
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Bogotá.- Esa mañana de agosto de 1985, observé que Don Guillermo Cano Isaza se vino hacia mí como un misil punto a punto. Siempre con su andar despacio pero firme. Yo apenas llevaba 15 días en El Espectador. Y salió a mi encuentro un par de metros antes de llegar a mi escritorio de reportero judicial, ubicado en la Sección Económica (a donde, sin saberlo, iba a ser mi destino final). “Ala, qué fue lo que pasó con la noticia sobre el ministro de Defensa”, me dijo serenamente. “Por qué Don Guillermo”, le respondí completamente ignorante de lo que había pasado. “Porque salimos diciendo que al ministro de Defensa lo iba a investigar la Procuraduría y ya Carlos Jiménez (jefe de esa institución) lo desmintió”. Había copiado una versión radial sin sonrojarme y sin dar crédito del origen de la información.
Primer encuentro con Don Guillo: ¡qué oso!
Cómame tierra, pensaba yo. “Averigüe a ver qué fue lo que pasó”, insistió Don Guillo con tranquilidad. Ni un regaño, jamás un grito. En el resto del día no me volvió a determinar más. Esa era la forma de hacer su llamado de atención.
Hice enseguida lo que debí haber hecho el día anterior: verificar si lo que la radio había dicho era verdad. Aprendida la lección: jamás volví a tomar versiones radiales o televisivas sin el correspondiente cotejo.
La fórmula mágica para contentar a Don Guillo, me la reveló su hijo, Juan Guillermo Cano Busquets, entonces jefe de Información, al verme consternado por la embarrada, pues no llevaba ni 20 días en el periódico y temía por mi permanencia: “tranquilo. Consígase una chiva y lo pone feliz”, me dijo quien se iba a convertir en mi guía y protector. Y eso fue lo que hice.
Lo mismo, pero diferente, hacía Don Guillermo cuando uno se conseguía una gran primicia. Salía al encuentro de uno como un misil punto a punto. “Muy buena, mijo. Qué desarrollos tenemos”, decía cuando estaba al frente de uno. Y cada rato pasaba al escritorio de uno a decirle: “buena, buena, buena...”, subiendo sus enormes cejas. “Qué reacciones hay”, añadía.
¡Qué lección de periodismo!
Pero la mayor lección de periodismo me la dio a mí, a su competencia (El Tiempo) y demás periódicos y revistas, a cualquier administrador “moderno” de medios de prensa de hoy y al mundo periodístico, cuando finalizaba ese primer aterrador día y comenzaba el segundo de la toma del Palacio de Justicia. Era la una y 20 minutos de la madrugada del jueves 7 de noviembre de 1985. Se tenía que haber cerrado la edición de Bogotá de El Espectador. Eran más de la una, cuando uno de los reporteros gráficos del periódico le informó a Don Guillo que El Palacio de Justicia se prendió en llamas y que tenía la foto a color. Hizo varias cosas que hoy el gerente de un periódico nunca hubiese permitido. Primero, se había negado a cerrar la edición: la rotativa se mantenía quieta a la espera de alguna novedad sobre la sangrienta toma. Segundo, estaba quieto en primera, esperando el rollo fotográfico que venía en camino por chiva (así se les decía a los vehículos de El Espectador). Y tercero, con la foto ya montada, se negó a que el tiraje del periódico arrancase sin la foto. Los primeros números se alcanzaron a ir en blanco y negro. El titular de apertura era “Infierno en el Palacio (de Justicia)”. Don Guillermo sabía, de seguro, que era una imagen histórica que el país jamás iba a olvidar. La dramática e impactante fotografía se convirtió en una primicia mundial y obligó a El Tiempo, bastante chiviado, a sacar al otro día una edición especial con fotografías a todo color del lamentable suceso.
Reportería y graduación como periodista
En un viernes en la noche de un enero de 1986 me correspondió interactuar telefónicamente en varias oportunidades con Don Guillermo, para que me ayudara a preparar una primicia que se estaba cocinando en el Consejo de Estado. Él estaba más emocionado que yo. Hizo que el periodista económico José Triana me ayudara a pulir los detalles de una Emergencia Económica que estaba consultando el gobierno de Belisario Betancur al máximo tribunal de lo contencioso-administrativo. El Espectador no solo reveló a seis columnas la consulta de la emergencia, sino el vaticinio de que sería reprobada. Don Guillo coordinó hasta el más mínimo detalle, incluso el del vehículo que me debía recoger en la Casa de la Moneda, donde se llevó a cabo la Sala Extraordinaria, con la presencia del Ministro de Hacienda, Hugo Palacios, del gerente General del Banco de la República, Francisco Ortega, del Superintendente Bancario, Germán Tabares, del director de Planeación Nacional, Jorge Ospina Sardi y del presidente de la Comisión Nacional de Valores, Juan Camilo Restrepo. Al otro día, el sábado, Don Guillo no se cambiaba por nadie. Si me felicitó 15 veces fue poquito. No solo El Espectador había chiviado a todos los medios del país, sino a todos los periodistas encargados de las diversas fuentes que confluyeron ese viernes en el Consejo de Estado. La primicia consolidó mi relación periodística con Don Guillo. Fue una especie de graduación mía como periodista ante él.
