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Daniel Mordzinski: “La fotografía sirve para recuperar trocitos de vida”

El fotógrafo argentino lanzó “Color Cartagena” (Planeta), un libro que recoge los retratos de grandes escritores en los 20 años del Hay Festival, que comienza hoy en la capital de Bolívar.

Andrés Osorio Guillott

30 de enero de 2025 - 07:00 a. m.
Entre anécdotas y relatos inéditos, Daniel Mordzinski cuenta en su libro el día que pudo fotografiar a Gabriel García Márquez en su casa, en Cartagena.
Foto: Óscar Pérez
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Mientras respondía una de las preguntas, Óscar Pérez, fotógrafo de El Espectador, llegó a la sala en la que estábamos en la editorial Planeta y, cuando se le presentó a Daniel Mordzinski, este dijo: “Paréntesis: no hay nada más difícil que fotografiar a un colega. Por más que sea cómplice, siempre está ese temor a ser juzgado. Pero bueno, al final es un juego, una conversación entre miradas”. Minutos después, ambos eligieron el lugar para el retrato, y el autor argentino jugó con el momento, posó de varias formas: mirando al cielo, de frente a la cámara y otras. Esta vez estaba del otro lado.

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El arte y el juego. El arte desde siempre le hizo un llamado, y el juego quizá como una influencia del que dice que es su maestro: Julio Cortázar. En su libro Color Cartagena, Daniel Mordzinski cuenta cómo el cine “lo abandonó”, pues antes de ser fotógrafo y escritor soñó con dedicarse al séptimo arte: “Las canas y el psicoanálisis me hicieron ver que, simplemente, no tenía talento para plasmar en celuloide lo que me daba vueltas por el corazón”.

Además de historias inéditas, el libro Color Cartagena reúne anécdotas y fotografías icónicas de los 20 años del Hay Festival. Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Ricardo Piglia, Salman Rushdie, Leonardo Padura, Irene Vallejo, Lina Meruane, Leila Guerriero y Chimamanda Ngozi Adichie, entre tantos otros autores, aparecen en esta obra.

Frente a esta elección, el autor argentino comentó: “Una vez más, es arbitrario. Como te decía, hay un fenómeno muy interesante sobre lo que no se ve en las fotos y por eso me interesa contar a veces historias. Pero no tengo siempre algo que contar de todas las fotos, más allá de que sea un autor que quiero. Y entonces, finalmente, tuve que sacar diez textos que ya tenía escritos por falta de espacio. Pero los suplanté por otro coqueteo visual, que son esas dobles páginas que incluyen frases como pensamientos que a veces tienen que ver con la fotografía, con la escritura, con la vida”.

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“Hubiera podido hacer una sucesión de fotografías algo cansina: foto, foto, doble página, foto, foto, doble página. Hubiera sido un libro resultón. Pude haberlo llamado “La mirada de Daniel Mordzinski en el Hay Festival”. Pero yo quería contar otra historia. Porque estos 20 años han sido muy felices, a pesar de los golpes que todos hemos recibido. Yo no soy un héroe en ninguna de las guerras ante los momentos difíciles, ante las pérdidas o durante la pandemia; no lo fui, ni tampoco cuando perdí a tres grandes amigos (Enrique de Hériz, Antonio Sarabia y Luis Sepúlveda). Los menciono siempre porque van conmigo a donde voy”, afirmó Mordzinski, que reconoció que aunque hay algo de melancolía en la fotografía, esta no lo anula, sino que lo motiva.

Además de la virtud de tener el ojo y la sensibilidad para retratar, en Mordzinski también hay una intuición que hace que todo suceda como tenga que suceder, y eso generalmente resulta en la mejor imagen posible. Aunque respeta las leyes de su oficio, sabe que también está permitido jugar con ellas. “La fotografía heredó todas las leyes compositivas de la pintura, y a la hora de pensar en un libro miro las fuentes, a veces para no respetarlas. Por ejemplo, la composición dice que una persona que mira a la izquierda debe estar a la derecha, y viceversa. Pero cuando no respetas esa regla, el impacto emocional puede ser muy grande. Lo hice con Gabo. Ahí estaba despidiéndose. Ahí ya no eran Cien años de soledad, eran 150”, explicó Mordzinski mientras mostraba una de las imágenes que pudo tomarle a Gabriel García Márquez en 2010, luego de recibir una llamada de Mercedes Barcha, quien le pidió un retrato para su esposo. La anécdota también aparece en el libro.

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En una página está la foto de García Márquez sentado en el costado derecho de una cama, dándole la espalda a la habitación de su casa en Cartagena. En la siguiente página aparece recostado en una cama Mario Vargas Llosa. Aquí, Mordinzski señaló: “Y bueno, algo de justicia poética. Lo que la vida no logró hacer, yo lo hice aquí. No solo porque hay tanto en común, sino fíjate en la altura de las cabezas [en la doble página, aunque son fotos diferentes, hay una simetría entre la foto de Gabriel García Márquez y la de Mario Vargas Llosa]. Si yo pongo un plano medio al lado de un plano medio no queda bien, pero si pongo un primer plano al lado de un plano general, dialogan a la perfección. Todo lo que tiene que ver con las dimensiones pictóricas es importante en este libro. Eso no se ve, el lector no lo siente, pero todo lo he pensado”.

