¿Y en la iglesia se puede bailar? ¿Por qué no se va a poder bailar en una iglesia? Pues porque es una iglesia. Pero es música decembrina, alegre. Mirá, hasta los músicos bailan. Sí, al de adelante le pica la silla. Se le van a olvidar las notas. Oí, oí.
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La señora que preguntó si podía bailar, bailó. Hacia el final del concierto, la Banda Sinfónica Nacional interpretó un homenaje a Gustavo Quintero, del compositor y arreglista antioqueño Carlos A. Restrepo, así que, de las tradiciones más lejanas, más norteamericanas, europeas y contemplativas, pasamos a las melodías que, en Jardín, ya eran conocidas para las navidades. El concierto Fantasía de Navidad se llevó a cabo en la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción.
Marianna Piotrowska, directora del festival, estaba en una de las bancas de enfrente. Su mirada no se despegó de los músicos, que poco a poco le fueron confirmando que su empeño en llevar este festival a cuanto lugar pudiera de Colombia había sido un acierto. Parecía hipnotizada por una suerte de llamado. Su hijo Lucas estaba a su lado. Él, un poco más disperso, la miraba, le preguntaba cosas, intentaba llamar su atención. En uno de esos momentos, Lucas se levantó de la silla y comenzó a imitar los movimientos del director de la banda, como si esa magia saliera de sus bracitos de niño de cinco años. Otra confirmación: los niños imitan lo que ven, los niños aspiran a los referentes más cercanos, y ya habrá otros que, como a Lucas, les parezca posible sacar magia de un grupo de 55 músicos atentos a sus indicaciones.
“Lo que más me fascina de este proyecto es ver el impacto directo en las personas y las comunidades cuando la música sacra llega a sus espacios. En muchos de estos territorios, estas experiencias no son parte de la oferta cultural cotidiana; sin embargo, cuando llegan, se genera una conexión profunda —no solo estética, sino emocional y espiritual—. He visto gente emocionarse con armonías que no conocían o que no recordaban, escuchar en silencio obras que trascienden lo cotidiano y compartir con artistas y vecinos en un diálogo sincero”, dijo Piotrowska a El Espectador.
Para ella, recorrer varias regiones del país con la música sacra fortalece los lazos sociales y visibiliza el valor cultural de territorios muchas veces marginados del circuito clásico. Está convencida de que la música se convierte en una herramienta de transformación social, identidad y turismo cultural, conectando ciudadanos, artistas y comunidades. “Yo insisto en que estas experiencias deben viajar: más que un arte, la música sacra es un lenguaje universal de humanidad y esperanza —y tiene el potencial de enriquecer la vida de personas que, de otra manera, quizá no tendrían la oportunidad de acercarse a estos universos sonoros. Desde la música góspel de San Andrés, pasando por los ritmos del Caribe colombiano, los alabaos del Pacífico, la música andina, del barroco americano y europeo, hasta las músicas ancestrales indígenas”, agregó.
Bajo la dirección musical del maestro boyacense Christian Camilo Malagón Tenza y la dirección general del maestro Germán Hernández Castro, la Banda Sinfónica Nacional de Colombia, conformada por 55 músicos de 12 departamentos del país, se prepara para ser reconocida como una de las organizaciones bandísticas líderes en Latinoamérica, con proyección internacional.
El concierto con el que se cerró la gira del festival en Jardín se inició con Harlequín, de Franco Cesarini. A continuación, Music of the Spheres, de Philip Sparke. Lo que sonó a diciembre, a Navidad, entró al concierto con A Rhapsody on Christmas Carols, de Claude T. Smith, rapsodia que entrelaza reconocidos villancicos tradicionales europeos y americanos. La banda continuó con Rhapsody in Blue, de George Gershwin.
“Esta obra rinde tributo a las melodías que han acompañado a generaciones de colombianos durante la Navidad, inmortalizadas en la voz del maestro Gustavo Quintero, figura icónica de la música popular del país. Como describe el maestro Malagón en su entrevista, este cierre celebra ‘una época de regocijo, alegría y celebración’, poniendo en valor un legado musical profundamente arraigado en la memoria colectiva. En el marco de la Basílica Menor de la Inmaculada Concepción de Jardín, este programa es un mensaje de Navidad que ofrece al público una experiencia musical que conjuga tradición, identidad y proyección universal, reafirmando el papel de la Banda Sinfónica Nacional de Colombia como embajadora de la riqueza musical del país”, escribió Juan Antonio Cuéllar, exdirector ejecutivo de esta agrupación, sobre el cierre del evento.
En total, la gira Sacra recorrió seis departamentos, movilizando y presentando a 82 artistas colombianos, con una agenda de 20 actividades entre conciertos, charlas y visitas guiadas. Fue un recorrido espiritual, musical y turístico que, junto con el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y Fontur, se lleva realizando desde hace cuatro años en Colombia y que sorprende cada año. Un proyecto que, en cada edición, toma mayor relevancia y fuerza nacional.
Ya son 14 ediciones. Este año, su enfoque fue la gloria. No es un evento para grandes públicos; ojalá lo fuera. De esto se trata el trabajo de este equipo y de Piotrowska, que está convencida de que no es un problema de interés, sino de contacto. Por ejemplo, este año lograron reunir a 1.251 artistas de 16 países, con una asistencia de 14.675 personas y una ocupación del 92 %, presentando 40 eventos en 20 escenarios, en ocho localidades de Bogotá. No son números menores.
Además, cabe destacar los 20 conciertos, dos óperas, un estreno mundial, cuatro estrenos en Colombia, una comisión, exposiciones, clases magistrales, charlas y visitas guiadas, en resumen, una programación vibrante y diversa, con decenas de eventos que resonaron durante cuatro semanas por toda la ciudad. Para Piotrowska fue fundamental que los lugares que ocupara este festival fueran de gran valor patrimonial y cultural, y emblemáticos de Bogotá —desde iglesias históricas hasta teatros y espacios comunitarios—, con artistas nacionales e internacionales.
A modo de balance, de revisión de lo que ya se ha ganado con este festival y con la gira, la conclusión sigue sobrepasando los números, porque los efectos de cada evento no se pueden cuantificar. Como lo dijo Potriowska, la música sacra tiene el poder de abrir puertas al encuentro con lo sagrado, lo humano y lo compartido, sin importar el origen, la fe o la historia de quien la escucha.
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