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David Trueba: “Hay que apostar por recuperar el valor de las grandes narraciones”

El guionista de la película “El olvido que seremos” habla sobre los retos que afrontó a la hora de adaptar un libro que contiene una historia real, al cine. Este filme se estrena hoy junto con la reapertura de Cine Colombia.

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Laura Camila Arévalo Domínguez
15 de junio de 2021 - 02:00 a. m.
Para la escritura del guion, entre otras cosas, David Trueba leyó libros de la época que le contaran detalles de Medellín más allá del conflicto a causa del narcotráfico.
Para la escritura del guion, entre otras cosas, David Trueba leyó libros de la época que le contaran detalles de Medellín más allá del conflicto a causa del narcotráfico.
Foto: Crédito: AP
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Hablemos sobre su contacto con la novela y el momento en el que escribió el guion para la película…

El libro lo leí en torno al año 2009. Algunas personas me habían hablado de él y me encantó. Cuando apareció en España lo regalé muchísimas veces, pero en ese momento no conocía a Héctor (Abad Faciolince). Tiempo después tuve incluso la idea de convertirlo en un monólogo teatral y recuerdo que con esa excusa lo volví a leer, pero pensaba que tendría que hacerse en Colombia con colombianos, etc., algo que se escapaba de mi dominio. Curiosamente, años después mi hermano Fernando (Trueba) y Héctor (Abad Faciolince) vinieron con la propuesta de hacer la película basada en el libro, pero no estaban muy seguros de cómo hacerlo. Es que da mucho miedo cuando un libro te gusta mucho y es tan maravilloso como El olvido que seremos. Sabes que cualquier adaptación chocará con los lectores, pero al final pasa que hay personas que no han leído el libro y lo descubren gracias a la película. Para mí ese es el mensaje más maravilloso de que vale la pena hacer este tipo de cosas. La última vez que lo leí fue entonces cuando comencé a pensar en la idea de la adaptación: escribí un tratamiento largo de unas 40 páginas donde más o menos expliqué la estructura y la narrativa que podría tener la transformación de un libro a una película. Había que tratar de darle a la historia una coherencia narrativa para el escenario audiovisual: al final, el libro puede tener elementos mucho más evocativos, pero el cine es un arte muy realista.

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¿Cómo es el proceso de escritura de un guion cuando hay que basarse en un libro que, además, parte de una historia real? ¿Quiso distanciarse del texto original o prefirió ceñirse a lo que allí ya se había dicho?

Es una muy buena pregunta: las personas creen que es igual que adaptar un libro de ficción, pero no tiene nada que ver. Sobre una historia real no puedes añadir elementos de ficción salvo que estén implicados en la línea en la que está la realidad. Es decir, nadie puede estar en la intimidad de los personajes porque nadie la ha vivido. Aquí tuve que partir de la línea que está marcada por el recuerdo de Héctor (Abad Faciolince) para no entrar en especulaciones. Debía partir de una intimidad familiar y personal de personas que no eran muy conocidas, así que fue difícil: el libro fue la guía y lo que intenté fue generar esa narrativa con el material que tuve. Fue muy importante para mí sentir que Héctor (Abad Faciolince) sintió que hubo cosas que añadí que no sucedieron, pero estuvieron cerca de ser exactamente iguales. Eso fue clave: él siempre sintió que hubo una coherencia interna.

¿Hubo cambios por parte de Héctor Abad Faciolince?

Más que cambios, hubo añadidos por anécdotas que él dejó fuera del libro, pero que nos contó en conversaciones.

En el libro, Héctor Abad Faciolince dice que su intención no será nunca la de sugerir o asegurar que su papá fue un santo o ser humano perfecto, pero es inevitable que, a partir de ese amor tan intenso y de las claras acciones humanistas y liberales de Abad Gómez, uno como lector termine montándolo casi que en un pedestal. ¿Se preguntó o preocupó por esto para la escritura del guion?

Sí, sobre todo intentamos que la visión del hijo fuese la capital para construir el personaje. Para mí siempre fue muy importante que el asesinato de Héctor Abad Gómez no se convirtiera en una pieza central de la película, sino que fuera un fin accidental que todos tendremos en la vida: unos en la enfermedad, otros en un accidente o en un azar y, en el caso del doctor Abad Gómez, en un crimen, pero que no le diera más importancia porque ahí sí que hubiésemos caído en el elogio al mártir o en la santificación. Yo no creo que alguien sea santo o perfecto, pero esta historia se cuenta a partir de la visión de un hijo que hizo un recuento de la forma en la que su papá lo educó y también de una manera de estar en el mundo. Estoy seguro de que Héctor (Abad Faciolince) sabía que su padre tenía muchos defectos como cualquier otra persona, pero lo importante para este relato era contar aquellas cosas que hizo y fueron importantes para un colectivo.