En la introducción menciona que no le interesó construir un parámetro fijo para la elección de las fotos del libro. Entonces, ¿cómo se decidió por estas entre miles de fotos que debe tener en su archivo?

Cuando visito una exposición o entro en un libro, lo primero que hago, antes de leer un prefacio o un texto de sala en el caso de una muestra, es preguntarme: “¿Qué me quiere contar el artista?”. Creo que es muy importante escuchar la obra, apoyar el oído en las paredes o acercar el libro al corazón. Y, por supuesto, cuando yo mismo voy a hacer un libro, lo primero que me planteo es: “¿Qué quiero contar?”. Borges dice que la lectura es una de las mayores fuentes de felicidad. Y que el poeta sabio y ciego me disculpe, pero yo agrego que los libros que hacemos también deben ser un camino hacia la felicidad. Disculpa si suena a tango malo, pero finalmente soy argentino. Este es un libro muy feliz. Esta es la historia que yo quería contar.

Hablemos de la decisión de incluir una autoentrevista. ¿Cómo es eso de elegir qué preguntas hacerse?

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De Borges aprendí el placer de la lectura, pero mi gran maestro fue Julio Cortázar. Sin entrar en las anécdotas que ya están en internet (desgraciadamente, porque no siempre están bien contadas), pero, así como Enrique de Hériz (uno de mis tres grandes amigos que fallecieron) se inventó lo de “Fotinsky”, yo pido una bula papal. No sé si soy el primero porque no me gusta el término, para decir que hice una “cronopiada”, porque una autoentrevista es eso: un juego muy serio y sin red para decir cosas que, por pudor, por inseguridad, por esa “penita” colombiana, nunca había contado. Detrás de la bromita de autocelebrar una buena pregunta, cuento cosas que nunca había dicho. Y luego está el homenaje, evidentemente, a Truman Capote y a otros escritores que han utilizado esta fórmula de la autoentrevista. También porque es un libro de madurez: tengo 65 años. Llevo retratando la literatura desde 1978; o sea, 47 años. Entonces me atrevo a hacer cosas que antes no había hecho.

Esta estructura narrativa que propongo, aunque parezca casual, es completamente intencional. Me preguntabas antes cómo elijo las fotos. Pues improviso, que es lo que hago rabiosamente, aunque trabajo como loco. Soy un gran trabajador. En este caso, imprimí más de mil fotos, tal vez dos mil. No las he contado, me parece mezquino ponerle un número a las letras. Me hubiera gustado tener una mesa como esta, sin teléfonos, para extenderlas todas. Entonces me subía a una pila de algo y empezaba a ver: dobles páginas, qué foto a la izquierda, cuál a la derecha, dónde necesito un suspiro en forma de texto.

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Y todo esto estuvo impulsado por un amor, una mujer maravillosa que conocí en un festival en Querétaro. Yo ni página web tenía, pasé de la prehistoria a tener Instagram. Y en mi Instagram empecé a contar microhistorias o intrahistorias, porque toda foto se conjuga en tiempo presente. Es como un alfiler que pincha el instante que vivimos. Pero me interesa saber qué pasó antes y después, y este libro era la oportunidad de hacer dialogar las fotos con esos textos.

Hablemos de la definición de lo bello. En este caso, había cerca de dos mil fotos y tenía que escoger, no sé, setenta para este libro. Precisamente en ese ejercicio, que no siempre va a ser igual, ¿cómo se define qué es lo bello? ¿Qué era lo bello para este libro? ¿Cómo uno define algo tan grande y subjetivo, dependiendo del momento y del objeto?

Bueno, muchas cosas a la vez, como la vida misma. Toda selección es parcial, es incompleta, es rabiosamente poco exhaustiva. Eliges un autor y te quedan un montón sin incluir en el texto. Al final, pido perdón a aquellos que no están, porque además de Cartagena, están los que ahora se llaman Forum. Hubo una edición en Aracataca, en Jericó, en Medellín, y yo quería incluirlos. A Juan Gabriel Vásquez, por ejemplo, lo retraté en Aracataca, entonces ¿cómo no va a haber una foto del pueblo de Gabo? A Mario Mendoza cocinando en Medellín... Bueno, era esa, una dentro del baño, de la bañera. Pero estaba la de Rushdie. Entonces, también depende mucho, a veces uno se repite. Incluso, en el caso de Rushdie, fue él quien se metió en la bañera, en la tina. Y cuando estaba adentro, me dijo: “Stop, stop.” Digo: “¿Qué pasó, Salman, te arrepentiste?”. No me dice nada, me mira burlonamente, sale del baño —era su cuarto—, recoge un racimo de uvas que había, vuelve a la bañera y me mira y me dice: “Now”. Es humor inglés, que a veces entiende mejor mis fotos que el hispánico. La ironía, lo que yo intento, el humor inteligente. Porque otro gran tema es que a veces el humor tiene fronteras muy finas con el ridículo. Por respeto, no quiero que hagan el ridículo.

