un poquito de asco. Y yo, que no he leído a Borges, siempre me vanaglorio escupiendo esa frasecita que dice que como hay tanta poesía regada en el mundo, a veces uno se la encuentra hasta en los libros de poesía.

Pero bueno, siempre habrá una excusa para emborracharse, diría Baudelaire: «de poesía o de virtud» ¡Si fuera verdad sería más barato!

Me río solo, sentado en el café. El viejo Tan está un poco prendido. Me dice que solo así uno se puede parar a hacer el ridículo, a leer y decir cosas que no sabe ni por qué las escribió, si es que él las escribió, si es que fueron, acaso escritas, que es más fácil y digno ser ladrón o ciclista.

«Acá donde me ves —mira a lado y lado del café— estoy cagado del susto: le tengo un miedo terrible a la muerte, pero no solo a la muerte, sobre todo a la vida. Por eso me emborracho tanto y ando con tantas viejas y todo eso… y esa gente que no me conoce: mira a Juliana, dice que soy poeta y no sé qué otras pendejadas… y yo cagado del susto… Bueno, como que ya me toca leer».

Y eso sí, nadie le puede negar a Tan el estilo, así sea porque está borracho, o prendido, o como sea que esté. Yo ya me estaba durmiendo, pero ahora la gente aplaude, sonríe: cambia el ambiente. O quizá siento eso porque también estoy borracho, o prendido, o… ¡dejemos la bobada! porque siempre me ha fastidiado, en los poetas, la falta de naturalidad:, esos gorritos, bufandas, barbas y voces de poetas.

Son peces que nacieron en acuarios y jamás conocerán el mar. En cambio, Tan apropia su barro, se revuelca, es dueño del instante que habita; por eso no se presenta: «Hola, soy poeta», sino que lo niega, lo sufre… O sencillamente no le importa, le vale verga: todas las hectáreas de verga que mida el mar.

Un escritor se sienta a nuestro lado y le dice a Tan que le gustó mucho, que chévere, que dónde puede comprar sus libros. Tan comienza a hablarle de su nuevo proyecto de poemario, que ha sufrido mucho con él; que, cuando duerme, sueña que alguien —una sombra— se le sube en la cama y no puede moverse; y comienza a echar madrazos mentales —tampoco puede gritar—, y dice que es el poema, que queda indefenso ante el poema, ante el puto poema que cuando está arrecho comienza a follárselo: siente que su propio pene se alarga y se le mete en el culo. Y sufre realmente. Se ha sorprendido —varias veces— llamando a su mamá cuando se despierta sudando frío, aun cuando vive solo, aun cuando tiene casi treinta años.

Y como que vuelve, y se siente desnudo ante este personaje desconocido, pero no le da pena. Me mira como si hubiera descubierto algo dentro de sí, como si hubiera encontrado la respuesta a su problema. Sonríe, sus ojos se le hacen agua, dice que ha visto algo, que el poeta siempre tiene las de perder.

Silva solo vale impreso en mi billete de cinco mil. Los versos son de oro golfi o para conquistar golfas. Pienso en Juliana, tan enamorada, tan madre de ese niño. Si no fuera por su instinto maternal ya lo hubiera mandado a la mierda hace rato. Pero ese instinto hace que ella lo proteja: lo reciba en su casa cuando llega borracho a las tres de la mañana, le quite los zapatos, lo acueste, le limpie el vómito.

Pañitos húmedos para después del polvo, champú no más lágrimas: no llores por un poeta, él no te merece; pero pañales, sobre todo pañales, para tanta buena y mala literatura.

* Estos textos fueron publicados originalmente en la revista “Surgente”, producto literario de jóvenes escritores de la localidad de Usme, liderados por el escritor Rodolfo Celis @Fito Celis.

Por Michael Benítez Ortiz * / Especial para El Espectador

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