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“De colores” (Por capítulos)

Presentamos la introducción del libro “De colores. Preguntas y respuestas sobre diversidad sexual y de género para toda la familia”, una reflexión de Cristina Rojas Tello desde su experiencia con el feminismo.

Cristina Rojas Tello
29 de junio de 2021 - 09:12 p. m.
El libro "De colores. Preguntas y respuestas sobre diversidad sexual y de géneropara toda la familia" está publicado bajo el sello Diana.
El libro "De colores. Preguntas y respuestas sobre diversidad sexual y de géneropara toda la familia" está publicado bajo el sello Diana.
Foto: Archivo Particular

Este texto pretende dar una luz a las familias. Brindar, a través de términos sencillos y comprensibles, información certera; alguna científica y otra vivencial, y alguna a partir de saberes de diferentes corrientes: espirituales, políticas y culturales, que ayuden a comprender la diversidad y a vivirla con plenitud.

Espero que cuando se acerque a este libro no sienta que está recibiendo la orientación de un psicólogo o de alguien que pertenece a la comunidad sexualmente diversa. Escribo como mujer, madre, hermana, amiga y prima.

La diversidad tocó a mi puerta muchas veces a través de las experiencias de seres amados a quienes su diversidad puso en lu- gares dolorosamente incomprensibles. Tantas historias a mi paso me exigían una postura, un pronunciamiento frente a lo que me rodeaba. Tristemente, la experiencia de la diversidad en la mayoría de las ocasiones venía acompañada de rompimientos y de dolores que sentía como propios. Por eso decidí trabajar estas experiencias. Nada duele más que ver sufrir a quienes amamos.

Conocí el feminismo a los 17 años en una charla que Florence Thomas dictó en la Universidad Jorge Tadeo Lozano el 8 de marzo de 1994. En ese momento yo estudiaba Relaciones Internacionales, carrera que no terminé, pues me sedujo la Antropología. Cursé mis estudios en la Universidad Nacional de Colombia.

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A pesar de mi corta edad, ya tenía ocho meses de embarazo cuando entré a esa charla y a la semana siguiente nació mi hijo. Fui madre adolescente y por supuesto soltera. Ese conversatorio al que llegué por accidente marcó mi vida. Salí llorando de emoción y sabía que había encontrado respuestas a las preguntas que durante mucho tiempo golpearon mi corazón. ¿Por qué era tan dura la vida para las mujeres que me rodeaban? ¿Por qué lo femenino era tan doloroso?

¿Por qué era lícito e incluso bien visto burlarse y menospreciar a los hombres que se leían como femeninos?

Todas las respuestas estaban ahí, en las palabras de aquella mu- jer con acento francés que años después sería mi maestra. Florence ha cambiado la vida de muchas mujeres en este país.

El feminismo me brindó las herramientas para entender mi en- torno, el papel de lo femenino y de lo que se lee como femenino. Tuve familiares que fueron blanco de burlas y críticas indolentes porque no enarbolaban una masculinidad hegemónica. La vida puso en mi camino a varias personas que rompían las estructuras del sis- tema sexo-género. Mi querido primo Helbert, a quien dedico este libro, tuvo el valor de amar diferente a pesar de la tradición machista y patriarcal que caía sobre nuestra familia. Años después su padre, mi tío Pedro, que al comienzo no supo manejar la diversidad de su hijo, me llamaba a felicitarme por el trabajo que hacía por la diversidad sexual. Eso me mostró cómo vamos creciendo dentro de nuestras familias y como humanidad. Con el tiempo, Helbert se convirtió en el hilo de unión entre toda nuestra familia. Lo amamos a él y a su compañero.

Mi hijo Camilo es un adulto que no comparte la militancia de las categorías y me ha ayudado a cuestionar mis propias categorizaciones. Mi hermana Carolina, que es filósofa y tarotista, se presenta como una mujer bisexual.

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Estos seres tan amados me llenaron de razones para comenzar a buscar gente que compartiera sus experiencias y para construir herramientas que nos protegieran, a todos, de la discriminación y del odio.

Todas estas experiencias de la diversidad sexual me exigían res- puesta y me llevaron a crear en el año 2007 lo que con el tiempo se llamaría Transfamilias, un espacio en el que, durante diez años, cada sábado, nos reuníamos personas desconocidas que compartíamos tener un familiar o ser querido diverso. Entre todos tratamos de entender, proteger y celebrar, en lugar de crear juicios sobre nuestros parientes y amigos.

La experiencia de estos diez años y lo que aprendí de tantas personas que pasaron por ese grupo lo plasmo acá, en este libro familiar que recoge mucho de lo que se aprendió en ese espacio.

¿Cómo nació De colores?

