El Magazín Cultural

De vivir con una tribu en África a enseñar a bailar salsa en Israel

Después de volver de un viaje de cuatro años que lo llevó por 26 países de África y Asia, Alejandro Turbay presenta en Bogotá una exposición fotográfica orgánica y necesaria. Una oportunidad para entender qué comunican los rostros en las diferentes partes del mundo.

Joseph Casañas - @joseph_casanas
10 de julio de 2019 - 12:55 a. m.
En su blog, www.pleaseliveyourdream.com, Turbay cuenta cómo viajar mucho con muy poco. En la imagen, una mujer de la tribu Mursi.  / Cortesía: Alejandro Turbay
En su blog, www.pleaseliveyourdream.com, Turbay cuenta cómo viajar mucho con muy poco. En la imagen, una mujer de la tribu Mursi. / Cortesía: Alejandro Turbay

Autor: Joseph Casañas 

La mujer entrecierra los ojos, los achina; frunce el ceño. Tiene cara de pocos amigos o de ningún amigo. El plato de arcilla que lleva incrustado en el labio inferior de la boca la hace ver imponente. Es una belleza africana. Dolorosa. Sabe que el lente de una cámara fotográfica le apunta. No sonríe. No le interesa. Pone sus manos encima de la cabeza para enseñar unos cuernos gigantes que le pertenecieron a un antílope que alguna vez le sirvió de alimento. Es una imagen espectral. Impactante. Falta algo. En el lomo, acomodado de cualquier forma, lleva un niño que duerme.

Quien registra el momento es un colombiano. Alejandro es su nombre; Turbay, su apellido. El tiempo que duró conviviendo con los mursis, la tribu africana más fascinante y primitiva de Etiopía, le permitió ver que las mujeres, como la que acababa de fotografiar, no siempre llevaban niños terciados en la espalda; a veces cargaban metralletas. “Las usan para proteger el ganado de animales salvajes o de otras tribus, que en ocasiones se intentan robar el ganado”, dice.

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La foto y la anécdota con la mujer mursi es apenas una de los millones que tiene almacenadas en su memoria y en el disco duro del computador. Hace apenas un par de meses volvió a Bogotá después de un viaje que estaba programado para un año, pero se prolongó por cuatro. El 3 de marzo de 2015 se fue para Filipinas y desde entonces recorrió 26 países. Turbay los recita de memoria y en el orden en el que los visitó: “Filipinas, Indonesia, Singapur, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam, Birmania, India, Sri Lanka, Nepal, Turquía, Líbano, Jordania, Israel, Palestina, Egipto, Sudán, Etiopía, Kenia, Uganda, Ruanda, Congo, Malaui, Zambia y Botsuana”.

Antes de comprar el tiquete sin fecha de regreso, Alejandro Turbay tenía un trabajo como consultor en temas ambientales. Un trabajo de oficina muy bien remunerado que le estaba permitiendo ahorrar para comprarse cualquier cosa: un carro, un apartamento, un reloj, un celular de alta gama o cualquiera de esas vainas que generan alegrías pasajeras.

“Pero cuando estaba en mi cubículo trabajando y veía el blog de un amigo en el que contaba anécdotas y compartía fotos de sus viajes por el mundo, me sentí identificado. Una fuerza interior me recordó que ese había sido mi sueño y que, si no lo cumplía, me iba a arrepentir el resto de la vida”. Renunciar a ese trabajo fue un acto de justicia. Turbay había estudiado publicidad para cumplir los sueños de otros. Para que sus padres estuvieran tranquilos. “Muchos de nosotros tuvimos sueños y tal vez por ser más responsables tomamos otras decisiones que no tienen que ver con lo que anhelamos. Optamos por estudiar otras cosas para, supuestamente, asegurar el futuro (…) si yo hubiera estudiado lo que en realidad quería, habría estudiado arte, pero bueno, terminé estudiando una variación del arte, que es la publicidad y las comunicaciones”, explica.

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Con los $30 millones que tenía ahorrados en la cuenta, Alejandro armó su viaje. Calculó que iba a necesitar unos US$30 diarios para sobrevivir mientras hacía realidad esa utopía adolescente de conocer el mundo sin necesidad de trabajar; sin embargo, un negocio que le salió mal lo obligó a reajustar las cuentas y los planes. “Antes de irme invertí una plata para que las ganancias de ese negocio me sirvieran para financiar el viaje, pero eso no salió bien y perdí gran parte de lo invertido”. Según dice, de los $100 millones que había destinado para el negocio perdió $60.

Fue uno de los momentos más complicados de la aventura. Sin plata, pero con el deseo intacto de seguir viajando, se vio obligado a reinventarse. Le tocó conseguir trabajo en cada país que visitó.

Enseñó inglés y español en la India, dio clases de salsa en Israel, sembró arroz en Camboya y fue voluntario en un templo budista, solo por nombrar algunos trabajos. Terminó gastando unos US$10 diarios.

Para reducir gastos de desplazamiento, se convirtió en uno de esos mochileros que se paran a la orilla de las carreteras a “echar dedo”. Viajó a pie, bus, bicicleta y moto. “En Camboya compré una bicicleta de segunda y pedaleé más de un mes en ese país. Llegué a lugares remotos y aprendí el idioma local. Una noche, por no planear mucho, me cogió la noche en la mitad de la nada. Por suerte se me acercó un joven que hablaba algo de inglés. Me advirtió que no iba a conseguir en dónde quedarme en muchos kilómetros. Habló con sus padres, unos granjeros de arroz muy humildes, que me ofrecieron hospedaje. Fue muy especial ver cómo vive un campesino al otro lado del mundo (…) fue una de las enseñanzas del viaje: ver que tenemos más similitudes que diferencias, pese a que constantemente nos viven diciendo lo contrario”.

Champasak United F.C. es un equipo de primera división de fútbol en Laos. Durante un mes, Alejandro Turbay se entrenó con el equipo. Estaba cumpliendo ese sueño de niño: ser futbolista profesional. Sus compañeros, en su mayoría africanos, no entendían qué carajos hacía un colombiano jugando fútbol en Pakse, esa ciudad del sur de Laos.

“Fue algo surrealista. En la mañana meditaba y enseñaba inglés a los jóvenes que querían ser monjes y en la tarde me iba al estadio a entrenar. Con la posibilidad de convertirme en parte de la plantilla oficial, un día me despedí del entrenador y mis compañeros. El viaje tenía que continuar”. Su más reciente Navidad la pasó con la familia de un camionero en Mozambique.

Mientras Alejandro planea los próximos destinos, porque ya está infectado por ese virus incurable de la aventura y el viaje, quiere compartir sus trucos para poder viajar de forma económica por el mundo y enseñar algunas de las fotos que tomó. “26 Países 26 Fotos” es el nombre de la exposición fotográfica. La cita es desde el lunes 8 de julio hasta el próximo martes 15 en Casa San Felipe, calle 75 n.° 22-40. “Ojalá que esta experiencia sirva para inspirar a otros”. En su cuenta de Instagram (@ViajarParaInspirar) Turbay comparte más fotos y habla de la experiencia. 

Por Joseph Casañas - @joseph_casanas

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