Hay sucesos que superan el entendimiento, y que al hacerlo nos hacen dudar de todo aquello que consideremos racional, que nos lleva a dudar sobre quién o qué provoca que haya hilos en la historia que tengan una relación directa o que causen coincidencias difíciles de justificar. Ayer estábamos recordando a Eduardo Galeano por los 10 años de su muerte, y mientras hablábamos nuevamente de libros como Las venas abiertas de América Latina, El fútbol a sol y sombra o Memoria del fuego, en Perú uno de los grandes de la literatura latinoamericana, Mario Vargas Llosa, asistía a sus últimas horas de vida.
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Si queremos extender las fronteras del tiempo y del espacio, habría que decir que nada más y nada menos uno de los mayores escritores de nuestra lengua como Miguel de Cervantes Saavedra falleció en abril, específicamente el 23 de ese mes, en 1616. Pero para no irnos tan lejos, y para hablar de lo que compete, no deja de ser llamativo cómo abril se ha convertido en un mes negro para la literatura de América Latina, pues varios de los narradores que han contado este lado del continente han fallecido en esta época del año.
Tenemos que irnos 87 años atrás para ir al fallecimiento de César Vallejo, el poeta peruano que nació “un día en el que Dios estaba enfermo”, para parafrasear uno de sus poemas. El también periodista dejó una huella en la literatura latinoamericana por ser uno de los escritores que siguió la tradición modernista de Rubén Darío, pero también por imprimir en su poesía el tinte existencial que por la época iba en ascenso ante las guerras que opacaron al mundo.
Libros como Los heraldos negros, Trilce y Poemas humanos dan cuenta de las distintas etapas del César Vallejo escritor, empezando por el estilo modernista, para pasar a una poesía existencialista y casi que culminar con una escritura comprometida con lo social y político.
Otro de los grandes escritores de América Latina que nos dejó en un abril fue Alejo Carpentier, autor franco-cubano, que falleció el 24 de abril de 1980.
Carpentier, autor de libros como El reino de este mundo, los pasos perdidos, El siglo de las luces, El recurso del método o El arpa y la sombra, es enmarcado por analistas dentro de una tradición barroca, quizá producto de su larga estancia en Europa, pero también dentro de un género que no sería menor para la literatura latinoamericana: lo real maravilloso.
En un artículo publicado por Luis Rafael en el portal Centro Virtual Cervantes, este explica: “La poética de lo real-maravilloso americano trasciende la obra de Carpentier y puede considerarse un tópico recurrente en la Literatura Hispanoamericana, al igual que la tendencia al Barroco y al Romanticismo; es parte del esfuerzo de varios intelectuales y ensayistas por describir los elementos identitarios de nuestra cultura en el contexto latinoamericano. «¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?», pregunta Carpentier advirtiendo que las mezclas étnicas, la transculturación, el sincretismo religioso, la convivencia de tiempos o edades diferentes de la evolución humana en un mismo espacio, son ejemplos de lo real-maravilloso americano que caracterizó”.
Lo real maravilloso no es lo mismo que el realismo mágico que se le adjudicó a escritores como Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, pero sin duda es una influencia para lo que sería ese segundo concepto que atravesó la época dorada de la literatura latinoamericana.
Pasamos a México y llegamos al 19 de abril de 1998, fecha en la que otro poeta latinoamericano falleció: Octavio Paz. Con su obra poética y ensayística, el escritor mexicano aportó al estudio de las humanidades y de la teoría literaria y cultural de la región. El laberinto de la soledad, La llama doble o El arco y la lira son algunos de los libros que de tanto en tanto recomiendan las y los lectores de la región.
Saltamos a 2014, al jueves santo del 17 de abril, pues ese día, en horas de la tarde, nos llegó la noticia desde Ciudad de México del fallecimiento de Gabriel García Márquez, el único Nobel de Literatura que tiene Colombia. Ya era suficiente el hecho de enterarnos de la muerte del escritor colombiano, pero a los pocos minutos varios de sus lectores señalaron una coincidencia no menor: García Márquez falleció el mismo día de Úrsula Iguarán, una de las personajes principales de Cien años de soledad.
“Entonces Úrsula se rindió a la evidencia. «Dios mío», exclamó en voz baja. «De modo que esto es la muerte.» Inició una oración interminable, atropellada, profunda, que se prolongó por más de dos días, y que el martes había degenerado en un revoltijo de súplicas a Dios y de consejos prácticos para que las hormigas coloradas no tumbaran la casa, para que nunca dejaran apagar la lámpara frente al daguerrotipo de Remedios, y para que cuidaran de que ningún Buendía fuera a casarse con alguien de su misma sangre, porque nacían los hijos con cola de puerco. (…) Amaneció muerta el jueves santo. La última vez que la habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años. La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano, y muy poca gente asistió al entierro, en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios”.
Como es ya sabido, aunque haya debates sobre la propiedad del realismo mágico y de su origen, García Márquez es considerado uno de los exponentes de este género por su capacidad para convertir los hechos más cotidianos en imágenes icónicas que parecen convertirse en fantasía. Para muchos, incluso, García Márquez es, después de Miguel de Cervantes Saavedra, el más grande autor de habla hispana.
Como empezamos este texto, terminamos con la muerte de Eduardo Galeano, que falleció el 13 de abril de 2015. El escritor uruguayo, que saltó al reconocimiento con el ensayo político, social y cultural de Las venas abiertas de América Latina, se convirtió en uno de los escritores más recordados en la región por su capacidad para narrar nuestras identidades y dinámicas. Desde libros como El fútbol a sol y sombra, hasta otros como Memoria del fuego, El libro de los abrazos o Días y noches de amor y guerra, Galeano, con una prosa poética, exploró nuestro pasado y presente para poner a hablar, como él bien lo dijo, “a los indignos y a los indignados”.
Como si no hubiera sido suficiente, también un 13 de abril, el de este 2025, sufrimos la partida de Mario Vargas Llosa. Dejando de lado los debates sobre sus posturas e ideologías, con libros como La ciudad y los perros, Conversación en la catedral o La fiesta del chivo, el escritor peruano también dejó su legado haciendo parte del fenómeno editorial del Boom Latinoamericano y todo lo que eso implicó para la revolución de la novela como género y también del retrato de una realidad política y social muy convulsa que tuvo América Latina en las décadas de 1960 y 1970.
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