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El valor icónico de una imagen es tan fuerte que muchas veces me dicen “cómo me gustan tus fotos de Cortázar.” Yo les toco el hombro, les agradezco y pienso: cómo les gusta Cortázar. Porque mis fotos de Cortázar no son buenas, o yo considero que no son buenas. Entonces, a la gente, a los lectores, les terminan gustando las fotos de los escritores que les gustan. Y yo respeto eso. Y entonces, en los libros también pongo fotos que, aunque no me terminan de gustar, están esperando los lectores. Tienen un valor. Pero evidentemente, en ese juego, yo hubiera necesitado tal vez dos o tres pliegos más. Treinta y seis páginas más.

Usted dice que este es un libro feliz, pero también quiero preguntar si hay cierto ejercicio nostálgico en las fotos. Si bien retratan el presente, con el tiempo uno nota de otra manera el instante en que se capturó la imagen…

Pasé Año Nuevo con Mariana Montoya y Juan Gabriel Vásquez en Portugal y les quise mostrar la maqueta (el libro todavía lo descubrí ayer). Y Mariana me dijo: “Es maravilloso, Daniel, me impresionó la cantidad de gente que ya no está”. Incluso de escritores colombianos, es impresionante los que nos han dejado. Y es cierto, tal vez la fotografía, entre otras cosas, sirve para recuperar trocitos de vida.

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A finales del año pasado gané una beca de escritura y pasé varios meses en la que fuera la casa de García Márquez en Ciudad de México, en San Ángel Inn, en el sur de México. Es una residencia de escritores. El primero que la obtuvo fue Héctor Abad y yo soy el único no escritor que la ganó. Y ahí estuve escribiendo. No te digo esto como una manera de colar lo del premio vanidosamente, sino porque estuve escribiendo sobre la esencia de tu pregunta. Partí de una frase que dice: “El pasado es un lugar donde siguen pasando cosas.”

Por supuesto que en la casa de García Márquez, donde él vivió con su familia, siguen pasando cosas. Pero yo creo que, de alguna manera—y esta es la respuesta más precisa—el arte en general, la fotografía, sirve para rescatar trocitos de vida. Y entonces, claro que hay nostalgia, melancolía. Estoy viviendo en el país de la saudade, en Portugal, imagínate. Pero me parece que es importante que ese sentimiento no te paralice, sino que te estimule. En nuestro caso, para escribir, para fotografiar, para traducir lo que sentimos en forma de lo que hacemos.

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¿Cómo se puede explicar ese azar, si cabe esa palabra, que se presenta siempre al momento de fotografiar a una persona, en su caso a un escritor? ¿Cómo cree que logra usted siempre ese lazo en tan poco tiempo, teniendo en cuenta que usted se considera un fotógrafo veloz?

Para generar confianza, hipnotizo a los escritores, los embrujo, je, je. Nooooo, no tengo recetas ni formulas mágicas; a veces sale mal, otras bien. Intento no invadir los territorios vedados, lo cual no me impide retratar zonas oscuras que a veces ellos mismos desconocen. Pero lo que nunca haría es traicionarlos y publicar una foto hecha con mala intención. Leer ayuda, leer me ayuda, pero insisto: no hay un método Mordzinski: azar, causalidad, azar objetivo, para los surrealistas, sincronicidad…no sé cómo llamarlo, pero confieso que es mágico haber retratado a Borges, Cortázar y a todo el Boom antes de los 20 años. O haber sido testigo y generador de la reconciliación de dos titanes literarios enfrentados durante 15 años por razones extraliterarias: V. S. Naipaul y Paul Theroux, sin mencionar (o haciéndolo) a uno de los momentos más emotivos de mi vida: la despedida de Susan Sontag, en el cementerio de Montparnasse.

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¿A qué autor de los que ya no están le habría gustado volver a retratar? ¿Cree que le quedó algún retrato o momento pendiente con alguno de los que tuvo la oportunidad de hablar y fotografiar?

Cuantos más escritores retrato más autores me quedan por retratar. He de reconocer que a veces, cuando imagino mi trabajo como un atlas, siento frustración por tanta laguna; ¡más que lagunas son océanos! Porque queda mucho trabajo por hacer y porque hay nombres definitivamente imposibles de fotografiar. Las distancias, la arbitraria muerte se anticipa en ocasiones. Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que eso me da libertad y le confiere autenticidad a mi trabajo. Abarcarlo todo es sencillamente imposible y me conformo haciendo lo mejor que puedo en la parcela que me tocó vivir. Cuando miro las fotos de Óscar Collazos, Germán Castro Caycedo, Juan Gustavo Cobo, Roberto Burgos Cantor, Gabriel García Márquez, por supuesto, por citar algunos de los autores colombianos de “Color Cartagena” que nos dejaron, pienso que mis fotografías son una despedida, que su desaparición es una pérdida irreparable, y solo me queda el consuelo de ver sus rostros llenos de inteligencia y bonhomía. Quizá esa sea la gran virtud de la fotografía: hacer perdurar instantáneas de vida.

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