Con la bola de cristal
Don Guillermo Cano se lo olía todo. Fue un visionario. Era vidente. Sabía de la desgracia que se venía para la sociedad colombiana. Para mí, una Libreta de Apuntes que me impactó, que es para enmarcar y que todos los colombianos deberíamos leer y releer, fue la que escribió el 4 de septiembre de 1983, en la cual él se imagina las grabaciones de lo que serían los debates del Congreso de la República el 7 de agosto de 1986. En esa Libreta, titulada “Las Cintas del Congreso 86”, Don Guillo se lamenta de que el país asista “al desafío abierto de esa clase emergente, salida de entre el laberinto de los códigos penales pisoteados y violentados, que se muestra todopoderosa y soberbia a la luz pública sin el menor reato”. Dentro de las grabaciones que se imagina Don Guillermo es la del “Senador P”, cuando dice “me permito proponerles que, como primer acto soberano, nos comprometamos solemnemente a dos cosas, digamos por ejemplo, a terminar de una vez por todas con el cuento ese de los dineros calientes, declarando que no hay dineros sucios, sino solo dineros limpios. Y, en segundo lugar, a poner fin a la extradición acordada con los Estados Unidos, porque tenemos que defender a todos nuestros amigos...”. Hoy, en 2026, un futuro muy futuro, con relación a lo imaginado por Don Guillo en 1983, las cosas son peores, así se hable de paz total, pues en el pasado reciente y en el hoy se busca a como dé lugar reincorporar a la sociedad a los criminales (paras, narcotraficantes y guerrilleros, que ahora son también delincuentes comunes). La composición del Congreso actual no dista mucho de lo que se imaginó Don Guillermo. Vean estas cifras: entre 2013 y 2023 la producción de cocaína pasó de 300 toneladas a 3.000 toneladas. En una década creció 10 veces.
Bateando de hit
Por culpa de Don Guillermo me volví hincha furibundo de los Mets de Nueva York. En una Libreta de Apuntes se dedicó a resumir lo que fue la Serie Mundial de béisbol del otoño de 1986, donde los Mets después de irla perdiendo 2-3 ante los Medias Rojas de Boston, la empatan gracias a que en la décima entrada del sexto juego, después de ir abajo por dos carreras, concretan tres, y terminan ganando 6-5. En el séptimo y último juego de esa serie, los Mets ganan 8-5 y son los nuevos campeones. Don Guillermo describe los batazos, jonrones y hits, los ponches, las bolas altas o bajas, las señales al pitcher, en fin... como si fuese Antonio Andraus, el periodista experto en béisbol que tenía para la época El Espectador. Es que el tema deportivo Don Guillermo lo llevaba en su ADN. Hincha furibundo del mejor equipo del mundo, el glorioso Independiente Santa Fe. Si el domingo perdía, lo mejor era no acercarse a Don Guillermo. El único pararrayos era llegarle con una chiva. Además, era un alcahueta con los que jugábamos fútbol en la cancha del periódico. La edición nacional se cerraba a las tres de la tarde. En una ocasión Héctor Mario Rodríguez y yo teníamos un explosivo informe sobre una plata para una institución que existía y que se llamaba el Fodex. Nosotros subimos a la redacción aún en pantaloneta, aún en guayos, aún sudados..., a redactar el informe. Sin chistar mayor palabra, Don Guillo se paró al lado de nosotros. De vez en cuando se le soltaba “cómo vamos, muchachos”. Obvio, volamos redactando la historia. No nos sacó ni amarilla. Y fue, precisamente, gracias al fútbol que tuve mi última conversación con Don Guillermo, a horas de que lo inmolaran. Me correspondió hacer la polla por la final del rentado colombiano, entre Deportivo Cali y América de Cali. Entré a su oficina ese fatídico 17 de diciembre de 1986 hacia las cuatro de la tarde. No recuerdo cuál fue el resultado que escogió Don Guillo. Lo único cierto es que cuando el partido estaba por empezar, dos sicarios en moto le estaban disparando a Don Guillermo para dejar al país huérfano de una de las personas más rectas y sencillas que he conocido en toda mi vida.
Decencia
“Decencia” es la palabra del diccionario de la Real Academia Española que resume a Don Guillermo Cano, porque era un periodista que actuaba con “compostura”, pero, sobre todo, con “honradez”, con “honestidad” y con “modestia”. De eso ya no se ve.
(*) Periodista de El Espectador entre 1985 y 1998 y actual director de Primera Página.