En alguna crítica sobre la película se quejan de que se cumple una hora de filme, y no pasa nada, como si lo único relevante en esa historia fuese la muerte de Abad Gómez… ¿Cómo enfrentarse a estas críticas? Es decir, lo que para muchos es pausa, para la narración de la historia son puros detalles que construyen un personaje en el que además había una cotidianidad importante que es, en últimas, lo que más revela de un ser humano…

Cuando escribes libros o haces películas en el mundo contemporáneo, tienes que tener mucho cuidado con no dejarte arrastrar por la vulgaridad del espectador. Hay una cierta vulgaridad campante en el espectador que desde muchísimas empresas, sobre todo desde la audiovisual, se fomenta. Esta consiste en hacerle creer al público que una buena historia es como una montaña rusa o está compuesta de una serie de persecuciones, disparos y asesinatos, y que si no hay una muerte cada cinco minutos, la historia no es digna de ningún interés. Hay que apostar por recuperar el valor de las grandes narraciones: lo que contienen y las hace eternas es la fabricación de un personaje y de unas sensaciones más profundas que las que obtienes en una montaña rusa. Cuando uno va con sus hijos a la montaña rusa sabe que es muy divertido, pero también sabe que los momentos que marcarán la convivencia sucederán en lugares donde, aparentemente, no está pasando nada.

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En la historia están presentes ideas o sensaciones tan intangibles como el olvido y el dolor que implica la muerte, ¿cómo pasarlas de palabras a imágenes?… Están los actores, claro, pero ¿cómo hacer que, por ejemplo, lo trágico de la muerte se narre de formas tan humanas como para empatizar con el espectador sin tener que recurrir a la exageración, el morbo o la vulgaridad del espectador que acaba de mencionar?

Cada quien es dueño de sus gustos y de sus forma de contar, pero cuando yo trabajo de guionista me pongo en la cabeza de los directores y trato de escuchar cómo quieren hacer una representación. Para Fernando (Trueba) era muy importante hacer de la muerte una especie de réquiem final donde toda la familia se encontrara frente a ese cadáver y, de alguna manera, se dieran cuenta de lo que les habían arrebatado. Me di cuenta también de que no podríamos transportar a la película el espíritu de recuerdo y olvido de tiempo futuro que está escrito por Héctor (Abad Faciolince). Él deja pasar un tiempo para narrarlo y para eso habría sido necesario poner una voz en off y haberse desplazado en el tiempo mucho después y, en fin, habríamos tenido que variar muchos elementos para ser fieles a lo que decía el texto original. En ese sentido, lo esencial era contar la historia de amor entre un padre y un hijo, además del relato de una educación y el de cómo una buena persona, a pesar de sus defectos, hizo una labor de la que se pudieron recoger frutos muchos años después.

Sobre el contexto histórico de Colombia y Medellín en aquellas décadas, pero también sobre la cotidianidad antioqueña: ¿qué más leyó? ¿Cómo se informó?

Viene del libro y de preguntar detalles a las personas de allí. Recuerdo que en la primera versión yo había escrito a los personajes hablando con el “vos”, pero Héctor (Abad Faciolince) me contó que su papá había tenido una forma de hablar que no era tan paisa, que tenía algunos elementos que lo hacían sonar un tanto español. Esos detalles fueron muy importantes. Además, siempre que tengo que hacer una pieza de época, leo cosas que se escribieron en esos momentos: novelas, crónicas, prensa. Sin quererlo, siempre están llenas de elementos de la realidad que me sirven para escribir.

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¿Qué leyó de la época?

Leí más libros de Héctor Abad Faciolince y de Juan Gabriel Vázquez, o películas de Víctor Gaviria. Libros e historia sobre esos tiempos: no quería caer en el error de dejarme abducir solamente por el mundo de Pablo Escobar y el narcotráfico. Me gustó más lo que encontré con un ambiente universitario o la intelectualidad de una Colombia tan convulsa.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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