Para conmemorar el Día de la No Homofobia del año 2016, Elizabeth Castillo me invitó a hablar en una plaza pública sobre mi experiencia en la coordinación del grupo de papás y mamás de personas lgbti en Bogotá. Cuando estaba sobre el escenario recordé la emoción que sentí la última vez que había hablado en frente de muchas personas, en el año 2011, para el cierre de la marcha de la ciudadanía lgbti, en la Plaza de Bolívar, con un disfraz de bruja y con mi padre al lado.

Después de varios años y grandes cambios en el escenario político, quiero comenzar con los retrocesos, no solo en Colombia, sino a nivel mundial, con relación a los derechos de la diversidad sexual. Nuestro país ha sido desalmado por la guerra. Tuvo la oportunidad de decir sí a la paz y poner fin al conflicto armado con la votación del plebiscito sobre los acuerdos de paz de Colombia que se llevó a cabo el sufrido domingo 2 de octubre del 2016. Este era un mecanismo de refrendación para aprobar los acuerdos entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las farc. El objetivo de la consulta era que la ciudadanía expresara su aprobación o rechazo a los acuerdos que se firmaron en La Habana. Para que el acuerdo fuese válido, el sí debía contar, al menos, con el 13 % del censo electoral y superar en número de votos al no. Sin embargo, por razones incomprensibles y por una mínima ventaja, ganó el no, que correspondía a un no al cese del conflicto. Este increíble resultado estuvo motivado, entre otras razones, por la desinformación de los votantes, a quie- nes se les engañó, hablándoles de que el triunfo del sí llevaría a la homosexualización de Colombia, entre otras falacias montadas para desacreditar los acuerdos de paz.

Para quien lea esto y no haya nacido en Colombia será tal vez incomprensible, pero la realidad es que varios medios de comunicación e Iglesias se encargaron de difundir la idea de que el documento de negociación camuflaba una mal llamada ideología de género y fue así como el tema de la homosexualidad, que fue ignorado durante décadas en casi todos los escenarios políticos colombianos, logró dividir el país.

A mediados del 2016, durante la campaña previa a la votación del plebiscito, cientos de personas se movilizaron en varios lugares del país para defender la familia tradicional y heterosexual. El lanzamiento de una guía para profesores de colegio sobre el respeto a la diferencia a la hora de impartir clases sobre educación sexual terminó con la renuncia de la ministra de esa cartera y suscitó un miedo profundo entre la población. Miedo, porque creyeron que iban a homosexualizar a sus hijos si en la escuela se les hablaba de diversidad. En el grupo de papás y mamás de personas lgbti que yo coordiné, por ejemplo, muchos expresaron el temor a que se agudizaran la discriminación, el matoneo y la desigualdad ya existentes contra sus hijo(a)s.

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Detrás de todas las discusiones que dividieron en ese momento al país, se encontraba una masa de padres y madres que, callados, miraban temerosos el noticiero, mientras en sus corazones sabían que su hijo era gay y también que las escuelas son territorios de discriminación para ellos. Pero nadie pensó en estas familias y muy pocos se atrevieron a pronunciarse. Muchos de esos padres estaban confundidos y angustiados y no sabían si debían odiar y rechazar a su hijo, culparse o seguir amándolo. Esta situación les trajo aún más confusión y los llenó de zozobra.

A pesar de la existencia de la sentencia Sergio Urrego T-478 del 2015, que ordenó al Ministerio de Educación Nacional implementar acciones tendientes a la creación definitiva del Sistema Nacional de Convivencia Escolar, en un plazo máximo de un año contado a partir de la notificación de la sentencia, y aunque esta, particular- mente, obligaba a revisar extensa e integralmente los manuales de convivencia de los colegios en el país para determinar que los mis- mos fueran respetuosos de la orientación sexual y la identidad de género de los estudiantes —y a pesar de grandes esfuerzos por parte del Ministerio de Educación—, no se ha logrado llegar a todas las instituciones educativas. Aún existen establecimientos educativos en donde los manuales son verdaderos malleus malificarum1, documentos de persecución a cualquier expresión que se salga de la heterosexualidad normativa.

Fue tanto el odio y el irrespeto que destilaron estas marchas a su paso, que dejaron un sabor a derrota en muchos de los que hemos luchado durante años para que este país garantice los derechos humanos de todas las personas. Dichas manifestaciones públicas me hicieron pensar, más que en el odio de las palabras que se proferían, en el profundo miedo y desconocimiento que llevó a tanta gente a movilizarse, salir de sus casas y no ir a su trabajo para dedicar una tarde completa a pedir que se les quitaran y negaran derechos a sus conciudadanos.

Los padres y madres de familia no pueden seguir siendo convidados de piedra en este profundo proceso de transformación que está llevándose a cabo en nuestro país. Sus voces deben ser escuchadas en las plazas, en los escenarios políticos y sociales diciendo públicamente: “Amo a mi hija(o) tal y como es”. Esa es la ventana para que una sociedad llena de miedo aprenda a respetar, a reconocer la diversidad y a reconocerse en ella, pues todos merecemos un hogar digno de amor.

Por Cristina Rojas Tello

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